La batalla invisible por salvar el patrimonio cultural en las guerras
- Leópolis, capital cultural de Ucrania, ha protegido sus principales monumentos y obras de arte
- El Museo del Prado fue pionero en la evacuación de sus tesoros en la Guerra Civil
- Durante la IIGM se produjeron saqueos sistemáticos y en conflictos recientes, en Siria e Irak
En los edificios y plazas de Leópolis, capital cultural de Ucrania localizada al oeste del país, se libra una lucha callada que a menudo se diluye en los márgenes de los libros de historia en el relato de las guerras: la protección del patrimonio cultural en una ciudad donde se estrecha el cerco de los ataques, y que a su vez es puerta al exilio para miles de ucranianos que huyen de los bombardeos hacia Polonia.
El 24 de febrero Rusia invadió Ucrania y la Unesco dio la voz de alarma internacional ante el riesgo de destrucción de los tesoros artísticos de Leópolis. Su casco histórico medieval está declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad y se valora como una fusión armoniosa entre la arquitectura de Europa Oriental y Central. En el centro urbano conviven edificios de diferentes periodos en perfecta conservación.
El plan de salvaguarda arrancó a contrarreloj: los voluntarios llevan semanas protegiendo monumentos y palacios con placas metálicas, precintos y sacos terreros. La Galería Nacional de Arte, epicentro del protocolo de evacuación de los museos ucranianos, ha descolgado las pinturas de sus salas (entre sus ricos fondos se encuentra una maja de Goya). Medio millar de obras duermen ya en lugares secretos esperando el fin de la guerra.
El protocolo de emergencia de Ucrania es similar al de numerosas instituciones culturales del mundo. Actuaciones relámpago ante la amenaza de catástrofes naturales como terremotos o incendios, atentados terroristas y conflictos bélicos.
Estrella Sanz, conservadora de bienes culturales y especialista en planes de protección de colecciones en emergencias, explica a RTVE.es cómo el semáforo rojo de amenaza marca los pasos.
“Lo ideal en una primera fase es que las obras se muevan en el mismo edificio para evitar embalajes. Si este nivel de riesgo va subiendo, se busca una evacuación a otro inmueble dentro de la misma ciudad o ciudades próximas más seguras. Como último recurso, se firman acuerdos internacionales para que las piezas se puedan depositar temporalmente en otras instituciones fuera del país”, señala.
“Se buscan sitios que tengan una seguridad a nivel estructural y arquitectónica como cerraduras de seguridad y vigilancia. Y si es posible, que cumplan unas condiciones de temperatura, humedad relativa o control de plagas que son otros de los factores que pueden afectar”, detalla Sanz que ha participado en la redacción del Plan de Protección del Museo del Prado (2019).
La "épica" evacuación de las obras del Prado
Precisamente, el Prado fue el primer gran museo en organizar un protocolo de evacuación de sus obras maestras durante la Guerra Civil, disecciona el catedrático de Historia Miguel Martorell. “Antes de la Guerra Civil española las batallas se libraban en el frente pero en España comenzaron los bombardeos para masacrar a la población civil, y acabaron tocando a los museos en retaguardia”.
Las bombas que asediaban Madrid afectaron al edificio del Paseo del Prado del siglo XIX y sonaron como un estruendoso ultimátum. La Junta de Protección del Tesoro Artístico de la República organizó el traslado en 1937, en una tarea titánica de clasificación de fondos donde cada pequeño detalle se mantuvo engranado.
El poeta Rafael Alberti formó parte de la Junta y describió las oscuras sensaciones en las entrañas de un Prado evacuado: “Todo el Museo había descendido a los sótanos para guarecerse de los bárbaros e incultos trimotores alemanes. Desde el interior, las ventanas bajas habían sido cubiertas con planchas de metal y sacos terreros. Por fuera no tenían cristales. Más de cinco mil cuadros, centenares de obras maestras entre ellos, se veían allí como muertos de miedo, hombro con hombro, temblando en los rincones".
Arrancó entonces un viaje épico por etapas donde 425 piezas, entre las que se encontraban joyas como Las hilanderas de Velázquez, se trasladaron en camiones militares apoyados por vehículos cisterna desde la capital a Valencia, pasaron por el Monasterio de Pedralbes en Cataluña, y finalmente se depositaron en la Sociedad de Naciones en Ginebra en 1939.
En el trayecto, el camión que portaba La carga de los mamelucos de Goya chocó con un balcón. La pintura sufrió daños relevantes que fueron reparados discretamente en las paradas por restauradores de guardia, al igual que otros cuadros que resultaron lastimados. Los tesoros del Prado se salvaron de las explosiones en una operación que se valora como “modélica”.
“El embalaje se realizó por empresas especializadas (las obras fueron impermeabilizadas y protegidas en cajas atornilladas), se incluyeron extintores en los camiones que tenían que moverse a una velocidad determinada (máximo 30 kilómetros por hora) para que las vibraciones no afectaran a las pinturas”, subraya Estrella Sanz.
