Los libros juguetones de Bruno Munari
- Sus libros infantiles fueron pioneros en el fomento de la imaginación a traves de las formas
- La primera retrospectiva de Munari en Madrid acoge la obra del polifacético diseñador
Para adentrarnos en la galaxia de fantasía y técnica de Bruno Munari (Milán, 1907-1998) basta un ejemplo esclarecedor. Años 40. El diseñador le leía cada noche un cuento a su hijo Alberto, pero se apercibió de que el contenido era demasiado grisáceo para estimular a su retoño.
Una sinfonía monocorde que activó la espoleta para crear “los cuentos sensoriales”: libros infantiles con troqueles, hilos, colores y gatos que se deslizan por agujeros, que permiten experimentar en primera persona ante el asombro infantil. Un anticipo de los pop ups con muchas capas donde el niño es el protagonista.
Esta “revolución” ha enlazado con naturalidad con los métodos pedagógicos contemporáneos. Los libros infantiles de Munari como Buenas noches a todos o El ilusionista amarillo (Niño Editor) permanecen en las librerías cada temporada entre los más recomendados. 70 años después de su alumbramiento son inmunes a las modas.
“Inventa una cosa muy bonita que son los 'Pre-libros' que están pensados para los niños que todavía no saben leer, para que se acostumbren a que existen objetos por ahí llenos de misterio que tienen páginas, colores y formas. El libro con texto ya vendrá después, en el campo de la pedagogía hila muy fino en este sentido y es un pionero”, desglosa Manuel Fontán del Junco, director de Museos y Exposiciones de la Fundación Juan March en Madrid, que acoge la primera retrospectiva de Bruno Munari en España (hasta el 22 de mayo).
La muestra aborda una labor titánica porque comprime en más de 300 objetos el frenesí creativo de Munari que suma diseños de mobiliario y material de oficina, libros, cartelería gráfica, esculturas, pinturas… Más un incentivo: permite la inmersión en uno de sus célebres “laboratorios” educativos que desbordan la imaginación por el camino del juego.
Es tan solo un destello de “persona múltiple” como él mismo se etiquetó con sorna, ya que desplegó una actividad tan torrencial como ecléctica. Bruno Munari trabajó como diseñador -su faceta más conocida-, pero ejerció como pedagogo, filósofo, docente, teórico, poeta, comunicador visual, asesor de grandes empresas como Mondadori y hasta director de cine experimental.
Arrancó en Italia de la mano del futurismo geométrico de Marinetti, pero pronto se desmarcó como un verso suelto sordo al canon y a las camarillas del establishment del arte que valoraba como elitista.
“Muy pronto compatibiliza su trabajo como artista con el de diseñador. Eso le ha lastrado porque durante su vida, los diseñadores le consideraban demasiado artista y los artistas demasiado diseñador. Es un adelantado a su tiempo”, explica Manuel Fontán del Junco sobre el fundador del Movimiento para el Arte Concreto (MAC).
“Es un artista socrático, lo cual tiene que ver con la ironía bien entendida y la mayeútica. No se trata de contarle a la gente lo que tiene que pensar seguro sino de ayudar a llegar por sí mismos a las conclusiones”, indica Fontán del Junco que también comisaria la exposición.
Siempre bajo un velo de alegría pero con un carácter de roble, el italiano se regía por la síntesis, la practicidad y la “ligerezza” en sus “diseños anónimos” bajo una máxima que es casi un mantra: ¿Se puede hacer de otra forma? Y si no puedes mejorarlo, no lo intentes, como lectura entre líneas.
El inventor desobediente
La selección de Madrid se lanza al rescate de Munari y salda una deuda histórica. El creador es poco conocido fuera de Italia a pesar de que su peso específico en el diseño del siglo XX es crucial y en EE.UU, Suiza o Japón se le venera como estrella. En Tokio fue declarado “monumento nacional” y allí diseñó su Fuente a cinco gotas (1965) donde las ondas reverberan a través de micrófonos bajo el agua. A Bruno Munari le atrapó la sencillez de formas inherente a la cultura tradicional japonesa.
La sensación de figura menor es solo un espejismo. Como un mago discreto, aplicó por primera vez el arte a la programación informática o ensanchó miras como teórico en su obra ¿Cómo nacen los objetos? (1981). En este agudo análisis implementó con rigor cartesiano “el método Munari” de resolución de problemas en el diseño, que asimilaba a la lógica de seguir los pasos de una receta de cocina (el arroz verde).
“Sino tiene solución no es un problema”, es otra de sus frases geniales, casi convertidas en aforismos, que ejemplifican su brújula creativa.
El inventor también fue capaz de mostrar lo que está ante nuestros ojos pero no vemos como ocurre con “un arco iris de perfil”. Logró hacerlo visible en el aire cuando organizó una lluvia de papel en 1969 en una pequeña ciudad italiana. Casi en lo que podría ser un trasunto de una moderna performance científica.
"Creo que a él no le hubiera importado no ser famoso. Decía que la revolución se hacía en silencio en el sentido de que los cambios se hacen poco a poco y puede que se noten en una o dos generaciones”, remarca el comisario que define al artista como “un niño grande” en el sentido más lúdico de la palabra. Picasso le calificó como el “Leonardo de nuestro tiempo” porque Munari, como las olas en perpetuo movimiento, nunca paró de idear y jugar.