Bárbara Blasco: "Los menores aprenden en el porno que humillar y maltratar a una mujer está bien"
- La autora habla en La memoria del alambre sobre la pasión y los traumas de la adolescencia, la iniciación al sexo y los abusos
- Una novela ambientada en Valencia a finales de los 80, en el tránsito de la movida hacia la música electrónica
Bárbara Blasco (Valencia, 1972) vivió como adolescente la transformación de la ciudad como un punto de la movida ochentera al epicentro de la música electrónica, el clubbing y la ruta del bakalao. O, como ella escribe, el momento de "la muerte de la melodía".
En La memoria del alambre (publicada en 2018 y reeditada este año por Tusquets) traslada esa metamorfosis a las turbulencias vitales de dos niñas de 15 años zarandeadas por un paisaje sociológico hostil con su deseo de libertad. Ya adulta, una de ellas, recibe un correo electrónico de la madre de la otra, Carla, que revuelve en la oscuridad y los traumas.
P.: El libro lo escribiste hace ya ocho años, en parte como manera de entender tu propia adolescencia. ¿Cómo la ves ahora con el paso del tiempo?
R.: Creo que gano en pensamiento y, de alguna manera, pierdo algo en sensibilidad. Siento que el mundo se va alejando de los sentidos, de alguna manera. Veo menos cada vez. Eso es literal (risas).
P.: Quizá la adolescencia es el período en el que se es más consciente de uno mismo como personaje. “La adolescencia es eso: que nada le suceda a uno mismo, sino a todas las cosas a su alrededor”, dices en el libro.
R.: De los adolescentes se dice que son muy egoístas y que están muy centrados en sí mismos. Pero, a la vez, lo recuerdo todo como si estuvieras un poco enajenada, porque es una etapa frontera, de cambio. No sabes quién eres todavía. Acabas de dejar de ser niño y todavía no eres adulto. No tienes una personalidad definida. En ese sentido, creo que son las dos cosas: se miran mucho, pero porque realmente no saben quiénes son, están buscando reconocerse en algún espejo. Y eso me parece fascinante también. La adolescencia es horrible de pasar, pero creo que es bonita de contar.
P.: ¿Qué pesa más en la tuya? ¿La fascinación o el trauma?
R.: Si he sobrevivido, está bien. Tuve una adolescencia muy problemática, pero la balanza es positiva siempre. Pero es verdad que fue la época más dura de mi vida y he pasado cosas duras.
P.: El paisaje de la época, finales de los años 80, se retrata como una época algo más auténtica.
R.: Siempre se gana y se pierden en cosas. Recuerdo esos años como de más amabilidad con los desconocidos, por ejemplo. Pero es verdad que había palizas cada dos por tres, tenías miedo a ser atracado cuando salías a la calle. Vivo en Valencia, pero cualquier ciudad ahora, ya sea Madrid o Nueva York, es tremendamente segura. Creo también lo que digo en el libro: que en período turbulentos existe también esa caballerosidad que contrasta con lo terrible. Sucede en Colombia o México ahora, que son países absolutamente violentos.
P.: ¿Es difícil analizar el cambio de los tiempos porque se solapa con los cambios de la propia vida de cada uno?
R.: Es muy difícil. La historia personal y la historia social van juntas. Uno no puede analizar el tiempo independientemente de su edad y de sus vivencias. Pero, aun así, nos ponemos a analizarlo (risas). Creo que está bien mirar los 80 desde las sensaciones, pero también desde lo racional. Tratar de comprender cómo hemos cambiado.
“La adolescencia es horrible de pasar, pero creo que es bonita de contar“
P.: Donde sí parece que la narradora habla por tu voz es en la crítica a la música popular, lo digo porque alude como argumento de autoridad a un estudio del CSIC que analiza que las canciones son cada vez más previsibles.
R.: Sí, en eso soy un poco boomer nostálgica y me parece que la música comercial –subrayo eso porque se hace mucha música fantástica- es peor ahora. Me refiero a la música que te asalta sin buscarla. Me parece terrorífica y el CSIC me lo confirma (risas). Creo que ha bajado la calidad y la personalidad en la música comercial, que es más producto, está más estandarizada. Es más simple y más básica. No me interesa tanto.
P.: Valencia era entonces el epicentro de esa ‘muerte de la melodía’ que mencionas.
R.: La fama de Valencia es la ruta del bakalao y, la de Madrid, la movida madrileña. Pero mucha gente no sabe que en Valencia también hubo una movida valenciana muy ligada a la música. Había música estupendísima que venía del Reino Unido y que se oía primero en Valencia, que traían Jorge Albi o Carlos Simó, el de la discoteca Barraca. De verdad que era la vanguardia. Había grupos más famosos aquí que en Reino Unido. Duró muy poquitos años, a finales de los 80, y en seguida se los comió el bakalao, la música máquina. Y me gustaba esa metáfora: hacer coincidir la muerte de la melodía, de las guitarras, con la muerte de Carla.
P.: El libro habla de la masculinidad tóxica, simbolizada en un personaje casi en off que es su quintaesencia.
