La angustia de los familiares de los militares de Azovstal: "Si lo llevan a zona rusa sé que estará vivo, pero no podré verlo"
- Las madres y esposas de los militares confían en la ONU y en las organizaciones internacionales para volver a ver sus maridos
- Temen que serán torturados al ser una organización ultra que ha estado en el punto de mira de Moscú
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Olha no se separa del teléfono mientras camina rápido en el parque Glory de Zaporiyia. Habla gesticulando como si necesitara aún encontrar la forma de explicar lo que siente, ha perdido el control sobre un cuerpo delgado y cansado. Guarda el teléfono en el bolso y lo vuelve a sacar al segundo. Tiene 60 años y cree que el único hijo que le queda aún permanece en la acería de Azovstal, en la localidad de Mariúpol. “Espero que este aparato suene pronto y escuchar la voz de mi hijo”, dice mientras vuelve a mirar al móvil.
Llora. No le consuela la noticia de la evacuación de los 264 soldados de la acería en las últimas horas. "No tenemos los nombres de quienes han salido y no puedo confirmar que lo han sacado”, se lamenta. Pero Olha está convencida que, al no estar herido, su hijo todavía permanece dentro y su “destino aún se está negociando”, explica.
Tras tres meses de asedio, 53 heridos graves han sido trasladados a un centro médico en Novoazovsk para recibir atención médica, y las otras 211 personas han sido llevadas a Olenivka a través de un corredor humanitario, han informado las autoridades ucranianas en un comunicado.
“Gracias a los defensores de Mariúpol, hemos ganado un tiempo crítico para formar reservas, reagrupar fuerzas y recibir asistencia de socios”, ha argumentado el Ministerio de Defensa, que ha admitido que no tienen capacidad para desbloquear Azovstal por medios militares. El presidente Volodímir Zelenski ha declarado el fin de “la misión de combate” y ha señalado que su país necesita "héroes vivos". Mientras, en Moscú hablan de “rendición”.
La noticia supone un punto de inflexión para madres como Olha, pero es consciente de que ahora entran en una nueva fase. La incertidumbre sobre el futuro de su hijo continúa. Con todo, se aferra a la esperanza de que no se morirá de hambre en el búnker, pero eso no diluye su deseo de volver a verle pronto. Y es que Olha, madre de un hijo, perdió a su marido y sus padres hace cuatro años. Y poco a poco, su paciencia se agota, mientras su estado físico y ánimo empeora. Son los signos de que su desesperación se cronifica.
"Los rusos dirán que son nazis, los van a encarcelar y torturar"
Las autoridades ucranianas piden paciencia a las madres y esposas que se han movilizado sin descanso apelando a una solución. Ellas llevan semanas organizándose y compartiendo información. Hasta este lunes, pedían la extracción a través de terceros países como Turquía o China: “Si interviene otro país, se lo llevan y se quedarán viviendo allí. No volverá a participar en la guerra de Ucrania y evitamos que se los lleve Rusia”, decían antes de conocer la noticia de que finalmente los primeros evacuados están siendo llevados a la parte de Donetsk controlada por Moscú.
“Si lo llevan al territorio controlado por Rusia sé que estará vivo, pero no podré verlo”, dice Olena tras conocer la noticia. “Ojalá está noche os pueda decir que su nombre está en esta lista”, dice. Confiesa que en estos momentos tiene sentimientos encontrados. No sabe si lo que viene en los próximos días es bueno o malo. Además, aún no ha podido contactar con él. “Nos han pedido que no hablemos mucho y que confiemos en las autoridades”, añade.
Su marido tiene 60 años y no le queda mucho para jubilarse. Era un hombre de negocios y en 2014 con el comienzo de la guerra del Donbás decidió unirse a unos milicianos que combatían por la defensa de Ucrania. De hecho, uno de los grupos presente en la acería de Azovstal es el Batallón Azov, una unidad militar de ideología neonazi que pertenece a la Guardia Nacional de Ucrania. Por eso, las madres están preocupadas. "Los rusos dirán que son nazis, los van a encarcelar y torturar", insiste.
No ve con buenos ojos que sean trasladados a un territorio que no sea controlado por Kiev, pero enseguida añade que confía en la capacidad “de nuestro gobierno en las negociaciones”.
Lejos del discurso nacionalista y la propaganda
Acompañamos a Olha a su casa en Zaporiyia, donde vive con su hija, que trabaja como procuradora tras graduarse en Derecho en la Universidad de Járkov. La última vez que vio a su marido fue el 20 de febrero.
