Sarnago, el pueblo deshabitado y dado por muerto que se resiste a morir
- El último vecino del pueblo murió en 1979 y Sarnago quedó despoblado, pero sus hijos nunca se terminaron de ir
- Desde 1980 van poco a poco reconstruyendo las ruinas, recuperando las tradiciones y manteniendo viva su historia
“Aquella última frase de mi padre ha seguido siendo siempre fija en mi memoria (...) Me sirve ahora, al cabo de los años, cuando el dolor encharca mis pulmones como una lluvia amarga y amarilla, para escuchar sin miedo a la lechuza que anuncia ya mi muerte entre el silencio y las ruinas de este pueblo que, dentro de muy poco, morirá también conmigo”.
'La lluvia amarilla', de Julio Llamazares (1988)
El 23 de abril de 1979 falleció el último vecino de Sarnago (Soria), Aurelio Sáez, que se había resistido a abandonar el pueblo como habían hecho todos los demás. Su soledad final y su historia inspiró al escritor Julio Llamazares a escribir su novela ‘La lluvia amarilla’, que situó sin embargo en un pueblo de Huesca. Tras la muerte de Sáez, Sarnago se desintegró administrativamente y pasó a pertenecer a San Pedro Manrique, a unos cinco kilómetros y medio, el municipio principal de la comarca de Tierras Altas. Ya no vive nadie en Sarnago (al menos, no durante todo el año), y el alcalde de San Pedro, Julián Martínez, nos dice que, “como mucho”, tan solo hay una persona empadronada en el lugar.
Recorremos la carretera que une San Pedro con Sarnago y éste va apareciendo en el horizonte, en lo alto de una montaña. La imagen impone y es la sensación absoluta de un pueblo abandonado, pero las primeras apariencias engañan. Nada más llegar a Sarnago, nos encontramos con los dos únicos vecinos que hay en este momento: José María Carrascosa y un gato zalamero que nos viene a saludar y que, curiosamente, nos acompañará durante todo el recorrido.
“En los años 40 Sarnago llegó a tener más de 400 habitantes“
José María abandonó el pueblo a los tres años con su familia, en el año 67. Apenas quedaba gente ya, pues la despoblación había comenzado mucho antes. Nos habla, mientras miramos a los campos, del daño que hizo la expropiación de terrenos para la plantación de pinos que no eran autóctonos en las tierras de labranza o de pastos destinados a la trashumancia y otras que poseían los habitantes de las Tierras Altas en los años 50. Pero asegura que en la década anterior, “Sarnago llegó a tener más de 400 habitantes”.
Al girar la vista, hacia el interior, lo primero que llama la atención son las ruinas. La mayoría de casas, todas de piedra, están devastadas por el paso del tiempo, con los suelos levantados y comidos por la hierba, los tejados hundidos y las paredes quebradas. Y la imagen más impactante y quizá poética de todas es la de la Iglesia de San Bartolomé, que se eleva en el aire casi desafiando la gravedad, con la sensación de que la tormenta más simple pudiera llevársela para siempre.
José María es, precisamente, la persona que está empadronada en Sarnago, donde hace poco ha terminado de construirse su casa de cero. El terreno para construir, dice, puede costar menos de 5.000 euros, aunque la dificultad es encontrar herederos de antiguos vecinos que quieran vender.
Pero José María es también un símbolo de resistencia de un pueblo que se niega a caer en el olvido. Porque han pasado 43 años de la muerte de Aurelio Sáez y, sin embargo, él y otros descendientes de aquellos sarnagueses que trabajaron el campo, las ovejas y otros oficios tradicionales, que formaron sus familias y llevaban a sus hijos a la escuela del lugar, se han empeñado en devolver al pueblo su vitalidad, a preservar las tradiciones y fiestas y a mantener viva una historia llena momentos, de rostros, de arrugas de esos abuelos que se fueron haciendo viejos y veían que sus hijos y nietos no iban a volver, obligados a buscarse la vida en lugares más prósperos.
Empecinados en restaurar un pueblo en ruinas
La Asociación Amigos de Sarnago, que José María preside, se creó en 1980 para resucitar a un pueblo que acababa de quedar deshabitado y, desde entonces, ha ido engrosando sus filas hasta tener más de 200 personas asociadas (y más de mil seguidores en redes sociales). Entre ellos hay arquitectos, periodistas, escritores, profesores de universidad, sociólogos… y no solo de Sarnago o Soria, sino de otros lugares de España y del extranjero.