R.: Cuando empecé a escribir hace ocho años ya había ese runrún, pero no estaba tan instaurada esta conciencia feminista que tenemos todas y todos, porque la masculinidad tóxica es igual de mala para hombres y las mujeres. Recuerdo, en el colegio, pensar que tenía suerte por ser niña y no recibir esa educación en violencia, esta toxicidad impuesta simplemente por el género que les imponían a ellos. En ese sentido, de verdad creo que es una cosa que nos interesa a todos anularla porque no tiene ningún sentido y, sobre todo, hace daños a chicas tan jóvenes que no tienen armas realmente para defenderse. Ahora que ya sabemos detectarla, que no debemos aguantarla, pero entonces no era lo normal. Eso yo lo he vivido.
“Recuerdo pensar que tenía suerte por ser niña y no recibir esa educación en violencia que tenían los niños“
P.: Hay detalles que por fuerza tienen que ser reales, como que en el colegio los niños obligaban a la hija de Nino Bravo a cantar las canciones de su padre fallecido.
R.: Eso es verdad. sí. Iba un curso por encima. Pero bueno, es que los niños son crueles, ya no es una cuestión ni de género, ni de nada. Algunos niños son crueles.
P.: La iniciación al sexo de las jóvenes, marcado por la obligación de complacer el deseo masculino, recorre la novela.
R. "Tecnócratas del sexo", escribo. Es una cosa absolutamente loca y deshumanizada, sin pensar en el placer femenino en ningún momento. El éxito en el sexo descrito como llegar a no sentir dolor, a no sentir nada. Es terrible, pero era comprensible porque en España, hasta los años 70, una mujer no podía tener una cuenta corriente propia: estaba obligada por ley a la prostitución, ya fuera la legal dentro del matrimonio o la de estar al margen y ser una perdida. El problema es que sigue sucediendo: en el porno mayoritario el deseo de la mujer sigue supeditado al deseo del hombre. La mirada es tremendamente masculina, por no hablar de cómo se mezcla la violencia. La idea es que hacer sufrir a la mujer es excitante y que incluso una mujer cuando sufre puede sentir placer.
P.: La propia narradora, ya adulta, reconoce hasta qué punto se instala esa mentalidad cuando reconoce que no puede evitar excitarse con ese porno aunque reconozca su toxicidad.
R.: Y es que es así. Somos animales y las imágenes nos excitan igualmente. Pero claro, aprendemos muchas cosas a través del sexo, actitudes terroríficas que ya no se quedan solo en el sexo. No tengo absolutamente nada contra el porno, me parece estupendo y necesario que exista. Lo que no me gusta son todos esos valores y roles que se van transmitiendo en un medio que ve todo el mundo, pero del que nadie habla. La gente no queda a tomar un café para contar que ayer vio una doble penetración. Los niños de 12 años ya están viendo porno y ya no es que estén viendo penes y coños, es que lo que están aprendiendo que humillar a una mujer y maltratarla está bien. Y esto es terrible y absurdo, porque luego la vida real no tiene nada que ver con eso.
P.: Una de las protagonistas dice que quién se acuesta con cualquiera a cambio de absolutamente nada es la ‘menos puta’ de todas.
R.: Sí, eso es verdad. Al final el sexo también es un intercambio. A veces desinteresado, de amor, de muchas cosas. Pero si realmente uno se entrega así con esa generosidad, como creo que se entregan estas dos chicas, que las catalogaría de 'putas' seguro en su época, creo que son las menos 'putas' de todos. Creo que son las que realmente tienen ideales y creen en el amor.
P.: Las madres de las protagonistas sufren algún tipo de enfermedad mental, algo que has declarado que coincide con tu experiencia con tu madre.
R.: Sí, estoy intentando ahora hablar un poco o escribir un poco sobre eso. Es muy difícil convivir con la enfermedad mental. Es verdad que ahora está de moda, se habla mucho libro de Ángel Martín. Es un tema como lo fue el feminismo, que ahora pierde un poco de fuelle. Por novedad, el tema literario es un poco la enfermedad mental. Desde que soy adolescente he vivido con la enfermedad mental y es algo que te cambia la perspectiva de todo. Te cuestiona. Para los escritores es bueno porque esas fronteras entre realidad y ficción las trabajan mucho los enfermos mentales. Yo siempre digo que solo puedo ser una escritora realista porque todo el surrealismo lo he vivido en la realidad. La fantasía pura me encanta leerlo, pero a mí no me sale. En la realidad ya tengo tantas dosis de cosas que no entiendo, que me parecen alucinantes, que no me hace falta viajar a otros géneros.
“"Vivimos en la era de la palabra, las redes han hecho que la palabra explosione"“
P.: Y así como adviertes cierto estancamiento o decadencia en la música, ¿ves algo análogo en la literatura?
R.: No. Lo que yo encontraba para leer de jovencita, a finales delos años 80, por lo menos en español, era muy poca cosa. Ahora tengo muchísimas más opciones interesantes. Además, creo que vivimos en la era de la palabra, las redes han hecho que la palabra explosione y el contacto entre todos nos hace más inteligentes para usar el lenguaje. Creo que se escribe mucho mejor ahora en general. No dudo que haya genios del pasado que, probablemente, sean más genios que las de ahora. Pero, antes, los escritores nos quedaban un poco lejos. Recuerdo cuando empecé a leer a Ray Loriga como una novedad: alguien que me contaba mi vida. Pero el resto eran como unos señores burgueses con los que no tenía nada que ver. Ahora encuentro muchas cosas que conectan con mi realidad. No es un gueto.