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La épica y el absurdo de los soldados japoneses que combatieron 30 años en la II Guerra Mundial

  • Se estrena 10.000 noches en la jungla, del cineasta francés Arthur Harari
  • La historia real de un comando japonés que creyó que la II Guerra Mundial continuó hasta 1974

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Imagen de 'Onoda, 10.000 noches en la jungla'
Imagen de 'Onoda, 10.000 noches en la jungla'

El 15 de agosto de 1945, seis días después de la bomba atómica de Nagasaki, el emperador Hirohito anunciaba por radio la rendición de Japón. Finalizaba la II Guerra Mundial. O no. Un grupo de soldados japoneses del frente pacífico de Filipinas, ocultos en la selva, se resistieron a creer lo que ningún superior les había informado directamente. No importó que los estadounidenses abandonases Filipinas: permanecieron agazapados comandados por el oficial Hiroo Onoda, que no se rindió hasta 1974.

La relativamente conocida contumacia de la extraña epopeya llega al cine en Onoda, 10.000 noches en la jungla, una película dirigida por el cineasta francés Arthur Harari, que ha sabido extraer oro del absurdo e irrealidad de la epopeya para componer una cinta que dialoga con el cine clásico de aventuras y que logró el premio al mejor guion en los premios Cesar del cine francés. “Sentía una conexión muy fuerte con la historia y su relación de la realidad porque es mi propia relación con la realidad, que desde niño está ligada a la ficción”, explica el director en una entrevista con RTVE.es

Onoda, oficial de inteligencia, quedó al mando de un pequeño comando con tres soldados más, al que consiguió transmitirle su negacionismo y paranoia. Agazapados en la jungla desoyeron los intentos de los lugareños –e incluso de japoneses familiares- que intentaban informarles del final de la contienda respondiéndoles con agresividad: solo la orden directa de su superior directo le haría arrojar las armas.

La película intenta dar respuesta a la psicología de Onoda, entrenado en la lealtad total. “Había algo muy estimulante en abordar un personaje que parece muy entero, de una pieza, pero que siempre permanece en un misterio opaco, que no se puede traspasar”, opina. “Tenía todo el tiempo la sensación de trabajar con un personaje que podía entender y, al mismo tiempo, no poder llegar a saber todo”.

Onoda fue longevo y falleció en 2014 con 91 años. Después de 30 años de vivir en duras condiciones y relativa soledad, llevó a cabo empresas tan dispares como una granja en Brasil o un campamento educativo para jóvenes en Japón, lo que da buena medida de que en su cerebro habitaba una solidez inusual.

Una película de aventuras atemporal

En un libro biográfico, Sin rendirse: Mis treinta años de guerra, Onoda dejó testimonio de su historia, pero Harari se ha servido de ella para jugar con el género de aventuras, con una realización que se advierten patrones de gran cine de aventuras de los años 50 y 60.

“Sí, encontraba ese gusto por ser clásico. Es algo que, si se aborda con respeto, sabes que es casi inmortal, algo por lo que no pasa la moda”, confirma. “Tampoco es un clasicismo puro, hay zooms, aceleraciones, todo un trabajo con elementos digitales y movimientos ‘impuros’ con ese clasicismo. Pero, en cualquier caso, si quería cierta forma de austeridad”.

Rodada en Camboya, la película es un ejercicio de elipsis sobre un material ‘más grande que la vida’. “Algo que me llamó la atención al acercarme a la historia es que no es solo Onoda, es una historia colectiva, las relaciones y diferencias entre los personajes son muy ricas”.

Más que el paso del tiempo, el éxito de Harari ha sido retratar lo atemporal. “Había una razón profunda en el modo de contar la historia: una especie de deseo o fantasía de hacer una película ante la cual el espectador no sepa de dónde ni cuándo ha sido hecha. Sentir una especie de armonía y serenidad: el presente de la película”.