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Oscar 2022

Nominaciones a mejor banda sonora: de viaje por el mundo y más allá

  • Alberto Iglesias opta por cuarta vez al Oscar por la banda sonora de Madres paralelas
  • Sus rivales son Nicholas Britell, Jonny Greenwood, Germaine Franco y Hans Zimmer

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La nominación de Alberto Iglesias es la cuarta de su carrera y la primera por una película de Almodóvar.
La nominación de Alberto Iglesias es la cuarta de su carrera y la primera por una película de Almodóvar.

Este año, las nominaciones a los premios Oscar, firmes en su internacionalización (a su manera, claro) han viajado en el espacio y tiempo, buscando diversas culturas musicales. Estas podrían, sin mala intención, resumirse así: un inglés, un español, un alemán… no, no sigue ningún chiste; a los que sumar una mexicano-estadounidense y, por fin, un neoyorquino.

Antes de seguir, hay que recordar algo que muchos ya sabréis: ocho categorías de premios van a ser grabadas una hora antes de la gala y se emitirán en diferido, para hacer así, supuestamente, más atractiva la gala. El caso es que dos de estos afectados están en la sección de la banda sonora: la edición de sonido y la mejor partitura del año. Menos mal que John Williams no está nominado. O será que han aprovechado la ocasión.

Alberto Iglesias (Madres paralelas)

Nos ponemos en marcha. Pedro Almodóvar nos propone un viaje temporal en un arco de unos 90 años en Madres paralelas. Este melodrama sobre la maternidad nos obliga a pensar en la herencia, tanto en la genética como en la histórica: qué tenemos de nuestros progenitores y cuál es el legado de la sociedad en la que nacemos.

La partitura ha supuesto la cuarta candidatura para su compositor: Alberto Iglesias, naturalmente. El jardinero fiel (2005), Cometas en el cielo (2007), El topo (2011) y ahora, por primera vez, con una obra junto a Almodóvar. La lectura musical del cineasta vasco ha incorporado al melodrama el thriller histórico. La huella de Bernard Herrmann se evidencia con esas melodías cíclicas, de ondulado fraseo ascendente y descendente, donde lo repetitivo y estático, con el uso en bucle de motivos melódicos, pretende trascender lo emotivo y llevarnos a lo hipnótico. El tejido sonoro de Iglesias construido desde el piano, la orquesta de cuerda, arpa, clarinete, percusión y electrónica consigue unir las tres historias que Almodóvar deja hilvanadas, articulando el viaje sentimental -e identitario- desde los silencios y las palabras.

Aún está escribiéndose la herencia cinematográfica común de estos dos grandes cineastas, Pedro Almodóvar y Alberto iglesias, merecedora en su conjunto de un premio; y recibirlo por esta partitura, sería un justo anticipo.

Jonny Greenwood (El poder del perro)

Otro autor que también está ya en la necesidad de ser reconocido con un Oscar es Jonny Greenwood. Tras El hilo invisible (P. T. Anderson, 2017) ha recibido la segunda nominación por su partitura para El poder del perrode Jane Campion, favorita a ganar los premios a mejor dirección y mejor largometraje. Brillante temporada para el guitarrista de Radiohead, que ha escrito además otra de las mejores partituras del año,  Spencer, la subjetiva visión de la figura de Lady Di de Pablo Larraín.

Si Madres paralelas nos dejaba en los albores de la Guerra Civil, Campion nos suelta en los estertores del salvaje oeste. También hay aquí palabras justas y elocuentes silencios que construyen un tejido social que se desmorona: una homosexualidad latente pero negada con vehemencia por el vaquero protagonista, una venganza entretejida desde el desprecio y la seducción, y enfrente, un débil matrimonio.

La compleja psicología y los íntimos conflictos expuestos en bellos y grandiosos paisajes por Campion, son explicados por el compositor de Oxford a través de cuatro timbres: un banjo, un violonchelo, una pianola modificada y trompas. Estos aportan un color sombrío incrementado por utilizarlos lejos de los significados que les son atribuidos a modo de tópicos musicales: trompas que no reflejan nobleza o bellos paisajes, sino desazón y dolor; un banjo que no une a los personajes en torno a una hoguera, sino que sirve de arma psicológica; un violonchelo sin bellas y extensas melodías, fragmentadas por pizzicatos obsesivos; o un piano-pianola que desentona a base de microtonos las bellas canciones que se esperan de él.

Otra vez Herrmann, y quizá Toru Takemitsu, se filtran entre los hilos invisibles de esta excelente propuesta audiovisual como aquella, tan opuesta,  El piano, con la que Campion ganó en 1994 el Oscar al mejor guion.

