Los patios inclusivos que transforman las escuelas: "Antes había futbolcentrismo y nada más"
- El fútbol ocupa dos tercios del patio, mientras que las niñas y niños que no quieren jugar se ven "arrinconados"
- Zonas verdes para estar tranquilos, rocódromos o ajedrez, alternativas que potencian "la cooperación y no la competitividad"
Es fácil describir el patio de un colegio medio en España. Seguramente sea un espacio de hormigón con una o varias pistas deportivas en el espacio central, y probablemente estas pistas estén ocupadas por chicos jugando a fútbol. Así ha sido durante décadas, pero cada vez más colegios se están replanteando si este uso del espacio es realmente justo: ¿qué pasa con aquellos niños y niñas que no quieren o no pueden jugar al deporte rey?
En los últimos años, decenas de escuelas e institutos en varias comunidades han apostado por crear patios inclusivos, coeducativos o feministas -la denominación varía según cada caso-, en los que los propios alumnos participan en la decisión de cómo reorganizar el recreo. El colegio Ganivet, en Vitoria, fue uno de los primeros en apostar por este modelo.
"En el curso 2018-2019, se vio que el patio era un elemento muy importante en la escuela, pero no atendía a las necesidades actuales de los alumnos. Todo el patio era de asfalto, no había ni un solo columpio, y más del 75 % del espacio lo ocupaban de campos de fútbol y de baloncesto", explica a RTVE.es Miren Zumárraga, miembro del AMPA de este centro y una de las impulsoras del cambio que llegaría más tarde.
"Las niñas, los más pequeños, y a los que no le gustaban esos deportes mayoritarios se quedaban escondidos en una esquinita y con miedo de recibir un balonazo", relata. A partir de ahí, comenzaron a preguntar a los alumnos cómo querría que cambiara su patio. En Oropesa, Castellón, el IES Torre del Rei, uno de los pocos institutos de secundaria con un proyecto en marcha -la mayoría son escuelas de infantil y primaria-, planteó a los alumnos un semáforo en el que poner qué partes de la escuela les gustaba, cuáles no y cuáles les gustaba pero creían que había que mejorar.
La gran mayoría contestó que les gustaba el patio, ya que era el único momento del día en el que tenían libertad para hacer lo que quisieran, pero se quejaban de que solo había fútbol. "Había fútbolcentrismo y ninguna otra actividad. Además, alrededor de las dos pistas no se ponía nadie porque les daban balonazos, por lo que todos se concentraban en otra zona", señala Begonya Falcó, coordinadora de Igualdad en el centro.
Lo mismo veían en todos los colegios en los que se ha iniciado un proyecto de patios inclusivos. Dos tercios del espacio del patio lo ocupan niños jugando a fútbol, según el análisis de varios colegios de Barcelona del colectivo Punt 6. "Ahí empieza una manera de relacionarse y de ocupar el espacio que excluye a muchas otras personas. Se genera un desequilibrio, una desigualdad y una segregación, porque además al priorizarse una cosa se dejan de lado otras, y eso no es bueno para los que juegan a fútbol ni para el resto", asegura Adriana Ciocoletto, miembro de esta asociación, que ha asesorado a seis escuelas sobre cómo llevar a cabo estos proyectos, y que junto a la Cooperativa Coeducació han desarrollado la Guía de Patios Coeducativos.
“Ahí empieza una manera de relacionarse y de ocupación del espacio que excluye a muchas otras personas“
Rocódromos, huertos, ajedrez, dibujo y zonas para descansar
Una vez realizado el diagnóstico, llega la hora de buscar alternativas al monopolio del fútbol. Se les pregunta a los alumnos qué quieren para transformar la hora del recreo, y las respuestas van desde lo más imaginativo, como toboganes de agua, a propuestas realistas, en las que suele coincidir buena parte de los estudiantes: más sombra, mesas o sillas para sentarse, juegos alternativos o material para otros deportes.
En el colegio Ganivet pedían columpios, en el instituto Torre del Rei una zona donde poder dibujar, mientras que en el colegio República Venezuela de Madrid, donde también un proyecto en ciernes, más zonas verdes, de arena y fuentes que sustituyeran a un patio que era "todo cemento", cuenta su director, Ángel García. Entre las niñas hay más diversidad, coinciden desde varios centros. Muchas reclaman que les dejen jugar al fútbol o espacios donde poder moverse sin tener que recurrir al deporte rey.
En el IES María Carbonell i Sánchez, de Benetússer (Valencia), han optado por organizar actividades a la hora del patio, en una zona con mesas más reducida que el patio principal. Entre ellas, cubos de Rubik, arcilla, juegos de mesa, origami o enigmas y misterios, muchas veces propuestas y guiadas por los propios alumnos.
"Cuando empezamos hace tres años, teníamos que ir a buscar al alumnado que veíamos más solo, más aislado en el patio. Ahora, en cambio, ya se ha convertido en un punto de reunión y hay gente que viene siempre", dice Ángeles Uclés, profesora del centro.
Lo que más triunfó en los dos colegios de Barcelona donde intervino Punt 6 fue el rocódromo. "Es una pasada, los primeros días había cola, sobre todo de chicas", señala Ciocoletto. También tuvo mucho éxito el arenero, lo que sorprendió al profesorado, que no se imaginaba que lo fueran a usar chicos de 10 u 11 años. Las niñas a las que le gustaba el movimiento se veían arrinconadas, pero con superficies más blandas y espacios seguros -sin balonazos-, "experimentan bailando, haciendo el pino, volteretas, etc.", añade.
