Luis Landero: "El odio es más complejo y rico en matices que el amor"
- El novelista publica Una historia ridícula, sátira sobre tomarse demasiado en serio a uno mismo
Dice Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) que hay sentimientos que exhibimos y sentimientos que ocultamos. Odio, envidia e hipocresía son un caudal secreto que en el caso de Marcial, narrador de su último libro, es un río ancho. Una historia ridícula (Tusquets) es una novela confesional de un personaje mezquino, un tiquismiquis, un hombre simple con toda una filosofía sobre el odio: Es más fácil olvidar a un amante que a un mortal enemigo. O: el desprecio al prójimo es más una virtud que un vicio.
Una historia ridícula es una sátira protagonizada por "un resentido con causa" en la que Landero juega con el humor y que le ha servido al autor de Lluvia fina para distanciarse de lo biográfico. Aunque durante las promociones acabe casi hastiado de literatura. "Son momentos. Hasta de las cosas que más te gusta te empachas, ¿no? A mí me encanta la ensaladilla rusa y la tortilla, pero me puedo empachar. Aunque no me ha ocurrido", reconoce entre risas.
P.: En el libro se describe a un personaje como "gracioso a fuerza de ser lúgubre". Es una definición que vale también para el narrador y para el tono de la novela.
R.: Sí, es verdad, está muy bien visto. El tono de la novela es muy solemne, muy serio, un poco lúgubre. Y a fuerza de ser así es gracioso. Y le pasa también a Marcial. Suele pasar también a los cómicos serios: Eugenio, Buster Keaton, que es el prototipo. La comicidad la percibe el lector, el personaje sufre.
P.: ¿De dónde sale la voz de Marcial?
R.: Lo que más me ha fascinado de este hombre es la voz, aunque me viene de muy lejos. Hace muchos años escribí una cosita donde aparecía este individuo, que era como muy solemne, que se tomaba en serio a sí mismo, que se creía muy culto. Esta gente que la hay, joder, que si la hay. Aparece en Berlanga. Pero toda esa seriedad está al servicio de sus enredos en las pequeñas cosas cotidianas. Pero no sabría decirte de donde sale, porque me puse a escribir y me salió esta voz. Para escribir una novela bastan las dos primeras frases, incluso la primera. Ahí está la música, la semilla musical. Ahí está el tono. La novela ha escrito él más que yo. Y lo digo muy en serio. Él es el protagonista y narrador. Y lo único que he hecho es darle cancha.
P.: ¿Pero ser un médium del personaje es una novedad para ti?
R.: Me imagino que los actores, y yo he sido profesor en la Real Escuela de Arte Dramático durante 18 años, deben ser felices cuando se confunden con él personaje. Hay muchos actores que parecen ellos más importantes que el personaje, cuando el importante es Hamlet o Segismundo. Me he sentido un poco como ese actor que está al servicio del personaje, me he sentido mediador.
P.: Hay dos tipos de actores, los que juegan a ser el personaje y los que quieren ser el personaje.
R.:En este caso es el primer método (risas). No me identifico con él en ningún momento. Era como manejar una marioneta o no sé si él me manejaba a mí porque hablaba y hablaba. Cuando es un personaje tan peculiar, lo único que puedes hacer es seguirle la corriente, no interponerse en su camino y ser fiel a él.
P.: Marcial dice que no es ni más ni menos ridículo que el resto de los hombres. ¿Nos olvidamos demasiado de nuestro propio ridículo?
R.: Llevamos 2.500 años de civilización desde Sócrates u Homero. Si todavía no hemos aprendido que la especie humana es un poco ridícula, es que no hemos aprendido nada. Lo han dicho los sabios, la literatura, la música a su modo, la pintura. Somos un poco ridículos, apenas somos nada. Es un problema de lente, de ver las cosas desde cerca o desde lejos. Nuestra condición humana es trágica, pero también es cómica.
P.: ¿La novela es una disección del odio?
R.: Siento que me estás preguntando qué sé yo del odio.Todos sabemos del odio desde niños. Los niños odian mucho aunque de un modo muy inocente, muy súbito y desaparece en seguida. Todos sabemos del odio como sabemos del amor, lo que pasa es que eso está en la trastienda. En la vitrina está el amor; en la trastienda, el odio. A veces sabemos más del odio más que del amor. Es un sentimiento enormemente complejo y rico en matices. Más que el amor, porque tiene más recovecos, es más laberíntico. Está el acecho, el sigilo, la hipocresía, la envidia. Es secreto además. El amor es una cosa bastante sencilla en principio, luego tiene sus variantes. El odio parece uno de esos muebles llenos de cajoncitos. No entendemos al hombre sin el mal, lo que pasa es que por esa cosa evangélica nos llenamos la boca con el amor y que hay que amar al prójimo como a ti mismo. Que está muy bien, pero es un dicho. El mal está presente en la sociedad, pero reprimido. Así ha de ser.
P.:¿Y qué hacemos con los enemigos? ¿Indiferencia?' ¿O como dijo Narváez en su lecho de muerte: "no tengo enemigos, los fusilé a todos"?
