Karina, Valeri, Andréi y Valentina: el antes y el después de cuatro vidas truncadas por la guerra
- Dos refugiadas, un músico en Odesa y un ruso en Moscú relatan un día normal para ellos antes y después del conflicto
- Un mes después de que cayeran las primeras bombas, la preocupación por el futuro marca su día a día
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- Guerra de Ucrania: así ha cambiado el mapa del país un mes después
Despertarse, desayunar, cuidar de sus hijos o padres, trabajar, ir a misa, tocar el contrabajo, salir con amigos, viajar, ver una serie en el sofá. El día a día de Karina, Andréi, Valeri y Valentina era como el de cualquier persona hasta el pasado 24 de febrero. Entonces, Rusia comenzó su ofensiva en Ucrania y la vida de ellos cuatro, como la de millones de personas en los dos países, cambió para siempre.
Hoy dedican gran parte de su vida cotidiana a pensar. A pensar en el futuro, en los que se han quedado en un país en guerra o en qué hacer si el conflicto les alcanza. RTVE.es recoge los testimonios de cuatro personas, dos de ellas refugiadas ucranianas que abandonaron el país, una que sigue en el país y otra que vive en Rusia, para conocer el impacto del conflicto en sus vidas un mes después de que comenzaran a caer las primeras bombas.
Karina: "Iba con mis amigos a descubrir rincones desconocidos de Kiev"
"¿Cómo era un día normal en Kiev? Te voy a contestar en presente porque no estoy preparada para hablar de ello en pasado aún". Karina, de 26 años, es una de las más de tres millones de personas que han abandonado Ucrania desde el inicio de la guerra hace un mes, un conflicto que ha trastocado vidas "totalmente normales", como la suya, afirma.
"Me levanto a las 06:30, hago algo de deporte, hago mi rutina de belleza, me maquillo y voy a la oficina", relata, en presente, su día a día en la capital ucraniana. Karina venía originalmente de Poltava, una región situada entre Kiev y Járkov, dos objetivos estratégicos del ataque ruso. Llegó a la principal ciudad del país a estudiar Ciencias Políticas en 2016, y hace poco había empezado a trabajar en una escuela internacional de idiomas.
Los martes y jueves tiene clases de inglés. "Y el resto del tiempo libre quedo con mis amigos, nos dedicamos a descubrir rincones de esa ciudad tan bonita que es Kiev. A mí además me encanta el teatro, voy mucho", cuenta. Ahora, todo ha cambiado.
Cuando empezó la guerra, pensó: "Será una broma, serán fake news, algo así es imposible en el siglo XXI". Se dio cuenta de que era real cuando vio un tanque pasando por su calle y escuchó las primeras explosiones. "Al principio me fui al apartamento de una amiga. Yo pensaba quedarme en Kiev, pero mi familia me convenció de que saliera del país".
Tras un viaje en tren durante 11 horas -en las que fue todo el tiempo de pie- a Leópolis, dos días allí, otro tren de 24 horas a la frontera polaca –"una experiencia que no se puede describir con palabras", afirma- y otro tren de más de cinco, llegó a Cracovia. Allí vive temporalmente, alojada en casa de un español que ofreció su casa en Facebook a los refugiados ucranianos, y su rutina ha dado un giro por completo.
"Aquí ya no madrugo tanto", dice, entre risas. "Me levanto a las 10, sigo haciendo mi rutina de belleza y luego empiezo a trabajar, pero ahora desde casa y por internet". Además, enseña ruso y ucraniano en una plataforma en línea. Cuando acaba, va al centro de la ciudad y come algo con su nuevo grupo de amigos, en el que hay refugiados ucranianos, polacos, y también varios españoles.
“Luego llamo a mi familia para comprobar si están bien. Siento mucho dolor por ellos“
"Luego llamo a mi familia para comprobar si están bien. Siento mucho dolor por ellos", sigue. Poco después del inicio de la guerra, decidieron dejar la ciudad en la que vivían en Poltava y se mudaron a un pequeño pueblo, donde de momento la guerra no ha causado grandes estragos. Tienen comida y teléfono con el que poder hablar a diario con ella, "y están todo lo seguros que pueden estar", por lo que decidieron no dejar su país.
