El cielo en Járkov sigue escupiendo fuego: "No podemos reconstruir la casa porque la guerra no ha terminado"
- Mikeal y Lena han perdido la mayoría de sus pertenencias de su casa en el barrio de Darhichi
- Relatan la vida bajo los bombardeos de las tropas rusas: "Vemos la guerra todos los días"
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Mikeal acaba de cumplir 60 años, quiere jubilarse, aunque no puede porque no encuentra sus papeles. Pero la guerra no entiende de burocracia: sus documentos están bajo los escombros de una casa que se cae a pedazos desde que el 30 de marzo varios misiles impactaran en su barrio. Mikeal perdió la mayor parte de sus pertenencias en su vivienda situada en el barrio de Darhichi, en Járkov.
Fuera de su casa no se aprecia la ruina, seccionada ahora por un camino que recorre el jardín y atraviesa el huerto. El ambiente de pánico se respira en todas partes, incluso el perro tiene que ser tranquilizado por su mujer.
Cada día, Mikeal se arma de paciencia para buscar sus papeles. No es tarea fácil, ya que cada pedazo de cimiento que mueva puede mover el resto. Pero encontrar los documentos es muy importante para él, que lleva toda la vida trabajando y construyendo su casa. Tendría todo en el momento que logre hacerse con su pensión. El lugar donde vivía se ha quedado a la intemperie, al igual que toda su vida. No sabe lo que va a pasar. Es una primavera fría marcada por un conflicto al que no ve fin.
Ahora recuerda el día en que sus planes saltaron por los aires. “Pensamos que era nuestro último día de vida ¡Lo juro!”, asegura. Invita a pasar despacio. Hay que esquivar y andar con cuidado con cada pisada.
"Vemos la guerra todos los días"
Una toalla cuelga de lo que era un baño. Pedazos de bloques dibujan la silueta de lo que habría sido una habituación, y por todas partes aparecen restos del puzzle de una vida difícil de restaurar. No quiere quejarse. Lena, su mujer, tampoco se lo permitiría. Durante la visita, ella está en el huerto, se pasa el día cultivando las verduras y hortalizas que hasta hace poco vendían en el mercado y que ahora supone su único sustento. "Nuestro segundo piso está destruido”, indica la mujer, que no se quita el delantal, mientras sube las escaleras. Todo el techo se derrumbó. “Ven, te mostraré más sitios dañados”, dice. Y eso que parecía que no cabía más destrucción.
“La tierra estaba temblando. Cuando salimos del sótano y vimos esta terrible imagen… pero, ya sabes, estamos felices de estar vivos”, dice mientras inhala un aire contaminado. Recuerda cómo escucharon el impacto de los misiles. “Vivimos en una zona de hostilidades, vemos la guerra todos los días”, añade. No han sido días puntuales, el conflicto lo viven cada día. “Nos hemos acostumbrado a tirarnos al suelo o a escondernos cuando escuchamos las bombas”, añade. No puede prever nada.
Mikeal y Lena prefirieron no salir de este barrio del noroeste de Járkov. “Intentaremos reconstruir todo de la mejor manera que podamos, no ahora; nos dijeron que no tiene sentido reconstruirlo en este momento porque no sabemos cuándo terminará la guerra”, dicen, mientras descendemos al sótano de su casa.
Una cama vieja y un colchón estropeado cubiertos de una sábana blanca raída componen el escaso ajuar matrimonial, el espacio lóbrego y sin apenas ventilación está adornado con las escasas pertenencias que han logrado rescatar. No quieren que se fotografíe este lugar; dicen que sienten pudor y vergüenza al retratar su pobreza, una pobreza sobrevenida y a la que no se terminan de acostumbrar.
Lena, sin embargo, exhibe orgullosa la cocina que ha organizado en otra habitación que se ha salvado de la destrucción. La precariedad no le hace perder su acostumbrada hospitalidad: nos ofrece unos rabanitos frescos que acaba de recoger de la huerta, y deja claro que aunque tengan que vivir entre escombros, no quieren abandonar su casa. “La guerra nos ha atrapado aquí. Nos hemos acostumbrado a este lugar. Nos quedamos aquí. Por supuesto, a veces, tenemos miedo”, dicen.
“Anda, no tengas miedo. Sígueme. Nevera, paredes, puertas, ¡solo mira! No ha quedado nada”. La casa está en estado crítico. Los ladrillos simplemente se caen. “¡Mira all!í”, señala con el índice los restos de una mesa inservible. “Hicimos todo lo que pudimos, esa era nuestra mesa para la cena. Así era como vivíamos”, repite con aflicción en la voz. Las puertas y ventanas parecen arrancadas por la onda expansiva de las bombas. “Cuando no había ataques intensos, ni proyectiles sobre nuestras cabezas, íbamos a nuestro jardín, nuestro campo; labramos la tierra, plantamos algunas patatas, tomates. Tratamos de sobrevivir, ¡qué más podemos hacer!”
Vivir con el frente cerca
Este barrio está a escasos 12 kilómetros del centro de Jarkóv, y antes de la guerra albergaba a unas 18.000 personas. Su condena es estar cerca de la frontera con Rusia. Los proyectiles han apuntado a civiles, infraestructura civil, hospitales, casas residenciales. “Ayer hicimos un barrido y nos dimos cuenta de que realmente usan cohetes”, cuenta Analotoly, un vecino de la fuerza de seguridad.
Muchos vecinos se han marchado de este barrio. Analotly explica que, al principio de la guerra, no entendían la estrategia rusa ni los ataques tan desorganizados. “Los bombardeos eran caóticos, su objetivo era que toda Ucrania abrazase ese caos”, asegura. Además, recuerda que al principio las fuerzas ucranianas no tenían capacidad para repeler a los rusos, pero que con la ayuda exterior han logrado resistir. “Los rusos intentarán hacer una nueva operación ofensiva aquí”, dice convencido, y continúa arguyendo que “al principio se movían en largas columnas, luego cavaron las trincheras, hicieron algo de defensa e intentaron atacar caóticamente a Derhachi”.
Actualmente, las tropas rusas han concentrado grandes fuerzas no muy lejos de Járkov, un indicio que Analotly considera suficiente para predecir que “intentarán capturar este territorio nuevamente".
Los bombardeos se escuchan,y el miedo no desaparece con los sonidos de la guerra de fondo. La segunda ciudad más grande de Ucrania sigue siendo castigada por los bombardeos. El repliegue de las fuerzas rusas y su cambio de estrategia, concentrando todo el fuego en el Donbás, implica una mayor concentración de ataques sobre esta localidad. Los combates continúan y los dos ejércitos siguen disputándose, pueblo a pueblo, el cinturón de Járkov.
Después de tres meses, la contienda continúa y la prioridad sigue siendo sobrevivir. Todo lo demás ya volverá, dice Lena con esperanza. “¿Ves el cielo a través del techo? En tiempos de guerra es incómodo”.
Y el cielo se ha convertido en obsesión de todos los supervivientes que han conversado con este medio a lo largo de estos tres meses de guerra. El cielo escupe lo peor, trae la muerte, es dolor y tristeza. Este es el cielo que describe el pueblo ucraniano tres meses después del inicio de la ofensiva rusa. Hasta que acabe, permanecen impávidos, a la espera de una señal que les permita reconstruir la señal de la paz.