El Titanic reflota Belfast 110 años después de su hundimiento
- Se cumplen 110 años de la botadura del 'Titanic' en Belfast
- La ciudad intenta utilizar como reclamo la historia del famoso trasatlántico
Quizá algún lector haya visto la película 'Belfast'. Puede continuar si no es así. Aunque la historia tiene lugar en 1969, en sus primeros planos, se dibuja el perfil de la ciudad. Unas grandes grúas amarillas con las siglas H.M (Harland& Wolff) en el puerto junto al que se ve un edificio moderno, de vanguardia. Ambos llevan al mismo punto: el Titanic. Y a un momento, hoy, que ya no es en blanco y negro, sino en color.
La historia del famoso trasatlántico empieza en esta ciudad. Belfast era a fines del s. XIX y principios del siglo S. XX un polo mundial de la industria naviera. Harland and Wolff (H.M), la empresa encargada de su construcción, tenía sus oficinas en lo que hoy es un hotel que no podía llamarse sino Titanic. Se puede tomar café donde hace algo más de un siglo trabajaban dibujando plano a plano el que, en ese momento, fue el crucero más grande jamás visto.
Miles de hombres trabajaron en los astilleros de la ciudad hasta que, en abril de 1912 se produjo la botadura. De estos muelles zarpó, con gran expectación, rumbo a Nueva York. Era un día importante para la ciudad. La puesta de largo. Miles de personas se acercaron a mirar. Más de cien periodistas informaron sobre este viaje inaugural del Titanic que, la historia es conocida, nunca llegó a destino. Un iceberg en el Mar de Terranova se cruzó en su camino provocando la catástrofe.
El Titanic: el orgullo de Belfast
El Titanic, así lo cita la prensa de la época, era el orgullo de Belfast. El hundimiento, sin embargo, llevó a la ciudad a una especie de duelo, casi de vergüenza por el fracaso. Murieron más de 1.500 personas. La autoestima de esta ciudad industrial quedó tocada y durante años, el Titanic pasó a ser un tema tabú y lo fue durante décadas hasta que, de pronto, salió de debajo de la alfombra como gran idea, como leitmotiv para hacer reflotar una ciudad deseosa de pasar página tras décadas de conflicto, los conocidos como los 'troubles'.
Así, el Titanic se ha convertido en un símbolo, en un motivo, en un motor turístico y económico. Todo un barrio de nueva planta construye el relato. No solo el Museo del Titanic, un edificio moderno que emula ser un barco, sino todo lo que le rodea nos lleva a la misma narración. El edificio se ubica sobre un gran mapa donde se marca la ruta: el punto de salida, las escalas, las coordenadas en las que tocó fondo y, ya en líneas discontinuas, el tramo que nunca llegó a realizar. El mobiliario urbano también es parte activa. Los bancos, por ejemplo, están diseñados como señal de socorro en morse. Sentada en uno de ellos y mirando hacia arriba, una comprende las dimensiones y la inmensidad del barco que en su día fuera la estrella de la compañía White Star Line. Porque tiene su misma altura. Impresiona.
El interior del museo es un viaje en el tiempo. Nos cuenta la gestación de ese barco y en paralelo la de la ciudad. También de aquellos que se subieron a él dibujando un microcosmos de la sociedad europea de la época a través del pasaje del Titanic. Nadie entre la alta sociedad quería perdérselo. Por el billete más caro se pagaron 800 libras, nos cuenta Scott Shaw, el guía que nos acompaña en nuestra visita. Eso serían hoy 77.000 libras. Por contra, en tercera clase, se podía viajar por 6 libras o lo que es lo mismo 580 libras actuales. Así, a bordo, empresarios, nobles, artistas, escritores e intelectuales, de un lado; de otro, gente trabajadora, con pocos recursos, que quería empezar una nueva vida en Estados Unidos, buscaban el sueño americano.
El Titanic tardó 3 años en construirse. 32 segundos en chocarse con el iceberg desde que lo avistaron. Algo más de tres horas en hundirse por completo. Tuvieron de pasar décadas -hasta 1985- para que el pecio se localizara a 3.000 metros de profundidad y en unas coordenadas a unos 25 kilómetros del punto donde zozobró. Del fondo del mar, con el tiempo, se han rescatado algunos objetos que se exponen por todo el mundo, que se venden en las subastas por cifras millonarias. La catástrofe del Titanic sigue vendiendo más de un siglo después.
Belfast ¿El nuevo Bilbao?
Si la historia del Titanic forma parte de nuestra memoria colectiva y sigue generando fascinación, es en gran medida gracias al cine. Aunque se han hecho hasta quince películas, la más famosa, la que a todos se nos viene a la mente, es la que James Cameron firmó en 1997.
En 1997, Belfast era una ciudad que avanzaba hacia una paz que llegaría un año más tarde. En 1998 se firmó la Paz de viernes Santo poniendo fin a décadas de conflicto, un tiempo en el que perecieron 3.500 personas.
El mismo año en el que Leonardo Di Caprio y Kate Winslet nos emocionaban a muchos en sus papeles de Jack y Rose, subidos a la popa con los brazos en cruz, otra ciudad de horizonte gris, con una industria de capa caída y un puerto en decadencia, inauguraba un edificio que marcó una operación de regeneración que se estudia como ejemplo de transformación urbana.
En 1997 el Guggenheim llegó a Bilbao para cambiar su imagen definitivamente. Un caso de éxito que es una referencia para otras muchas ciudades. Paseando el Titanic Quarter de Belfast, un barrio recién planificado con un edificio de vanguardia -el Museo del Titanic- como epicentro, la sensación es la de que Belfast mira de reojo a Bilbao en un esfuerzo porque la desembocadura del Langan como la ría del Nervión, presenten una cara renovada, den una nueva vida a una ciudad con ganas de ponerse de pie. El Titanic ha venido para reflotar Belfast, para cambiar su proyección internacional, para sellar su metamorfosis.