La mirada en blanco y negro de Mariúpol: "Es muy duro ver el lugar donde nací en ruinas"
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Una puesta de sol veraniega bañando un mar con gaviotas: es una de las fotos más bonitas que ha captado la cámara de Serghii Makarov en Mariúpol. Siente que hizo una postal que corresponde a otra época, a otra vida de la ciudad. Fue en 2009, pero es la foto que quiere guardarse en el recuerdo. “Teníamos una torre de televisión que se parece a la Torre Eiffel”, cuenta a RTVE.es con la voz acelerada. Este joven de 34 años, apasionado por la fotografía, se había especializado en reportajes de bodas, comuniones y otros eventos sociales en Mariúpol. Ahora, casi dos meses después de la guerra, sus retratos han cambiado. "Conseguí vivir de la fotografía, pero ahora tengo la cámara llena de la destrucción”, lamenta.
A Serghii le cuesta aceptar la realidad, pero tras muchos días documentando la destrucción de la ciudad logró huir con su mujer. “Hicimos un viaje de dos horas en ocho y bajo las bombas”, asegura. Salió hace unos días de la ciudad que Moscú ya considera bajo su control y en la que los soldados ucranianos que resisten en la acería descartan rendirse pese al asedio ruso.
Las fuerzas armadas rusas no han dejado de bombardear la ciudad y se concentran en el Donbás. Serghii considera que ningún lugar es seguro en Ucrania y admite que le gustaría abandonar el país.
Este joven logró huir tras dos intentos frustrados. “Quedarte es peligroso e irte también”, advierte después de su viaje. Tras una pesadilla de ocho horas con la amenaza del fuego de artillería en todas partes, ahora está en Ivano-Frankivsk con su mujer. Lo ha dejado todo atrás, pero sus tarjetas de memoria llenas de fotos en blanco y negro le han acompañado en su odisea.
Retratos de la dura vida de sus vecinos
“Mi carrera como fotógrafo empezó en Mariúpol. Antes de la guerra tomé fotos de la gente, de caras alegres y emocionadas", dice. “Ahora no hay color”, lamenta. Todas son en blanco y negro. Quizás sea porque la realidad de la guerra se mide en una escala de grises. Hay detalles que pueden pasar desapercibidos en medio del ruido del conflicto. Entre sus fotografías de la devastada Mariúpol, destacan un montón de zapatos de niños en la basura, un libro abierto destrozado, una mujer que mira desesperadamente su casa arrasada. Él ve en sus vecinos la vida que les toca afrontar y la plasma con dureza.
“Estamos acostumbrados al sonido de los bombardeos porque vivimos cerca de otras ciudades que llevan en guerra desde el 2014, pero hasta ahora no había entendido qué era una guerra total”, añade. La población se quedó sin comida, sin luz y sin agua a los pocos días de que comenzara la guerra. La prensa también tuvo que salir muy pronto, por lo que ha habido muy poca información de lo que ha pasado. Este sábado las autoridades ucranianas han anunciado un nuevo intento de evacuar a civiles de la ciudad. "Intentaremos de nuevo evacuar a mujeres, niños y ancianos", ha asegurado Iryna Vereshchuk, la viceprimera ministra de Ucrania.
Los primeros días sobrevivieron con la comida que lograron comprar antes de comenzar la guerra, pero no fue suficiente y pronto se quedaron sin nada. “El 15 de marzo nos quedamos sin gas”, relata. Para cocinar tuvieron que recurrir a la leña de árboles de sus jardines, una madera húmeda y difícil de combustionar. No había calefacción y tampoco podían cocinar. Han pasado hambre y frío en medio de la nieve. “Lo peor ha sido hacer fotos a tantos cadáveres”, concluye.