A finales de marzo, salió de Prymorske, una localidad que ha sido ocupada tras el inicio de la invasión. Hasta abril no se dieron cuenta de lo difícil que sería salir de allí, por lo que decidieron organizarse. “Somos familiares de todo el país. Madres, hermanas, mujeres, novias que nos hemos juntado. Porque uno en el campo no es solo un guerrero”, aclara Olha. De hecho, ahora unifican su mensaje, se alejan de la propaganda nacionalista y se centran en que “son personas antes de ser soldados”.
Estas mujeres han levantado la voz por ellos. De hecho, Olena no quiso marcharse a otro país, su pareja le dijo que fuera a España, donde tienen familiares, pero prefirió quedarse aquí para ayudarle. “Hasta ahora ha estado cerca, a tan solo 200 kilómetros”. Todas se han unido y han decidido organizarse. Todos los días mandan cartas a los líderes mundiales implorando una solución. Ahora contienen el aliento y hoy no van a escribir a nadie. Prefieren esperar.
“Nos han pedido silencio hasta ver cómo pueden resolverlo”, cuenta Olena. Su mayor miedo es que los torturen y los maltraten. Tampoco han podido contactar debido a la mala conexión. “Hay una posibilidad de salvar sus vidas”, algo que le produce cierto alivio, aunque le preocupa que no pueda verlo pronto al no poder acceder a este territorio. Todas, aseguran, están rezando para que haya un intercambio de prisioneros tal y como han augurado las autoridades ucranias. “Ojalá que haya un intercambio de prisiones y consigamos que puedan volver a casa”.
Tres meses de hambre: “Mi hijo habrá perdido 25 kilos”
“Hijo, te espero. Ven, que mamá te preparará tu comida favorita”. Esto es lo que le suplicó Olha a su hijo entre lágrimas. El último mensaje que le escribió fue hace cuatro días. Un simple "ok" para describir cómo se encontraba. Antes de abril, recuerdan, tenían comida, como galletas y chocolates.
Sin embargo, el 8 de mayo, les dijeron que recibirán comida una vez al día y un vaso de agua para cinco personas. Cuentan que no tienen medicinas, ni agua y que están casi sin comida. “Mi hijo ha perdido 25 kilos”, dice Olha. Además, todos los días, durante el día y la noche, han sufrido ataques que producen incendios que les cuesta extinguir. Tampoco tienen mucha conexión. Reciben mensajes monosílabos, como "vivo, bien, ok". "La gente se está pudriendo allí, ya sabes, la gente se está pudriendo", dice.
La última vez que el esposo de Olena la llamó fue el 13 de mayo. Estaba vivo, pero su situación física era crítica. “Me dijo que me ama”, recuerda sonriendo.
Es difícil comprobar el número de personas que permanecen en la planta de Azovstal. Todas las mujeres, niños y ancianos fueron evacuados. Ellas calculan que aún quedan unas 2.000 personas. De ellos, un millar serían militares, entre los cuales al menos la mitad resultaron heridos. Otro millar serían civiles trabajadores de la planta o familiares de soldados o colaboradores del ejército.
“Hicimos un llamamiento al mundo entero. Pedimos que nos escucharan los defensores de los derechos humanos”, insisten. Porque ellas lo que pedían era que fueran extraídos de allí. “Le pediré al presidente de España y a su rey que hagan algo”, dicen desesperadas.
Hasta ahora han confiado en una posible intervención de Turquía o China al tener una posición más cercana con Rusia. También han hablado con el papa Francisco. Ahora, quizá, es demasiado tarde. Hay negociaciones en curso y posiblemente la hoja de ruta ya está marcada. En está operación participan el Ministerio de Defensa, las Fuerzas Armadas, la Guardia Nacional y el Servicio de Guardia de Fronteras.
“Están tan estresados. Necesitan ir a rehabilitación para volver a la normalidad. No queremos perderlos”, cuenta la más jóven. Olha quiere que vuelva el sol tras tantos viviendo en la oscuridad. “Se quitará el uniforme militar y volverá a una vida pacífica”, dice convencida. Al despedirse, Olha entra antes en la iglesia ortodoxa para rezar. “Solo vivo para esto”, dice. Su cautiverio aún no ha terminado: “Ya no sé qué hacer a partir de ahora, a quién acudir, a quién suplicar”, dice cansada. No duerme, no come y no puede con la incertidumbre sobre el destino de su hijo.