El resto de las horas las dedica a pensar sobre qué pasará con ella en los próximos meses. "Me gusta Cracovia, es una ciudad tranquila y bonita, pero hay muchos ucranianos buscando casa, trabajo… tengo también otras opciones en Georgia, pero mi sueño es volver a Kiev, ver a mi familia". Aunque los expertos ucranianos creen que la guerra acabará pronto, en algo más de un mes, asegura, ella no está tan convencida. "Tengo un máster en políticas y no tengo ni idea", bromea. "Pero ojalá tengan razón".
Valeri: "En Odesa la vida se ha parado y la música también"
El 23 de febrero, Valeri se despertó a las ocho de la mañana en un hotel de Polonia a 500 kilómetros al sur de Varsovia. Estaba de gira en el país vecino como integrante de la orquesta de Odesa y esa mañana emprendieron el viaje a la capital para hacer un concierto. Se duchó y bajó a desayunar con los demás compañeros. Durante el viaje en autobús pudo terminar la lectura de un libro y vio una película de la que ya no recuerda el título. Todavía no había pasado nada en Ucrania, aunque estaba pendiente de las noticias que advertían de la "concentración de tropas rusas en la frontera".
Salieron a las diez de la mañana y llegaron a las cinco de la tarde. Llegaron y se fueron a hacer las pruebas de sonido. Cenaron antes del concierto y durante los preparativos antes de subir al escenario estuvieron discutiendo sobre la situación en Ucrania. "Teníamos la esperanza de que no pasara nada", relata. Solo la música consiguió que se olvidara de todo durante dos horas. Solo miraba y pensaba en su instrumento.
La gira era para interpretar la obra Bajo los techos de París. Al terminar, se cambiaron de ropa, recogieron los instrumentos y volvieron a subirse al autobús. Aquella noche comió un sándwich, bebió un té y se fue a la cama. Al día siguiente se despertó a las 07:40 y cuando encendió el móvil se encontró con un mensaje de su esposa en el que se leía: "Se han escuchado sirenas antiaéreas en Odesa, ha comenzado la guerra en Ucrania".
Un mes después suenan las sirenas antiaéreas a las 00:25, a las 06:45 y a las 07:40. A esa hora, como siempre, se despierta, pero esta vez lo hace dentro de Odesa. Tres días después del estallido de la guerra, cruzó la frontera a la inversa para volver de la gira y reunirse con su familia en su casa. Tachó del calendario todos los planes, los conciertos y los eventos. Todo lleva un mes parado.
Tras levantarse, pone la cafetera y se asoma para ver a su niña dormir. Mira las noticias. A las 08:30 lleva a su madre al trabajo. Vuelve a casa, juega con su hija, y cada vez que suenan las sirenas antiaéreas pone la música mucho más fuerte "para que la niña no las escuche", asegura. Estos días aprovecha los ratitos que puede para tocar el contrabajo mientras la pequeña juega o se distrae viendo los dibujos.
Hace un par de días le avisaron de que tiene que ir al Ejército. "Me estoy preparando psicológicamente, me cuesta aún asimilarlo". Comen juntos, él vuelve a buscar a su madre al salir del trabajo y se meten en casa. "En Odesa la vida se ha parado y la música también", asegura. Todas las noches disfruta del rato antes de dormir. Uno de sus momentos favoritos es acostar a su pequeña y preparar el té con su esposa. Vive cada día con intensidad mientras observa el traje militar colgado en una percha del armario. "Nos acostamos vestidos", aclara.
“No hago planes para más de un día“
"Me despierto con ropa con la que puedo salir rápidamente, leo las noticias, leo el chat de los voluntarios, quienes me pueden necesitar hoy. Ahora trato de pasar más tiempo con mi hija. No hago planes para más de un día", dice mientras espera la llamada. La guerra marca las prioridades y en el pasillo tiene bolsas con lo más necesario. "Trato de hacer todo hoy y no dejarlo para mañana". La guerra borra las sombras. Ahora, nos dice, es todo blanco o negro. Vida o muerte.
