'Licorice Pizza': Érase otra vez en California
- La película de Paul Thomas Anderson está nominada a mejor película, dirección y guion
El cine de Paul Thomas Anderson vive en el pasado. No solo porque la mayoría de su filmografía se sitúe en distintas épocas, sino porque sus esquemas narrativos y aspectos formales habitan siempre en el cine americano de los años 70, al que le debe todo y del que puede considerarse una especie de gran maestro tardío.
Licorice Pizza está nominada a tres Oscar, mejor película, mejor director y mejor guion original, con opciones en esta última categoría. Tras ocho nominaciones sin premio, quizá ha llegado el momento de que Hollywood reconozca a uno de los cineastas estadounidenses vivos (y californiano además) más importantes.
[TODAS LAS NOMINACIONES A LOS OSCAR 2022]
Sobre el hilo de una improbable historia de amor –la de un avispado chaval de 15 años (Cooper Hoffman), emprendedor y actor infantil, con una desorientada veinteañera (Alana Haim)- Thomas Anderson elabora lo que no deja de ser una suma de anécdotas reales: Licorice Pizza siempre parece natural y nunca guionizada. Durante dos horas, desfila en la pantalla el mundo de los actores infantiles, el nacimiento de un negocio de camas de agua y otro de máquinas pinball, estrellas y productores de cine en líos, o una campaña política para la alcaldía de Los Ángeles.
Licorice Pizza tiene mucho de película hecha con amigos. Cooper Hoffman es el hijo del fallecido Philip Seymour Hoffman (actor fetiche para Thomas Anderson); Alana Haim es vocalista de Haim, grupo para el que el cineasta ha rodado videoclips, y sus hermanas y padres también participan). Sean Penn (como un trasunto de William Holden) y Bradley Cooper (como Jon Peters, en un ajuste de cuentas con el controvertido productor) tienen su pequeño papel, así como Tom Waits, el cineasta Benny Safdie o la cómica y mujer Thomas Anderson, Maya Rudolph.
Licorice Pizza puede interpretarse como un reverso festivo de Puro vicio. Si aquella capturaba lo turbio y enajenado de la California de comienzo de los 70, esta celebra la textura de su infancia, aunque, al contrario que las películas nostálgicas, trata al pasado con el respeto del presente. Licorice Pizza es una película que esconde su complejidad, y que se opone, en su ligereza argumental, a la tendencia del director a recrearse en las enfermedades mentales (Pozos de ambición, The master, El hilo invisible).
Como Tarantino en Érase una vez en Hollywood, Thomas Anderson vuelca en Licorice Pizza su amor por un territorio mítico y despliega todos sus recursos visuales de narrados superdotado. También sus excesos, como su querencia a trufar de canciones la narración, marca de la casa heredada de Scorsese, que a veces parece un abuso pasado de moda.
California ya no es un espejo grotesco sino un escenario romántico, mucho más cerca de Embriagados de amor que de cualquiera de las otras películas de Anderson y que, sobre cualquier otra imagen, queda la de dos amantes corriendo por el Valle de San Fernando.