La huida de Mariúpol: "Rusia no respeta los corredores humanitarios. Nos dispararon durante el trayecto"
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Decenas de coches con las ventanillas rotas se arremolinan en un centro comercial de Zaporiyia. Todos tienen huellas de disparos y los pocos cristales que no se desintegraron permanecen unidos con cinta americana. De su interior emergen los rostros de personas de avanzada edad, mujeres y niños, enrojecidos por las gélidas temperaturas del día y congestionados por la constante amenaza de las balas que desde hace un mes se interponen en sus vidas.
La travesía ha sido dura y excesivamente lenta, casi seis horas para recorrer apenas 200 km, y la fatiga se mezcla con el halo de esperanza que les da ver, al fin, un cielo que no les arroja fuego y muerte, un cielo nítido y sin humos. Al fin, a salvo.
La difícil tarea de escapar
Los que llegan hasta aquí se sienten afortunados. Salir de la ciudad es difícil. “Rusia no está respetando los corredores humanitarios tal y como prometió”, asegura Oryna, una joven de 18 años que ha venido con su abuela. Zaporiyia se ha convertido en la primera parada para los que salen por los corredores humanitarios de Mariúpol. Kiev y Moscú han tardado en acordar esos corredores humanitarios y una vez establecidos siguen sin ser seguros. “Somos civiles, lo llevamos escrito en todos los coches, seguimos a los autobuses y aun así nos disparan”, añade. “Fuimos tiroteados y escuchamos múltiples explosiones muy cerca de la carretera, vimos como las tropas nos disparaban", insiste.
Ellas lo intentaron varias veces. Rusia habla ya de evacuaciones masivas, pero la viceprimera ministra ucraniana, Iryna Vereshchuk, ha acusado a las tropas de Vladímir Putin de volver a impedir la entrega de ayuda humanitaria para quienes permanecen en esta localidad de la orilla norte del mar de Azov.
La abuela está abatida. No puede disimular el dolor y no deja de llorar por todo lo que ha dejado atrás. La nieta se muestra fuerte y no puede venirse abajo para servirle de sustento. Su familia llevaba semanas escondida en un sótano, incomunicada, sin luz, y con escasez de agua y comida. "No era gran cosa, pero nos sentíamos seguras”, señala Oryna. Pero el pasado día 16 de marzo el edificio entero fue bombardeado y destruido, y tardaron horas en ser rescatadas. "Hemos tomado la decisión de huir porque nuestra casa y muchas otras de nuestra calle han sido destruidas", cuenta intentando reconstruir lo ocurrido.
"Solo queremos alejarnos"
"Tuvimos muchísima suerte porque mi padre estaba en los alrededores y pudo rescatarnos. Tuvo que romper la puerta porque no podíamos salir", cuenta. Estaba todo el edificio destruido y tardaron horas en rescatarnos. “Nos fuimos a un pueblo de los alrededores de nuestra ciudad, pero lo habían bombardeado a conciencia y moverse era muy difícil, tardamos mucho tiempo”, cuenta, impactada por tanta destrucción.
“Nos vamos al oeste del país porque allí hay menos bombardeos y menos estrés”, asegura Oryna. Ahora vendrán a recogerles en autobuses y se quedarán durante un par de días en un albergue improvisado donde permanecerán hasta que planifiquen sus siguientes pasos. “Solo queremos alejarnos y mantenernos en un lugar donde quedarnos un tiempo largo", puntualiza.
Marcharse con lo puesto: "En un instante todo se derrumbó"
Lyuba Maksim tiene 21 años y teme que en Mariúpol pase lo mismo que en Melitopol, otra localidad al sur del país que ya está bajo control de Moscú. “Han llegado a hacerse con el control tras destruirla. Nos han dejado sin escuelas, sin jardines y sin administración. Las tiendas están vacías y saqueadas. Todo el mundo está sin trabajo”, nos explica mientras hace la cola para registrarse como desplazada interna para poder continuar su camino.
"Me vine con mis hijos. Nuestras casas fueron las primeras en ser dañadas por los soldados rusos”. El 24 de febrero salieron hacia las afueras de la ciudad, pero el 26 volvieron a por el perro y el gato. "Teníamos las puertas rotas y había soldados rusos en nuestras casas. Nos decían que eran sus casas. Cogieron lo que quisieron, lo que consideraron adecuado. Revolvieron nuestras cosas y rompieron las cerraduras", describe.
Fue entonces cuando comprendió que tenían que marcharse con lo puesto. "Cogí los documentos y nos fuimos a casa de unos amigos". Continúa relatando que, durante este mes de guerra, la situación ha ido a peor y que por esa razón ha decidido ponerse en marcha. “Seguiremos adelante hasta que termine la guerra”, asegura. Es duro lo que están viviendo, continúa relatando Lyuba mientras mira cómo su hijo pequeño juega con el perro, Cada uno reacciona de una forma. "En un instante todo se derrumbó".
La desesperanza en los rostros
Cientos de rostros emergen de los vehículos estacionados en este parking, y en todas las caras parece escrito un mensaje de desesperanza. Las miradas buscan salidas y los oídos, silenciar el estruendo de las bombas. Svetlana deambula con su bastón, llora y nadie puede consolarla.
La abuela de Oryna también llora. Su nieta intenta distraerla mientras varias mujeres la rodean. Finalmente la tranquilizan. Otra joven, concentrada en la pantalla de su móvil, podría estar intentando contactar con algún allegado, no quiere que nadie la moleste. No muy lejos de ella se encuentra Nadezhda. Su nombre significa esperanza en ucraniano. Sin hablar lo dice todo. Se despide con la mano desde el interior del autobús con el que espera trasladarse a otro punto de Ucrania