Nicholas Britell (No mires arriba)

Viajamos de nuevo al presente; y a un futuro lejanísimo. Pero pasando por la inmediata destrucción de la tierra. Bueno, un resumen confuso de la tercera nominación para Nicholas Britell, tras Moonlight y El blues de Beale Street, con su partitura para No mires arriba. Una sátira sobre nuestra sociedad, tan descreída y soberbia que prefiere los bulos a los hechos científicamente. demostrados. Cierto es que esta película dirigida por Adam McKay, trata sobre el terrible descubrimiento de un cometa que se dirige, sin remedio, a una colisión con la tierra y el cómo los científicos no consiguen convencer a la sociedad de lo real del peligro, arrastrados por la vorágine de los medios de comunicación, las redes sociales y los oportunistas políticos. Nada sutil metáfora sobre el cambio climático o la epidemia del coronavirus.

A esta reflexión, entre el paternalismo y lo brillante, entre el drama y la comedia, se enfrentó Britell, con un ejercicio como el realizado por Zeltia Montes para El buen patrón.  Eso sí, frente a la economía de medios e introspección de la obra de Montes, Britell acude a una exuberante orquestación de big band complementado por instrumentos como el banjo, mandolina, un piano de juguete y diferentes timbres tratados electrónicamente.

Pero ambas músicas logran el equilibro entre lo cómico, lo satírico y lo dramático a través de un único tema musical, recurrente, que aparece con variaciones armónicas o melódicas para modular el delirante discurrir hasta la catástrofe final. También ha de aportar Britell una serie de temas secundarios, que enfatizan los momentos más dramáticos o los ridículos pero que, aunque brillantes, quedan descompensados frente al tema principal por la deriva narrativa de un guion sobrecargado de contenidos.

Germaine Franco (Encanto)

Esta última sensación surge también en el viaje a Colombia que nos propone Disney. Y es que, en Encanto (candidata asimismo al Oscar a la mejor película de animación y mejor canción -"Dos oruguitas", de Lin-Manuel Miranda), la casa de los Madrigal, familia protagonista (en otro filme en el que ha desaparecido el típico “villano Disney”) es abundante en personajes y quizá desequilibra la conexión musical que ha trenzado la compositora Germaine Franco. Aunque la mexicano-estadounidense ya había participado para la “casa del ratón” en labores de composición adicional y de orquestación para decenas de películas, es la primera compositora latina en asumir la partitura de un largometraje para Disney y en conseguir una nominación a los premios de la Academia de Hollywood (sexta mujer que lo logra).

Pixar y Disney hace tiempo que han iniciado viajes temáticos por el mundo: Coco y MéxicoLuca e Italia, Raya y el último dragón en el sudeste asiático, Vaiana en el Pacífico sur, pero como también ocurre en Encanto, el retrato solo busca la vida rural de estos lugares, lo exótico. Y musicalmente, se restringe a timbres y ritmos del folklore local. Para esta vibrante partitura, mezcla de guajiras, tangos, vallenatos y un sinfín de ritmos latinos, Franco estudió el folklore colombiano y latino en general, haciendo un uso extensivo de flautas de bambú y gaitas, típicas de la música colombiana; y para captar y representar el realismo mágico leyó a Gabriel García Márquez en español y lo retrató a través de diferentes voces femeninas.

Una partitura que subraya -junto a las imprescindibles canciones- los sentimientos de los protagonistas pero que también ilustra los movimientos y pequeñas catástrofes que ocurren en la casa de los Madrigal.

Hans Zimmer (Dune)

Villanos y catástrofes acuden a nuestro último viaje, en un futuro y una galaxia muy lejanos. Dune,  la reverenciada novela de Frank Herbert, ha dado lugar a dos miniseries, un guion del inefable Alejandro Jorodowsky y a la versión cinematográfica de David Lynch de 1984. El acercamiento de Denis Villeneuve mantiene las señas de identidad del director de las excelentes Incendies o Sicario y también de otras como Prisioneros La llegada: perfección visual, ritmo pausado, espectacularidad y distanciamiento emocional.

El canadiense contó con Hans Zimmer,  gran admirador de la novela. Su creación, puramente electrónica, parece dejarse llevar, en parte del metraje, por su propia percepción de la historia, buscando sonidos sin relación directa con la escena. Es una creación casi abstracta con texturas densas, llenas de capas de sonido que generan inquietud y expectativa.  También contiene las dosis esperables en Zimmer de crescendos infinitos y de sonoridades épicas con los obsesivos ritmos y potentes elementos de percusión.

De nuevo, como hicieran ambos cineastas en Blade runner 2049, no encontramos identificaciones musicales con personajes o con situaciones. Pero la acción sí está inspirada por el factor humano y para ello el compositor alemán, con 10 nominaciones y un premio por El rey León, busca en la voz, y en concreto en voces femeninas a solo o a coro, esa humanidad. Voces que se expresan mediante cánticos, susurros, gritos y diversas técnicas vocales y que consiguen evocar y transportarnos tanto a lejanas galaxias, como a luchas, anhelos y credos muy cercanos.