Dentro de la morgue de Mykolaiv: "Quise ver a mi padre, tenía que comprobar que era él"
- Mykolaiv se ha convertido en un escudo de Odesa, en un punto de contención ante el avance de la invasión por el sur
- Acompañamos a Ana a reconocer a su padre tras días de búsqueda desesperada: "Teníamos esperanza de que estuviera vivo"
- Guerra Rusia - Ucrania, sigue la última hora en directo
Ana acaba de identificar el cadáver de su padre. El cuerpo descuartizado e irreconocible de Nikolai, de 62 años, estaba en la morgue de Mykolaiv, entre decenas de militares y también vecinos y civiles, amontonados unos con otros. Estamos en una localidad del sureste de Ucrania que sufre el asedio de las tropas rusas. La ciudad resiste a costa de muchas muertes.
En la morgue se ven cadáveres en el suelo, no caben todos. El número de fallecidos aumenta a medida que avanzan los combates cuerpo a cuerpo entre los dos ejércitos. Los bombardeos desde el aire también se han intensificado desde que las tropas rusas se hicieron con el control de Jersón, una de las ciudades más importantes del sur, y el objetivo de Moscú es tomar Mykolaiv para llegar hasta Odesa y aislar así a Ucrania del Mar Negro.
Mykolaiv, el escudo de Odesa
Por eso, Mykolaiv se ha convertido en un escudo de Odesa, en un punto de contención ante el avance de la invasión por el sur. El precio es alto, han soportado una constante lluvia de cohetes y proyectiles en los últimos días que están causando una gran destrucción. El olor a muerte está en todas partes. Los cuerpos yacen incluso en el patio, en bolsas de plásticos negras, cada una marcada con una etiqueta y un número: 704, 705, 706. El olor a descomposición junto al desinfectante es insoportable.
Los empleados están desbordados, no dan más de sí y aunque suenen las sirenas antiaéreas siguen trabajando haciendo autopsias y tratando de identificar cada cuerpo. "Llevo 15 años trabajando aquí y este está siendo el peor momento de mi vida", dice en una de las salas un médico forense. Agotado, sentado sobre la mesa, estira los brazos para apoyarlos como si fuera incapaz de sujetarse. "Tenemos mucho trabajo", asegura. Lo peor, dice, es ver el sufrimiento de quienes se quedan. No dan abasto porque aquí llegan los fallecidos también de otra batallas.
La desesperación de Ana y su familia llena el espacio de angustia, mientras se escuchan los bombardeos de fondo. En estado de shock, la joven intenta responder a nuestras preguntas, necesita contar que su padre era un civil que ha sido víctima de un ataque en la escuela. Es casi un grito.
La última vez que lo vio fue en la madrugada del 13 de marzo. Aviones rusos bombardearon la pequeña localidad de Zeleny Gay, en Mykolaiv. "Lanzaban cohetes y bombas sobre las casas de los civiles y bombardearon la escuela”, relata. El edificio se había convertido en refugio de los habitantes del pueblo. "Mi papá estaba en la escuela haciendo rondas por las estancias para comprobar si todo estaba en orden", cuenta.
"Teníamos esperanzas de que estuviera vivo"
La explosión ocurrió cuando estaba en la primera planta del edificio, en total había allí cinco personas. Cuatro murieron y uno está en estado grave. Entre los fallecidos, todos eran militares excepto él. El Ministerio de Situaciones de Emergencia tardó dos días en localizarlo. “Teníamos la esperanza de que estuviera vivo, pero no sobrevivió a las heridas”, cuenta. Llevaba dos días buscándolo sin éxito. El teléfono estaba siempre apagado. Preguntaba por él y nadie podía confirmar dónde estaba.
Pero este martes su cuerpo fue encontrado en los alrededores del impacto. "Quise verlo, tenía que comprobar que era él", relata mientras llora. Nadie puede consolarla, ni a ella ni a su madre ni a su hermana. Quiere dejar claro que su padre estaba ayudando a las personas que llegaban en busca de un lugar seguro. Los colegios están cerrados, pero se han convertido en refugios antibombas subterráneos para muchas personas.
En los ataques han fallecido también niños y niñas, nos recuerda Ana. Sus ojos de un azul agua disimulan las lágrimas, pero los sollozos expresan un dolor incalculable. Abraza a sus hermanas y a su madre, les acompañan sus tíos y una tía. La madre es incapaz de pronunciarse, solo llora y escucha las indicaciones de su hija: “Vamos a celebrar el funeral y nos iremos”.
Los rusos bombardearon una mañana muy temprano, entre las 5 y las 7, uno de los cohetes voló rozando el techo de su casa y "milagrosamente no explotó". Entonces decidieron salir del pueblo, "papá nos dijo que fuéramos rápidamente a un lugar seguro", añade. Pero él se negó a ir con ellas. Estaba muy preocupado por el resto de la gente, era voluntario, quería ayudar. Y no pudo ayudarse a sí mismo. "Nos vamos a ir de aquí, cruzaremos la frontera", dice.
El Ejército ucraniano considera esta ciudad como un auténtico símbolo de resistencia de la guerra contra Rusia. De arquitectura sencilla, casas pequeñas construidas durante la época soviética, es un modelo de ciudad impenetrable. No se permitía a los extranjeros visitarla porque era un astillero militar donde se construían cruceros de misiles y portaaviones.
"Me voy al refugio, están sonando las sirenas"
Impresiona ver las calles desiertas castigadas al abandono, parecen vacías, pero muchas personas aún se esconden y se niegan a salir del pueblo. Incluso de sus casas. A Eugeni le encontramos en la puerta del hospital. Había traído a su sobrina para saludar a su madre enfermera que lleva 14 días trabajando sin parar. Ella sale, se funde en un abrazo con su hija y vuelven a despedirse. Eugeni quiere enseñarnos su barrio, cómo ha quedado destruido.
Suenan las sirenas, se vuelven a escuchar bombardeos. Luvob, una mujer de 70 años, sale con una bolsa morada con unas chanclas, algo de ropa y apresura el paso. "Me voy a un refugio, están sonando las sirenas". El edificio donde vive ha sufrido daños, hay boquetes en los muros a causa del impacto de una explosión. Cuando regresa, tiene la amabilidad de enseñarnos su casa. Poco se puede ver porque hay mucha oscuridad. "No tenemos ni luz ni agua", explica. Alumbra con el móvil y una vez dentro enseña cómo sustituir las ventanas por mantas y sábanas.
Miedo es la palabra que más repiten. Explican que la ciudad está siendo el ángel de la guarda de la estratégica Odesa y el último bastión que impide a las tropas de Vladímir Putin llegar a la perla del Mar Negro. Nos advierten de los cristales en el suelo de las casas que se han quedado sin ventanas. Por toda la ciudad hay largas colas de personas aguardan para recibir ayuda. Los supermercados están vacíos y escasean las medicinas.
Los refugios son fácilmente identificables. En una calle se ve a un grupo de personas a las que se las traga la tierra escaleras abajo. Allí están Irina con Elisabeth y sus dos hijas. Las dos niñas juegan con el móvil y tienen muñecas para entretenerse. Las cuatro se sientan allí día y noche porque se sienten más protegidas. Irina solo lleva consigo una carpeta amarilla en la que tiene todos sus documentos. Acaba de superar un cáncer y en esa carpeta tiene todo su historial médico. "Tengo a mi hija y los papeles de mi enfermedad. Es todo lo que llevo", resume aterrorizada.