Esta caravana de arte en guerra fue adelantada a su tiempo. Los parámetros de riesgo que se aplicaron son los que “actualmente la comunidad científica contempla para el movimiento de obras de arte”, indican desde la web de El Prado.
Los "rescatadores" de arte en la Segunda Guerra Mundial
Más otra huella en la historia: durante la Segunda Guerra Mundial los museos europeos se guiaron por la experiencia española para dispersar sus obras en una carrera frenética de salvamento ante el avance de los nazis. Como ejemplo, parte de las piezas del Museo del Louvre acabaron en castillos de la región del Loira.
“Los directores de los museos franceses, ingleses, belgas tienen tiempo de prepararse, sacan las obras más importantes y las llevan a sitios seguros como sótanos, castillos, búnkeres, cámaras acorazadas en los bancos o a minas. Los alemanes van a hacer lo mismo cuando empiezan los bombardeos. Así vemos estas grandes minas de sal en Alemania en las que se encuentra mucho arte”, relata Miguel Martorell, historiador y autor de El expolio nazi.
El robo de bienes culturales fue sistemático y a gran escala durante el III Reich. En Francia, los nazis saquearon 100.000 objetos entre cuadros, esculturas, tapices, muebles, al final de la guerra solo se recuperan 40.000. El resto “o bien se destruyeron o están en el mercado negro”. En Holanda robaron 30.000, en Rusia el número de piezas es “incalculable”, pero se sabe que los aliados devolvieron un millón, señala Martorell.
Para enfrentar esta gigantesca diáspora, norteamericanos y británicos formaron un grupo militarizado de “rescatadores” y protectores de patrimonio, los conocidos como The Monuments Men (Los hombres de los monumentos).
Eran especialistas en pintura, escultura o arquitectura, desde estudiantes a directores de museos, que seguían el recorrido del frente alemán y alertaban sobre el terreno de los monumentos en peligro. Al finalizar la guerra, rastrearon los escondites para devolver las piezas a sus países de origen en una labor de puro amor al arte.
“Retornaron muchas obras con una rapidez considerable. Pero uno de los problemas de los Monuments Men es que a pesar de que su trabajo es heroico, en realidad, son muy pocos. Básicamente lo que hacen es inventariar el arte que encuentran en grandes depósitos o en las minas. Les resulta mucho más difícil investigar las obras que hay en manos de particulares”, relata el profesor Martorell.
La desprotección de los bienes culturales ante los saqueos
Tras la debacle de la IIGM, más de un centenar de países rubricaron en 1954 la Convención de La Haya para la Protección de los Bienes Culturales en caso de guerra, un tratado internacional que cuenta con un símbolo protector (un triángulo y un rombo azul) para identificar los bienes amenazados.
Aunque conflictos más recientes han situado de nuevo en primer plano la desprotección endémica del patrimonio cultural ante los saqueos.
Siria es un territorio brutalmente castigado por las guerras que se han cebado en monumentos emblemáticos como la ciudad grecorromana de Palmira, conjunto arquitectónico Patrimonio de la Humanidad con más de 2.000 años de antiguedad. Los yihadistas dinamitaron su Arco del Triunfo en 2015 y decapitaron al arqueólogo responsable del yacimiento. Una catástrofe cultural y humanitaria condenada por la comunidad internacional.
En 2003, en la posguerra en Irak, se desmontaron piedra a piedra las ruinas de la antigua Babilonia y se arrasó el Museo Nacional de Arqueología. Se perdió la colección de tablas de barro cuneiformes que muestran el origen de la escritura sumeria, entre otras joyas de valor incalculable.
Otro de los ejemplos cuya imagen dio la vuelta al mundo fue la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo durante la Guerra de los Balcanes. El edificio simbolizaba la mezcla de culturas y fue pasto de las bombas incendiarias en el verano de 1992. Documentos de 500 años de antigüedad y manuscritos de la era otomana quedaron reducidos a cenizas.
Desde el 24 de octubre de 1997 se celebra el Día Internacional de las Bibliotecas en recuerdo a Sarajevo, para que no se extinga la memoria frente al horror.
“Cuando quieres eliminar literalmente a un enemigo no solamente lo masacras a él sino que liquidas todo lo que tiene que ver con su cultura. Los edificios son muchas veces las señas de identidad más importantes. Los serbios no solo destruyeron la Biblioteca de Sarajevo, también todo lo que se vinculaba a la religión musulmana como las mezquitas. En el juicio en el Tribunal Penal Internacional de La Haya por la guerra de Yugoslavia se incluyó la destrucción de monumentos como genocidio y crímenes contra la humanidad”, detalla Miguel Martorell.
De vuelta a Ucrania, en la centenaria Biblioteca Nacional de Ciencias de Leópolis, que ha cerrado sus puertas, se impone el pesado silencio de las salas vacías. El personal se afana por salvar los ejemplares más valiosos que se hallan bajo tierra entre sacos de arena y alejados de las ventanas para esquivar posibles bombardeos.
Su director recuerda a TVE con preocupación que la biblioteca atesora la historia de un país que ya ha sufrido demasiadas guerras, en una batalla invisible por salvar la cultura.