Andréi: "Antes veíamos películas, ahora solo pensamos en el futuro"
"Antes nuestra vida era normal. Bueno, todo lo normal que puede ser vivir en Rusia". Andréi (nombre ficticio) vive en Moscú con su mujer, y aunque está a unos 500 kilómetros del frente, su vida se ha visto trastocada desde que su país comenzó la ofensiva en Ucrania. "Mi día a día era como el de todo el mundo. Me levantaba, me tomaba un café y trabajaba de 10:00 a 19:00. Luego veía una película o una serie con mi mujer. El fin de semana íbamos a dar una vuelta por el centro", enumera.
Ahora, "debido a las protestas, es peligroso ir al centro, la policía te podría detener", asegura. Cuando le preguntamos si tiene miedo de manifestarse en contra de la guerra, responde con otra pregunta: "¿A ti no te daría miedo si vas a una manifestación y si te cogen dos veces te pueden sentenciar de cinco a 15 años de cárcel?". "En Rusia el Gobierno teme tanto a la gente que nos obliga a temer al Gobierno. Han cultivado el miedo durante 15 años", dice. Es la razón por la cual quiere mantenerse en el anonimato.
“¿A ti no te daría miedo si vas a una manifestación y si te cogen dos veces te pueden sentenciar de cinco a 15 años de cárcel?“
Su trabajo también se ha visto afectado por las sanciones internacionales contra Moscú. Era joyero y usaba Instagram como punto de venta, algo que ahora ve imposible. Las sanciones se notan en todos los aspectos de su vida cotidiana. "En los supermercados no hay productos de higiene femenina y los que hay valen el doble o el triple", asegura. Lo mismo ocurre con las medicinas y muchos alimentos, aquellos que se importan desde Europa, sobre todo.
"Pero en Rusia ya hemos vivido varias colapsos económicos, no tenemos miedo de otro. Nuestros padres sobrevivieron a una situación peor en los 90", dice Anna (nombre ficticio), su mujer, también al teléfono. Su mayor preocupación es que el desabastecimiento se generalice o también otras cuestiones como el reclutamiento general que Rusia ha anunciado para el 1 de abril.
Aun así, la incertidumbre de una crisis económica que parece no tocar fondo, con una inflación disparada y la amenaza permanente de quiebra nacional, emponzoña lo que deberían ser sus ratos de ocio en el día a día. "Todos los días miras las noticias para ver hasta dónde llegará la caída de la economía. Ahora ya no vemos películas, hablamos de nuestro futuro y de lo que está en nuestra mano cambiar".
Antes, Andréi y Anna tenían planes de futuro. "Hace un año queríamos comprarnos una casa en Turquía, cerca del mar. Nos lo podíamos permitir con nuestros salarios. Ahora es inconcebible, estamos aislados en este país en contra de nuestra voluntad", se lamenta él.
Valentina: "Le decimos que pronto vamos a volver"
Valentina tiene 91 años y una sonrisa contagiosa que no ha conseguido apagar la guerra. Es sorda y esto la protegió de los sonidos de las sirenas antiaéreas que no han dejado de sonar en Odesa desde el comienzo de la invasión rusa a Ucrania.
Su vida era muy sencilla. Vivía con la familia de su hija y su rutina era monótona. Disfrutaba sobre todo de la visita de familiares y amigos a casa. A su edad aún era independiente, se movía con la ayuda de su bastón y se esforzaba para hacer tareas de la casa.
Sin embargo, el 24 de febrero, toda esa armonía que reinaba en la casa de Valentina, en uno de los barrios más céntricos de Odesa, desapareció. "Ella no quería marcharse", cuenta su nieta. La convencieron enseñándole el fuego en las fotos y vídeos del conflicto. Le explicaron que esta es una ciudad clave para la estrategia rusa. "A ella le gustaba ir a misa, saludar a sus vecinas de toda la vida y llevar las flores al cementerio de vez en cuando para rezar a los que ya no están”, añade.
“Es mayor y ojalá podamos cumplir con nuestra palabra de poder volver a su casa“
Todo esto se ha esfumado desde que se montó en un tren con su nieta, cruzaron la frontera con Hungría, luego cogieron otro tren a Rumanía y de ahí a Grecia. Un mes después del estallido del conflicto, no nota mucho el cambio en su día a día, pero echa de menos su casa y a su familia. "Le decimos que pronto vamos a volver", asegura su nieta. "Es mayor y ojalá podamos cumplir con nuestra palabra de poder volver a su casa".