Belfast: ciudad de muros casi un cuarto de siglo después de la paz
- Belfast está dividida por muros que separan a la comunidad protestante/probritánica de la católica/proirlandesa
- El objetivo era que esas fronteras cayeran en 2023 pero la fecha no se va a cumplir
- A las diferencias comunitarias latentes se ha unido el Brexit como fuente de tensión en Irlanda del Norte
'Así se vería Belfast sin muros', decía un titular de la prensa local hace unos meses. La noticia hablaba del proyecto de unos chavales jóvenes, nacidos posiblemente ya en el postconflicto, en el que se valían de la tecnología para mostrar la ciudad sin las barreras que siguen separando comunidades. Es una posibilidad que aún parece lejana pese a que el gobierno se marcó en 2013 el objetivo de que esa huella hubiera desaparecido en una década, en el horizonte de 2023.
El próximo año se cumplirán 25 años desde que se firmara la Paz de Viernes Santo que puso fin a treinta años de violencia sectaria. Las armas están dormidas, pero las diferencias identitarias persisten al punto de que, según las encuestas, la mayoría cree que los muros desaparecerán gradualmente, quizá a lo largo de la vida de sus hijos o nietos ¿habrá que esperar otros 50 años para verlos desaparecer?.
Los Troubles como reclamo turístico
Al lado del Hotel Europa, campo base para periodistas durante el conflicto, alojamiento atacado hasta 30 veces ubicado en el centro de la ciudad, nos encontramos con Billy Scott. Es taxista y ejerce de guía. La anomalía que supone que una ciudad esté plagada de muros en el s.XXI es un reclamo turístico.
Impresiona mirar arriba, a derecha y a izquierda cuando se llega a la frontera que separa Shankill Road de Falls Road. Son más de ocho metros de altura los que a lo largo de varios kilómetros bloquean el paso entre estas dos calles vecinas. En la ciudad son muchas más las verjas o alambradas que separan barrios. Son decenas. Belfast está perfectamente compartimentada. Billy nos ofrece un rotulador para que imprimamos nuestros nombres o buenos deseos. Es una tradición que cumple todo turista que llega hasta aquí.
Apenas nos cruzamos con gente en estos barrios tranquilos en esta tarde soleada. Las calles, sin embargo, hablan por sus habitantes. En Shankill, zona 100% unionista, los colores de la Union Jack decoran casi cada casa. El resto de notas de color en esta zona gris las aportan los murales diseminados por todo el barrio en los que se destacan episodios históricos y hazañas militares.
El paisaje en Falls, es más o menos el mismo desde el punto de vista diametralmente opuesto. El verde, el naranja y el blanco lo inundan todo y en las paredes se encuentran alusiones a la lengua, a la cultura y la mitología irlandesa. Referencias también a otros movimientos internacionales de defensa de los derechos civiles: Nelson Mandela, Martin Luther King, el Dalai Lama. A ambos lados, cada comunidad rinde tributo público a sus muertos, a sus héroes, a sus mártires. El silencio es, durante nuestro paseo, el dueño de ambos barrios. Por si acaso, para prevenir el ruido, por las noches las puertas se cierran.
Tensiones latentes. La paz frágil
Muchos, la mayoría en esta ciudad, no recuerda nada más que este trazado urbano. Las fronteras visibles forman ya parte de la rutina, pero hay una, invisible, que ha venido a alterar esta normalidad. Es la que el acuerdo de divorcio con la UE ha establecido en el Mar de Irlanda.
Para no imponer una frontera con la República de Irlanda partiendo la isla en dos -esto hubiera enconado a los republicanos- se decidió que los controles se realizaran a productos llegados desde Gran Bretaña. Esto no fue lo que desde Westminster se les prometió a los unionistas a los que se dijo que nunca habría barreras en el mercado interno. Se sienten traicionados y han llamado sistemáticamente al boicot, llegando a ordenar incluso, pese a no ser su competencia, que se detengan los controles.
Lo cierto es que el arreglo convenido deja a Irlanda del Norte en una situación particular. Están fuera de la Unión Europea- son Reino Unido- pero conservan un pie dentro - ya que son parte de la Unión Aduanera. En definitiva, están un paso más lejos de Londres y uno más cerca de Dublín y esto a los probritánicos norilandeses les escuece casi tanto como ver que las encuestas aseguran que por primera vez los partidarios de un referéndum de unificación podrían ganar en las urnas.
Las elecciones se celebrarán el próximo 5 de mayo. El postconflicto define el sistema político: quien gana las elecciones asume el poder, pero el ejecutivo se comparte. El segundo ha de ser de las siglas contrarias. Un sistema que pretende garantizar la convivencia y que en varias ocasiones ha llevado al bloqueo institucional. A los complicados equilibrios se suma el factor Brexit, la principal amenaza a la paz que este territorio ha vivido desde los Acuerdos de Viernes Santo que pusieron fin a la violencia fratricida, pero que dejaron hilos sueltos. La reconciliación es un proceso y la justicia a muchos aún no les ha llegado. Los muros no son una casualidad, sino un reflejo de las sensibilidades, las identidades, los miedos y las cuentas que aún muchos consideran que tienen por saldar.
Donde hay una pared, hay un lienzo
La mayoría de la población mixta vive en el centro de Belfast. Ahí, en el barrio de la catedral, hay quien continúa la tradición muralística alejados del sectarismo. Cientos de obras llenan las calles de color con mensajes que hablan de tolerancia e inclusión. Causas sociales, laborales, culturales. Los más recientes, de apoyo a Ucrania. Un escaparate abierto al mundo con piezas firmadas por artistas urbanos llegados de todas las partes del planeta. Un punto de encuentro.
Recorremos esta zona con Adam Turkington que comisaría el festival de arte urbano de la ciudad. ‘Aquí los muros pertenecían a una comunidad o a otra. Y yo no me sentía parte de ninguna. Pero yo también puedo tener un muro, ¿no? Quizá interiorizar eso fue el principio de todo esto’ – señala. Habla con pasión de cada obra, de cada autor. ‘Me llegan estas piezas. Aquí en Belfast el arte urbano se entiende de otra manera. Porque hay tradición de murales, porque entendemos este lenguaje, porque los muros nos llevan gritando toda nuestra vida’- remata.
No verán nuestros ojos caer las fronteras urbanas en 2023. Pero hay otros discursos. Hay, también, una aplicación diseñada por jóvenes, con la que se puede ver la ciudad que quieren. El Belfast, tal vez, del futuro.