Mozambique: una crisis lejos de acabar en Cabo Delgado
Aunque la violencia ha disminuido, el contexto es muy volátil en el norte del país, donde conviven nuevos desplazados que huyen de los ataques con quienes tratan de regresar a sus hogares.
Cabo Delgado, la provincia más septentrional de Mozambique, sufre desde 2017 violentos ataques que han obligado a cientos de miles de personas a desplazarse. En 2020, el conflicto se intensificó y, en marzo de 2021, alcanzó su punto álgido cuando un ataque sobre Palma transformó una ciudad antaño muy concurrida en un lugar fantasma.
Ali Mamadi, de 77 años, es una de estas personas desplazadas. “He sido pescador durante casi cuatro décadas. En un buen día, podía conseguir al menos cinco kilos de langosta y peces del tamaño de mi brazo. Cuando marché de Mocímboa en octubre de 2020, encontré refugio en la isla de Ibo durante varios meses. Seguí pescando como pude hasta que ya no me dejaron usar el bote. Regresé recientemente a Mocímboa para trabajar en la limpieza de partes de la ciudad, ya que muchas infraestructuras y edificios se han visto afectados por la violencia. La gente quiere volver a vivir allí, pero las autoridades aún no han dado luz verde. Por eso vine a Nanili hace dos semanas, mientras esperamos a poder regresar”, cuenta.
“La gente quiere volver a vivir allí, pero las autoridades aún no han dado luz verde“
En los últimos meses, los ejércitos de Mozambique y de países aliados han lanzado ofensivas para recuperar el control de zonas y ciudades que, ahora, se preparan para que regrese la población que las abandonó. Estas ofensivas han desperdigado a los grupos armados. Aunque la violencia está menos extendida, continúa habiendo ataques dispersos y frecuentes que siguen haciendo huir a la gente.
Lejos de terminar, la crisis humanitaria persiste y cientos de miles de personas desplazadas sobreviven en condiciones precarias. Se estima que 1,3 millones de personas necesitan urgentemente ayuda humanitaria y protección según Naciones Unidas.
“Ir a recoger agua me puede llevar todo el día”, explica Biata Matías, de 38 años y originaria del distrito de Macomia. En agosto de 2020, Biata tuvo que huir.
““El ataque nos sorprendió durmiendo. Terminé instalándome aquí en Nasitenge. Me gustaría regresar a casa pero no tengo dinero. Ahora todo es peligroso. Me pregunto por qué esta guerra no termina. Estamos corriendo todo el tiempo. A mediados de noviembre, un grupo de insurgentes se acercó a Namatil y mató a algunas personas. Todos, cientos de familias, huimos de aquí temporalmente porque teníamos miedo. Todo lo que cargamos fueron algunos cubos de agua, utensilios de cocina y algo de ropa. Como llevábamos niños pequeños, mi grupo se desplazó lentamente. Después de un par de días, cuando las cosas se calmaron, regresamos”. “
La ayuda humanitaria se concentra en puntos más estables del sur de la provincia, cerca de la capital, Pemba. Sin embargo, en amplias zonas del norte apenas hay organizaciones de ayuda. En muchas zonas de la franja costera y del noreste de la provincia, el sistema sanitario se ha visto gravemente afectado por el conflicto.
“En amplias áreas de los distritos de Mueda, Nangade, Muidumbe y Mocímboa, donde hay unas 50.000 personas desplazadas, algunas estructuras de salud han sido atacadas y el personal médico se ha marchado”, explica Paulo Milanesio coordinador de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Mueda.
Más de un año escondidos en el bosque
La violencia ha provocado que muchas personas hayan vivido meses, algunas incluso más de un año, en el monte en zonas selváticas densas e inhóspitas. “Llegan en un estado deplorable, solo han comido lo que han podido encontrar en el camino. Suelen ser personas mayores y presentan desnutrición y anemia. Si padecen enfermedades crónicas como la tuberculosis o el VIH/sida, muy prevalente en Mozambique, se encuentran en mal estado porque han tenido que interrumpir el tratamiento. También vemos muchos problemas respiratorios e hipertensión”, añade Milanesio.
Selemane Salimo, 58 años, de Mocímboa ha pasado escondido en el bosque junto a otras 70 personas un año y tres meses: "La vida en el bosque no era vida, era sufrimiento. Lo único que comíamos era yuca seca y hojas de yuca. Nuestra gran preocupación era ser descubiertos y asesinados”.
Casi todas las familias han experimentado un trauma durante este conflicto. Han presenciado o sufrido violencia o han perdido sus hogares. Algunas también han perdido el contacto con sus familiares.
Atija Bacar, 65 años, originaria de Mocímboa da Praia, perdió a su marido y su hijo, ambos asesinados por hombres armados durante un ataque. “Desde abril estoy en Mueda. Aquí todo el mundo duerme en el suelo y los techos no son fuertes. Me preocupa que no resistan durante la temporada de lluvias”.
A medida que se acerca la temporada de lluvias, las fuertes precipitaciones y el riesgo de ciclones plantean retos adicionales tanto para la población desplazada como para las comunidades de acogida y pueden agravar su vulnerabilidad y las necesidades humanitarias actuales. La prevención es crucial para evitar brotes de enfermedades transmitidas por el agua, como el cólera y la malaria, que pueden alcanzar su punto álgido durante este periodo.
““Tengo parientes repartidos por Cabo Delgado. Intento hablar con ellos con frecuencia. Mis momentos de felicidad en el campo son cuando juego con mis nietos”, continúa explicando Atija. “La guerra civil de Mozambique me afectó cuando era joven. La guerra actual parece más dura en comparación. Ahora si te atrapan, te matan. Pero si la violencia termina, estaré lista para volver a casa"“