No son meros simpatizantes sino trabajadores activos. Periódicamente se reúnen en “hacenderas” algunos fines de semana, o en Semana Santa, o en verano, para ir haciendo trabajos aquí y allá e ir reconstruyendo el pueblo, con labores que van desde el asfaltado de algunos caminos o el hormigonado de la plaza, la instalación del agua corriente, unos primeros trabajos en el alumbrado (que ahora ha culminado el Ayuntamiento de San Pedro) o internet.
“Hay unos 100 vecinos pero son población flotante“
A la par que han ido reconstruyendo el pueblo, al igual que José María, varios miembros de la asociación han decidido construirse casas en el mismo. Por eso, las ruinas generalizadas contrastan con alrededor de 25 casas que están nuevas o en perfecto estado (manteniendo, eso sí, la estética de antaño), y el movimiento en total en ellas es de alrededor de unas 100 personas, que vienen y van. “Es población flotante”, explica José María, que reconoce que “es muy complicado conseguir población que quiera a quedarse a vivir 365 días del año”. “Pero vamos a luchar por que venga gente aunque sea por temporadas y que luego, poco a poco, se vayan quedando durante más tiempo”, añade.
Uno de los logros más visibles de reconstrucción en el pueblo son los lavaderos, que hasta hace unas décadas servía de lugar de reunión para las mujeres y que ahora están reconstruidos en su totalidad.
Junto a ellos, aparecen unos versos de la poetisa soriana Isabel Goig, que forman parte de una ruta literaria dentro de Sarnago:
"Las manos frías, las manos rojas, poca poesía y mucho trabajo. Mujeres todas. Ni vestales, ni poetas: bravas. Serranas, sarnaguesas, que paren, sanan, cuecen y lavan. Manos frías que enmiendan, acarician, bordan y amasan. Manos rojas que lavan y, mientras lo hacen, juntas todas las manos, sueñan y, todos los sueños juntos, vuelan, vuelan, vuelan…"
La asociación tiene, entre otros, un objetivo clave: reconstruir la iglesia tal y como estaba antes de su derrumbe. Lo único que se conserva en relativo buen estado es el portón románico, puesto que ya no queda nada del retablo y solo se intuye alguna pintura en su pared posterior. Está desacralizada, aunque todavía se siguen celebrando algunas misas en las fiestas con el párroco de San Pedro y fuera del edificio por el riesgo de derrumbe.
Aún así, los ‘amigos de Sarnago’ no consiguen la cesión, que posee el Obispado de Osma, tal y como confirma el alcalde de San Pedro de Manrique, quien dice que “no se puede hacer nada” ante este hecho. Pese a ello, José María nos enseña una memoria con unos planos “valorada por un aparejador y con la ayuda de un arquitecto, que es profesor en la Universidad Complutense e Madrid” con los que podrían llevar a cabo la reconstrucción, dice, si es que algún día el Obispado cede el edificio. Mientras, vemos cómo han apuntalado la pared posterior, visiblemente inclinada hacia el suelo y con unas grietas profundas: “Si no lo hubiéramos hecho, se habría caído y entonces ya sí que no se podría reconstruir”.
Una mirada al pasado y al futuro: museo y zona 'coworking'
La historia y la tradición son claves para los sarnagueses por herencia de sus antepasados o de espíritu, que han conseguido dotar al pueblo de un museo etnográfico en la antigua casa consistorial, que a su vez servía de escuela y de casa del maestro. Una construcción que data del siglo XVIII. Lo sorprendente de este museo es que, dentro de la iniciativa “Museos Vivos”, está abierto los 365 días del año gracias a la tecnología, puesto que basta pedir un código para poder abrir la puerta por internet.
En el interior nos reciben las campanas de la iglesia y decenas de caras en blanco y negro, algunas a color, las que pertenecían a los vecinos del pueblo en fotografías que cuelgan de las paredes y que nos transportan a otra época. Hay una foto de una boda, donde el blanco de la novia destaca sobre todo lo demás. José María nos cuenta que la última boda pudo ser hace 55 años y el último bautizo en el pueblo hace 50.
