La odisea del 'Ulises' ilustrado de Eduardo Arroyo
- El pintor persiguió buena parte de su vida publicar sus dibujos con el texto de James Joyce
- Se cumplen 100 años del Ulises, una obra que sigue fascinando a los autores españoles
Se cumplen cien años de la primera edición del Ulises de James Joyce y el influjo de este artefacto literario se mantiene intacto. Continúa siendo escudriñado al milímetro por cientos de expertos que recomponen el cataclismo de su significado.
Si es que existiera porque el propio Joyce admitió que buscaba “la inmortalidad” a base de remover los cimientos literarios. La novela amasa Irlanda, simbolismo, montaje cinematográfico y trazas de psicoanálisis, sin aparente orden ni concierto en más de 700 páginas que muy pocos consiguen completar.
Y un logro más. Escasas obras maestras han levantado casi en la misma proporción rechazo visceral e inquebrantable devoción. El pintor Eduardo Arroyo (1937-2018) se encontraba entre los “joyceanos” militantes. En 1989 durante la convalecencia de una enfermedad grave se planteó un reto titánico e inédito: plasmar el Ulises en dibujos tras un encargo del Círculo de Lectores.
“Él decía que estuvo a punto de morir y que el hecho de poder trabajar en las ilustraciones del Ulises le dio la fuerza necesaria para salir de esa situación tan complicada Y sí, estaba ahí, en el hospital, trabajando con los dibujos encima de la cama. Era todo un proceso para él y le ayudó a superar la enfermedad”, cuenta el editor Joan Tarrida, amigo personal de Arroyo.
El escollo de los derechos de autor
El intento se estrelló contra un muro legal. El nieto del autor, Stephen Joyce, controvertido albacea de los derechos de la obra, se negó rotundamente a que se tocara alegando que el escritor no lo hubiera deseado. En realidad, el irlandés sí que pidió a Picasso dibujos del Ulises aunque el malagueño jamás respondió al encargo. También existió un libro ilustrado de Matisse con seis dibujos sobre La Odisea. Intentos vanos.
Las ilustraciones de Arroyo se publicaron finalmente con un texto del escritor Julián Ríos en 1991. Un Ulises sin el Ulises en una versión escamoteada para sortear el embrollo judicial.
Pero Eduardo Arroyo, lector insaciable a la vez que excelente novelista, no se arredró y continuó a la caza del sueño. El artista dibujaba la literatura: ilustró los cinco primeros libros de la Biblia, muchas novelas de Juan Goytisolo, bosquejó numerosos retratos de escritores como Quevedo y diseminaba en sus creaciones referencias a Kafka o Balzac. Pero el Ulises lo era todo.
“En los últimos años de su vida, me lo decía muchas veces: tenemos que hacer Ulises… Era su máxima ilusión”, recuerda Tarrida, editor de Galaxia Gutenberg, que ha cristalizado el anhelo del pintor. Ha publicado este mes coincidiendo con el aniversario del centenario, el Ulises en imágenes de Arroyo junto a la novela en castellano y en inglés en colaboración con la editorial Other Press.
La liberación de los derechos de autor en español de James Joyce (1882-1941), el 31 de diciembre de 2021, ha saldado la cuenta pendiente. A los 80 años de la muerte del creador, la propiedad intelectual pasa a dominio público.
Eduardo Arroyó falleció en 2018 y no vio emerger a la luz el proyecto de su vida pero sí participó en su construcción. Su Ulises es una lectura en dibujos sin la tentación de las interpretaciones, bajo su pincelada vigorosa y reconocible. Una fusión en 134 ilustraciones en color y 200 en blanco y negro, por la que desfilan Leopold Bloom, Stephen Dedalus y compañía en las andanzas de un día por las calles de Dublín.
La influencia de la obra: de Dámaso Alonso a Torrente Ballester
Tras múltiples censuras, Joyce publicó Ulises en 1922 en París y dinamitó sin complejos el canon literario. Asignó a cada episodio una técnica de escritura conectada con La Odisea de Homero. Un big bang caótico cuyo cénit es el monólogo interior que sigue el hilo de los pensamientos de los personajes (sin signos de puntuación en el célebre cierre de Molly Bloom). Una transgresión sin precedentes que aterrizó a fuego lento en España.
La Revista de Occidente de Ortega y Gasset recogió en 1924 que algo se movía en el universo literario siguiendo la estela de la prensa francesa. Arranca paso a paso la fascinación por Joyce rodeada de mitología: Dámaso Alonso tradujo a escondidas y bajo pseudónimo (Alfonso Donado) Retrato del artista adolescente al ser tachada de “escandalosa”. También avanza la demolición: Antonio Machado afirmó que Joyce “era el representante de una novela acabada. Un canto de grajo”, mientras que Pío Baroja le tildó de “dislocado, absurdo, incomprensible y disparatado”.
“A partir de entonces se tenía que escribir de otra manera, ya que es un libro que cuestiona la literatura hasta el momento. Ya no se trata de escribir una historia que tenga un relato, sino de romperlo en mil pedazos. Es una revolución similar a la que se produjo con el arte abstracto que termina con el arte figurativo”, explica el periodista y escritor Carlos García Santa Cecilia, autor de La recepción de James Joyce en la prensa española (1921-1976).
Durante la guerra y el franquismo, la obra de James Joyce es barrida del mapa por “obscena”. El realismo social copa la literatura de los 50 y Ulises está fuera de foco. Hasta que estalla la fiebre por Joyce en los 70. Los escritores Luis Martín Santos y Juan Goytisolo ejercen de punta de lanza en esta ruptura del realismo. Lo “joyceano” está de moda y otros tres escritores de altura intentan emular el estilo con resultados desiguales.
“Delibes lo intenta con una novela que rompe el tiempo y el espacio, que es Mujer de rojo sobre fondo gris. Cela intenta hacer cosas raras, se pone una venda en los ojos y escribe a ciegas. Tampoco lo consigue. Creo que el que se desesperó mucho pero al final lo consiguió, es un gran autor que consigue establecer las técnicas de Joyce. Es Gonzalo Torrente Ballester con la novela La saga fuga de J.B. ”, señala el experto.
La propia traducción de la obra constituyó otra odisea. La primera versión en español fue publicada en 1945 en Buenos Aires por José Salas Subirats. Escritor autodidacta de manuales de autoayuda y agente de seguros, que abordó la prosa turbulenta de James Joyce por pura afición. De nuevo, el magnetismo.
Quizás la definición más aquilatada sea la de Jorge Luis Borges, que también ejerció de traductor de Joyce: “En el Ulises hay sentencias, hay párrafos, que no son inferiores a los más ilustres de Shakespeare. Si tuviésemos que salvar alguna novela moderna, esta debería ser Ulises y el Finnegans Wake”, reverenció.
Las razones del autor irlandés eran algo más burlonas. Joyce planteó introducir tantos enigmas en el texto que mantendrían ocupados a los pensadores durante siglos discutiendo sobre el mismo. A fe que lo consiguió.