'El gran libro de los perros', canto póstumo a disfrutar la vida de Miguel Gallardo
- Se publica la obra póstuma de Miguel Gallardo, dibujada a cuatro manos con su esposa Karin Du Croo
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No hay nada que suene a despedida en El gran libro de los perros (Astiberri) obra póstuma que el fallecido Miguel Gallardo dibujó a cuatro manos con su esposa Karin Du Croo, y que convirtieron en un canto a la vida canalizado por el cariño a Cala, su perrita adoptada, que les ayudó a sobrellevar la pandemia y el tumor que acabó con la vida del dibujante.
Cala entró en la vida de Gallardo casi a su pesar, porque durante años y años su compañera, la artista e ilustradora Karin Du Croo, le insistió, imploró, suplicó, reclamó -todos los verbos posibles cabrían aquí- sobre la posibilidad de tener un perro, a lo que el dibujante se mantuvo firme: "¡Ni hablar! ¡¡Tengo muchas movidas para ocuparme de un chucho", desvela una de las viñetas.
"Ya veremos", debió pensar Du Croo, que no contaba con el aliado del azar que se presentó en forma de un viaje que su madre hizo a África, lo que obligó a la pareja a cuidar de Valentina, una diminuta Shih Tzu, con la que Gallardo tuvo un flechazo en los quince días que la tuvieron a su cargo, y que le generó un pequeño trauma cuando su dueña vino a por ella.
"¡Pero bueno! ¿Qué te ha dado ahora por tener un perro?, le preguntó Karin, sorprendida ante el cambio de opinión de Gallardo sobre los canes, para sonsacarle si ese sentimiento no sería "un capricho" y si iba a estar dispuesto a implicarse en las obligaciones y rutinas que conllevaba adoptar uno.
"En una vida anterior seguro que fuí perro"
Gallardo acabó admitiendo que le haría compañía "porque en una vida anterior seguro que fui un perro" (o al menos así lo desvela el libro). La decisión estaba tomada: tendrían perro (o perra).
Comenzaba así la búsqueda por asociaciones y perreras que esta novela gráfica, que funciona de guía perruna sobre lo que significa meter un animal en casa -papeleo, alimentación, cuidados, chips, manías, buscar nombre...- narra desde el humor, sin olvidar cierto componente didáctico para ayudar a otros posibles "amos expectantes".
Fue en junio de 2019, a través de un anuncio en "facedog" de la Asociación de Animalistas Sin Fronteras, cuando la pareja se cruzó con los ojos negros, un poco implorantes, y las orejas puntiagudas de una perrilla asilvestrada, cruce de terrier y quién sabe qué más, rescatada a las afueras de Puerta de Segura, junto a la sierra de Cazorla (Jaén).
"Se lleva bien con otros perros, gatos y niños. Carácter muy dulce y juguetona. Busca acogida y adopción", describía el anuncio al que Miguel y Karin contestaron rápidamente, aunque en ese momento aquella perrita todavía respondía, es un decir, al nombre de Juna, porque la habían encontrado el Día de San Juan y llevado a una casa de acogida, lejos de los malos tratos que parecía haber sufrido.
Gallardo y Du Croo se alternan a lo largo de las páginas a la hora de ofrecer su punto de vista para explicar cómo fue la adopción y la adaptación de Cala, pero dejan que sea la perra la que, con "acento" andaluz, ofrezca su "propia" versión del viaje desde Jaén y la llegada a su futuro hogar barcelonés, el 31 de agosto, cumpleaños del dibujante y, a partir de entonces, también de la perrilla.
Se publica 20 días después de la muerte de Gallardo
El gran libro de los perros (Astiberri) se publica ahora, veinte días después de la muerte de Gallardo a consecuencia de un tumor cerebral, del que fue operado poco antes del comienzo de la pandemia en 2020, en un proceso que él mismo narró con humor y alejado de cualquier dramatismo -como hizo siempre con maestría- en Algo extraño me pasó de camino a casa.
Los primeros meses barceloneses de Cala, su aterrizaje en la ciudad, la aclimatación a la presencia de humanos que de repente la quieren, sus relaciones sociales con otros perros en el parque del Nord (con la ecléctica interacción entre la fauna de dueños) coincidieron en el tiempo con el momento en el que a Gallardo le detectaron el tumor.
La alegría de vivir del animal, su curiosidad por el nuevo entorno doméstico, en el que era tratada como una reina por sus "súbditos-amos", sus destrozos constantes de mobiliario y elementos variados de la casa (esos "Tintin" primera edición....) y las obligaciones que conllevaban su cuidado fueron una especie de antídoto contra el inevitable desánimo de la enfermedad.
"El fino olfato de Cala percibió que algo extraño estaba pasando y enseguida se puso manos a la obra. De día, hacía intensas curas (lametones) donde estaba la cicatriz de la operación. De noche dormía atenta a su lado", relata la ilustradora en las viñetas que le corresponden sobre "los poderes curativos de Cala".
Además, la perrilla se convirtió en un salvoconducto esencial para que Gallardo y Du Croo pudieran liberar la mente con largos paseos durante los meses duros de pandemia, también para María, la hija autista del dibujante, con la que, "por instinto" conectó en su primer encuentro, al poner el hocico entre sus piernas.
"Aunque parezca un poco Paulo Coelho, Cala ha entrado en nuestras vidas con potencia curativa y al final nos ha llevado a participar juntos en un proyecto que nos hace recuperar la curiosidad y la ilusión por la vida", señalaban el matrimonio de autores -se casaron poco antes de la muerte de Gallardo- en una carta a su perra que clausura el libro, y que debe leerse, a pesar de todo, como una exaltación de la existencia: "Gracias, Cala".