A la izquierda del museo está la escuela, un aula donde las decenas de niños que un día hubo en el pueblo aprendieron las lecciones y se llevaron alguna que otra regañina. A la derecha hay una zona común que sirve de espacio de trabajo y también un horno ‘comunal’ donde de vez en cuando, para recuperar tradiciones, se hornean hogazas de pan al estilo antiguo (y alguna que otra pizza también). Los antiguos oficios son una de las cosas que mantiene vivo este museo, que refleja lo que ha sido la vorágine del tiempo en apenas unas décadas para materias como la agricultura.
En el piso de arriba está la joya de la corona: la casa del maestro. Es, sin duda la parte más sorprendente de toda la visita, ya que permite imaginar a la perfección cómo era la vida tiempo atrás. El objeto más antiguo es una cardadora de cáñamo que data de 1.777. Hay instrumentos de labranza, una vara de colgar chorizos, una escopeta de caza… El maestro vivía con su familia: él dormía con su mujer en la habitación principal en una cama junto a la que está la cuna del bebé, mientras que sus otros hijos dormían a tan solo unos metros, separados solo por una tela que no dejaba espacio a la intimidad. En la pared, destacan otras dos fotos. Las trajo a España hace décadas una mujer argentina. Eran su abuelo, que había sido precisamente uno de los maestros de Sarnago en los años 20, y su mujer.
Pero el pasado se mezcla con el futuro en este edificio, que también sirve de zona de ‘coworking’, un proyecto con el que la asociación ha querido fomentar el teletrabajo en el mundo rural para que quien quiera pueda acudir ahí a desarrollar sus proyectos e, incluso, instalarse a vivir temporalmente. “Aquí tenemos internet y wifi gratis para todo el que quiera venir a trabajar al pueblo. Ahora estamos intentando instalar repetidores para que lleguen a las casas”, explica José María.
Uno de los cuatro pueblos donde se celebra la fiesta de ‘Las Móndidas’
Si el museo es clave para recordar la historia, también lo son las tradiciones, que los sarnagueses se han empeñado en mantener vivas. La más importante de ellas es la fiesta de ‘Las Móndidas’, que en Sarnago, uno de los cuatro pueblos donde se sigue celebrando, tiene lugar cada 24 de agosto, aunque inicialmente se celebraba en la última luna llena de la primavera para conmemorar la Trinidad. El motivo del cambio de fecha ha sido lograr una mayor afluencia, puesto que en verano el número de asistentes a esta fiesta, cuyo origen sospechan que se remonta al pueblo celtíbero, supera las 300 personas.
Las protagonistas son tres jóvenes que reciben el nombre de móndidas, aunque lo que no está claro en realidad es el origen de esta tradición. Una teoría lo sitúa en la leyenda de la batalla de Clavijo, en el año 844, cuando el rey Ramiro I de Asturias venció a los musulmanes, liberó esa plaza y acabó con un tributo de 100 doncellas que todos los años había que entregar para el harén de los emires árabes. Otra teoría sitúa la festividad otros mil años atrás, cuando las Tierras Altas eran habitadas por tribus celtibéricas. Estas móndidas habrían sido sacerdotisas que hacían ofrenda de flores y frutos a los dioses (en Roma, en concreto, a la diosa Ceres, de la agricultura, las cosechas y la fecundidad).
Durante ese 24 de agosto, estas muchachas van acompañadas y protegidas por el Mozo del Ramo, que porta una copa de arce que se adorna con flores y pañuelos de colores y lleva cuatro roscos de pan azafranado. Lo más característico de las móndidas son sus cestaños en la cabeza, sombreros de forma cónica y de colores con los que irán en procesión por el pueblo hasta la iglesia. La parte más llamativa de toda la fiesta es el momento en el que se ha de introducir el ramo (de un tamaño considerable) por la copa a través de la ventana del antiguo ayuntamiento, una tarea difícil de acometer.
Aparte de las Móndidas, nos cuenta José María, los ‘vecinos’ de Sarnago organizan todos los años una semana cultural con múltiples actividades, el llamado ‘Día del Árbol’ para plantar alguna especie autóctona del lugar que hubiera desaparecido por la población de pinos o la presentación de la revista anual en la que publican todo tipo de datos y curiosidades del lugar, así como escritos de personalidades afines al pueblo.
Sarnago también se ha propuesto ser pueblo de acogida de otros pueblos deshabitados. Todo, con tal de impedir que el paso del tiempo borre la huella de generaciones que hicieron historia, cultura y tradiciones. Porque aunque Sarnago fue dado por muerto y deshabitado en 1979, sus hijos nunca se fueron del todo.