Los centros buscan también reducir el hormigón y el cemento. En Benetússer han recuperado el huerto escolar, han puesto mesas de camping a la sombra para los que prefieran la tranquilidad en el patio y zonas de césped artificial para quienes quieran leer. Muchos profesores, además, sacan a esa zona sus clases de lectura, aprovechando la necesidad de ventilación por la pandemia.
Un proyecto que "ha cambiado la vida" a muchos alumnos
Los resultados, coinciden todos los centros, son muy positivos. "Todo el mundo gana. Ganan los que juegan a fútbol y los que no jugaban, porque se añade diversidad, posibilidades, intercambio. Se pasan a dinámicas más de cooperación, no tanto de competencia", asegura Ciocoletto. La exclusión que se produce cuando a los más pequeños o a las niñas no se les permite jugar a fútbol, por ejemplo, es "un principio de acoso" que puede ir a más y reproducirse dentro del aula.
Esto puede provocar que el patio, sobre el papel un lugar de diversión y relajación entre las clases, sea una "tortura" para algunos alumnos. "Nos llamaba la atención ver a niños parados al lado de la puerta esperando durante todo el patio a que sonara el timbre, que lo odiaran. Cuando están ahí solos además mandan el mensaje de que es normal estar excluido", señala Falcó.
“Nos llamaba la atención que hubiera alumnos que odiaran el patio“
En su instituto, con un 40% de alumnos extranjeros, las actividades organizadas a la hora del patio han supuesto una gran palanca a favor de la integración. Según cuenta la profesora, "es muy fácil que a los que vienen de fuera les guste alguna de actividad, y a partir de que empiecen a jugar al bádminton o al ajedrez hacen amistades, empiezan a hablar mejor el idioma, etc." En este instituto también han notado cómo ha disminuido la conflictividad, y ya no hay peleas por el uso del campo de fútbol y por los recurrentes balonazos.
Uclés pone otro ejemplo en su colegio. "Había un niño que estaba siempre solo y prácticamente había que obligarle a salir al patio. Cuando salía, se quedaba al lado de una farola, pero este ha sido el primer año que va a las actividades sin decirle nada", relata. Para alumnos como él, con más dificultades para relacionarse, el nuevo patio "les ha cambiado la vida".
El patio es "un laboratorio", el único espacio de libertad dentro de un horario escolar con ambientes "donde todo está regulado", según Daniel Martos, profesor de la Universidad de Valencia que ha investigado sobre estas experiencias. Es en este espacio de libertad cuando se puede ver que "el alumnado perpetúa lo que ve", según señala la arquitecta de Punt 6. Más en secundaria que en primaria, se observa por ejemplo que las chicas adquieren un "rol de acompañantes", a las que "les va bien estar en un rinconcito mirando lo que hacen los chicos sin ser las protagonistas de la actividad".
Las soluciones respecto al campo de fútbol varían según cada colegio. En la mayoría, han organizado horarios para que puedan jugar niños de todos los cursos y en algunos se han creado torneos y han obligado a que los equipos sean mixtos para fomentar la inclusión de las chicas. En Oropesa, por ejemplo, se aprovecharon las pistas para introducir nuevos deportes, como el "copbol", un deporte inventado por un profesor valenciano en el que se juega con las manos en lugar de con los pies y en el que los equipos deben incluir chicas.
La pandemia ¿parón u oportunidad para replantearse los recreos?
Precisamente la llegada del coronavirus supuso un gran golpe para estos proyectos, la mayoría de los cuales nació en el curso 2018-2019. En algunos casos se paralizaron con la vuelta a las clases en el curso 2020-2021, pero en otros, la necesidad de crear grupos burbujas sirvió para replantearse cómo se organizaba el espacio del patio.
En el colegio República de Venezuela, una de las principales reclamaciones de los alumnos fue la necesidad de más zonas verdes y suelos de arena y no de hormigón, que predominaban en el patio. "Cuando llegó la normativa de separar a los niños, nos dimos cuenta de que la zona donde tenemos más verde y con más arena era el huerto. Era una zona que teníamos solo como parte de las clases, pero aprovechamos la pandemia para ampliarlo y ahora se usa como una zona más de juego a la hora del recreo", explica Marta, secretaria del centro.
Sin embargo, para llevar a cabo otras fases más costosas de su proyecto, dependían de una subvención del Ayuntamiento de Madrid que la pandemia ha retrasado sine die. En otros colegios, para separar a los alumnos, "han dividido el patio en parcelas y han puesto una pelota en cada parcela, por lo que no había un fútbol, sino que había diez, ha sido algo muy loco", critica Ciocoletto.
El impulso de los patios inclusivos, a pesar de la pandemia, no se ha parado, según defienden aquellos colegios donde ya se han implantado. No hay un número exacto de centros con proyectos en marcha, ya que ni siquiera hay una definición exacta de cómo deben ser estos centros. En la Comunidad Valenciana son más de 30, en Barcelona el Ayuntamiento quiere transformar 10 cada verano, en Vitoria hay un plan en marcha para hacer más verdes los 121 centros de la ciudad, en Madrid la red de patios inclusivos incluye a tres colegios, pero hay otros con experiencias parecidas, y así en muchas otras comunidades.
Depende del centro, los proyectos se financian con los recursos ordinarios del centro, con subvenciones de ayuntamientos, de la administración autonómica, de familias. En prácticamente todos, el dinero llega a cuentagotas, por lo que muchas veces profesores y padres se presentan voluntarios para pintar murales, construir bancos o traer material. "Recibimos llamadas cada día, hay muchísimo interés por parte de las comunidades educativas, pero no hay recursos", remata Ciocoletto.