La situación en Mariúpol sigue siendo una pesadilla para la población y este sábado las tropas rusas han vuelto a atacar la acería de Azovstal, según las autoridades ucranianas. Serghii cuenta que "la gente quería hacer todo lo posible para salvarse, pero no podían salir. Los primeros días se sentían más seguros en su ciudad porque la situación en otras ciudades era mucho más grave”, pero esa seguridad duró dos días. La vida se trasladó a los sótanos. Incomunicados, sin agua y sin luz. “El 13 de marzo, para conectarnos, teníamos que subir al techo de las casas y luego ya nos quedamos sin conexión”, recuerda.
Hasta los sótanos se volvieron peligrosos
Esta pareja vivió los últimos días en esa ciudad con miedo constante. Todas las tiendas de comida estaban cerradas. Hasta los sótanos se volvieron peligrosos, relata. Ellos vivían con unas 150 personas, incluidos bebés muy pequeños que no salían nunca. Finalmente, consiguió salir con los suyos y conectarse. Se encontró muchos mensajes de su amigo Mikel (nombre ficticio).
Mikel ahora vive en París, pero sus abuelos siguen en Mariúpol. Lleva más de un mes sin poder comunicarse con ellos y la poca información que tiene sobre ellos le viene de sus padres, que de vez en cuando logran contactar con ellos para confirmar que “siguen vivos”. Allí guarda muchos recuerdos de su infancia, especialmente los paseos por la playa con sus abuelos. Él es ruso y, al igual que sus padres, nació en Moscú, pero sus abuelos, tanto maternos como paternos, viven en Ucrania.
“Únicamente pueden conectarse a través de las líneas telefónicas de una de las autoproclamadas repúblicas del Donbás. Han descubierto que pueden hacer llamadas, pero no recibirlas y tampoco tienen acceso a internet”, explica Mikel a RTVE.es. Sus abuelos no quisieron salir cuando comenzó la guerra y ahora intenta convencerles de que huyan, aunque sea a Rusia. “Los queremos vivos”, dice. Sabe que destruyeron la casa de su familia al reconocerla por las fotos publicadas en redes sociales, pero por suerte ellos estaban en otra casa que tienen a las afueras. Sin embargo, "no están a salvo”, zanja.
“Mi abuelo tiene 77 años y mi abuela, 75. Él trabajaba en la industria metalúrgica y mi abuela era médica” dice orgulloso. Durante la época soviética la movilidad demográfica entre las distintas repúblicas socialistas era muy frecuente. Los abuelos de Mikel se asentaron en Mariúpol y con el tiempo habían logrado comprarse una casa en el centro de la ciudad y otra a las afueras de la ciudad. En esa casa pasaba él todos los veranos.
“Yo era muy feliz haciendo mi trabajo en mi ciudad"
Para Serghii, Mariúpol era la ciudad del descanso, de las segundas residencias y también de las celebraciones. “Yo era muy feliz haciendo mi trabajo en mi ciudad y captando momentos de felicidad de muchas personas”, explica el fotógrafo.
“¿Qué foto elegir de Mariúpol?”, se pregunta mientras las pasa para mostrar la devastación. “Todas tienen en común la destrucción, pero cada una tiene su propia historia”. Hay una que prefiere no mostrar, la peor foto que ha tomado. “La foto más horrible es la foto del apartamento de mis padres completamente destruido. Es muy duro ver el lugar donde nací en ruinas, lo conozco como la palma de mi mano y donde he pasado cada día de mi vida”, concluye entre sollozos.
“Es muy duro ver un lugar donde nací en ruinas, lo conozco como la palma de mi mano y donde he pasado cada día de mi vida“
Los testimonios que llegan de Mariúpol hablan de las graves consecuencias de la guerra, la tragedia ha arrasado a miles de vidas y al igual que las fotos de Serghii, con matices de claroscuros, aparentan una inusitada identidad. Se repiten los testimonios de los supervivientes, todos en blanco y negro, sin más vida que el brillo que se intuye tras las sombras, tal vez, como señal de la esperanza.