R.:Cada cual que busque su solución (risas). Supongo que hay que negociar, sobrellevar y gestionar esa parte animal y bárbara que todos tenemos más o menos reprimida. Nadie lo ha contado mejor que Freud en El malestar de la cultura. Ese animal al acecho, esa fiera que hace que a veces nos podamos convertir en asesinos, violadores, ladrones.
P.: ¿La preocupación por la ofensa, el honor, es algo muy español?
R. :Claro, es que en España hemos hecho casi algo folclórico del honor. Lo hemos convertido en marca, como la paella o la tortilla (risas). Creo que es por la comedia del Siglo de Oro, de Lope. Ese sentido del honor tan español ha venido rebotando desde ahí. Tiene una parte ridícula, pero una parte que es muy noble. El honor se puede ver en las películas de John Ford, que tratan sobre el honor en el buen sentido de la palabra, que es necesario y magnífico. En España hemos hecho del honor una herramienta para golpear al otro. Algo violento: defendernos de la infidelidad, de la traición. Es una palabra muy deteriorada, descatalogada, ya no se debe usar. Como la palabra patria. Hay muchas palabras en este país que no se pueden utilizar porque son inservibles: comunista, fascista. Habría que tirarlas a la basura o reciclarlas.
“Hemos hecho del honor algo casi folclórico, lo hemos convertido en marca, como la paella o la tortilla“
P.:¿Y tenemos un sentido trágico de la vida?
R: A veces da la impresión de que sí, por las guerras que hemos tenido. Pero no tenemos motivos. Nunca hemos vivido tan bien en España. Tenemos democracia, prosperidad. Tenemos crisis económicas, como en todos los lados. Y cuando hablamos de España tenemos que hablar de qué España se habla, puesto que España son varias Españas. Depende de que periódico leas, emisora escuches, o a qué político atiendas vivimos en el mejor de los mundos posibles o en una dictadura diabólica. Es un poco una España a la carta. Es un país un poco enfermo de política. Y me refiero también a los medios de comunicación, que están implicados y son beligerantes. El periodismo, en el sentido noble de la palabra, está desapareciendo.
P.: Otro tema apuntado en el libro: nuestro horror hacia la monotonía, aunque esta represente la mayor parte de nuestra vida.
R.: Todos sabemos de qué va la existencia humana: Sísifo con la piedra de arriba para abajo. El negocio de vivir es tener un proyecto: un amor, un viaje, una novela, cualquier cosa. Entonces sufres una especie de encantamiento. Y luego viene el desencanto porque aspiramos a la plenitud y nos quedamos en lo que nos quedamos. Y vas piedra arriba, piedra abajo, aunque sea de forma más llevadera que Sísifo. Schopenhauer decía que, cuando luchas por la vida, la monotonía no existe, pero, cuando tienes todas las necesidades básicas cubiertas, llega la monotonía, la carga de existir, la angustia. Porque si detienes la acción te quedas vacío. Y para eso tenemos la industria del consumo, del ocio, que ya nos dice qué podemos hacer para luchar contra la monotonía. El ocio antes no existía, pero se ha convertido en algo extraordinario. Se ha convertido en una industria de lo más floreciente precisamente porque hay que luchar contra la angustia de vivir, contra la maldita monotonía. Pero habría que pactar con la monotonía. La misteriosa monotonía del vivir, decía Borges.
P.: ¿Y esa angustia se acelera porque la sociedad se acelera por la tecnología?
R.: Sí, desde que empezó con la radio hasta los móviles de ahora. Nos comunicamos a través de las yemas de los dedos. Incluso se evita hablar por teléfono porque se tiene suficiente con unas frases y emoticonos. En mi infancia o adolescencia no existía la industria del ocio: la gente se gestionaba su ocio. Se reunía en verano al fresco, en invierno alrededor de la lumbre, hablaban porque hablar es intercambiar experiencias, pero se ha empobrecido la experiencia humana y de qué manera. Pero no desde ahora, viene de los años 30. Walter Benjamin decía que ya no sabíamos cerrar una puerta con suavidad, estamos acostumbrados a puertas que se giran solas o a los portazos de los coches o frigoríficos. Hay enorme banalidad y puerilidad en las relaciones humanas. En los programas de televisión no se tolera que alguien hable lentamente un minuto. Antes ocurría. Y el espectador lo escuchaba.
“En los programas de televisión ya no se tolera que alguien hable lentamente un minuto“
P.: ¿Y todo ese panorama que dibujas ha contaminado también la literatura?
R.: Eso no lo sé. No tengo ni idea si se ha empobrecido. Lo que sí es verdad es que la literatura ha perdido importancia. Cuando publicamos en los años 80 y 90, Mendoza, Llamazares, Muñoz Molina, Javier Marías, entonces sí era importante la literatura y se les daba importancia a los escritores. Me llamaban continuamente para opinar de cualquier cosa, de la campaña de preservativos, 'póntelo, pónselo', por ejemplo. Ahora ya no, lo cual me parece muy bien, porque no sé qué importancia tiene lo que diga uno. Pero lo que es cierto es que los escritores que han venido después ya no han adquirido la importancia canónica de los que somos más viejos. Ha habido un corte histórico. Ha perdido importancia la literatura, ha perdido importancia el periodismo. No hay referentes de grandes articulistas, de filósofos, periódicos en general, partidos políticos. Todo eso se ha perdido