Mariana Enriquez: "Los argentinos también queremos dejar de escribir de la dictadura, pero no podemos escapar"
- La reina de la literatura de terror visita España para presentar la reedición de su primera obra, Bajar es lo peor
- "Ya no existe el prejuicio de la alta literatura donde no entra lo local ni lo popular", cuenta en esta entrevista con RTVE.es
Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) es la gran sensación de la literatura hispanoamericana actual. Su monumental Nuestra parte de noche, una novela hipnótica que entremezcla el terror imaginario y el real de los asfixiantes años de la dictadura argentina, ganó el premio Herralde y el de la Crítica en 2019 y revolucionó el panorama literario. Desde entonces, esta autora antes poco conocida en España ha creado un auténtico fenómeno fan, llegando con su escritura a un público habitualmente alejado de la literatura de género.
Ahora, Anagrama reedita su primera novela, Bajar es lo peor, que Enriquez terminó con solo 19 años -fue bautizada en aquel entonces como “la escritora más joven de la Argentina”- y que estaba hasta ahora descatalogada y convertida casi en obra de culto. Sus páginas son un descenso a los infiernos de los bajos fondos del Buenos Aires de los 90, un recorrido por bares de rock, drogas, camellos, proxenetas y apariciones.
Hablamos sobre la novela y su obra en un hotel de Madrid, una escala durante su gira por España para firmar en la Feria del Libro y acudir a varios encuentros con los lectores.
PREGUNTA: Con tus libros has atraído a miles de lectores que nunca se habían acercado al terror. ¿Cómo haces para atrapar en este género a gente completamente ajena a él?
RESPUESTA: A mí me sorprende. Creo que lo que ocurrió con todos los que se engancharon es el tema de los personajes. Vos entrás a la novela y enseguida conocés a los protagonistas, los acompañás en lo que pasa, y de a poco vas entrando en el terror a tu pesar. Para mí el terror no es secundario en la novela, pero la historia de los protagonistas es más importante. Están en ese universo y te preocupa lo que les pase, o por lo menos me preocupa a mí.
P: Precisamente estos personajes, como Juan y Gaspar en Nuestra parte de noche, o Narval y Facundo en Bajar es lo peor, siguen viviendo en tu mente mucho tiempo después de que se acabe. ¿Cómo se consigue eso?
R: No sé cómo se consigue al escribirlo. ¿Cómo lo consigo yo al pensarlos? A mí se me aparecen casi como personas reales, pienso en ellos, es como inventar personas. Sé su color de pelo, sé cómo se visten, sé que les gusta comer, aunque después no baja todo eso a lo que escribo. Es algo medio proteico y divertido al mismo tiempo. Es una concepción no muy literaria, un poco obsesiva. Yo en Juan pensé años antes de escribirlo.
P: En Bajar es lo peor el terror no está tan presente como en tus obras más recientes. ¿Cómo ha ido introduciéndose en tu escritura?
R: Yo quería escribir terror desde el principio, lo que pasa es que no sabía cómo. Esta es una novela que empecé a los 17 años y el terror es supertécnico. Entonces lo hacía espasmódicamente: dentro de un relato realista había escenas ambiguas, que no sabes si son seres sobrenaturales o imaginaciones de un loco o un adicto.
P: Me imagino que es difícil escribir terror. Puede chirriar mucho si no se hace bien, como cuando uno escribe de sexo, por ejemplo, que es muy fácil que quede ridículo.
R: Yo leo mucho terror y leo mucho terror malo, y eso es aleccionador también como escritor, pero como lector debe ser una pesadilla. Escribo mucho de sexo, en Bajar es lo peor hay un montón. Muchos escritores le tienen miedo por pudor de no quedar ridículo, pero el sexo tiene algo un poco ridículo también. Se puede ser un poco ridículo y no pasa nada.
P: ¿Cómo se recibió Bajar es lo peor en la Argentina de los noventa, una novela en la que aparecen hombres gais, drogas, prostitución masculina, los bajos fondos, etc.?
Fue un descontrol. Tiene estos elementos perturbadores, entonces lo que la gente quería saber es si eso era mi vida. Y hay partes que se nota que conozco, y hay otras que me imaginaba, diría que un 80%. Me llamaban, iba a la tele como “la escritora más joven de la Argentina” y me hacían preguntas tipo ‘¿por qué hay tantas drogas, vos te drogás? ¿Cómo sabés tanto de sexo gay? Nadie tenía ningún interés literario, solo tenían a una joven delante y le preguntaban sobre la juventud, en un momento en que salíamos de la epidemia del SIDA, había mucha droga, todo el mundo consumía. Éramos hijos de la hiperinflación del 89, del abandono de nuestros padres, que tenían varios “curros” -como dicen acá- para sobrevivir y no pasaban por casa.
Es la época del SIDA, pero yo no quería ponerlo en la novela, tipo la pandemia ahora, porque vivirlo había sido lo suficientemente duro. Me imaginé un mundo como el que vivíamos, pero sin que estuviera la muerte. O sea, la muerte está por todos lados, pero no es la única amenaza.
P: Tú has apostado por la ficción pura en una época en la que domina la autoficción. ¿Crees que esta ficción más convencional es ahora lo alternativo?
Hay un montón de autoficción que es buenísima: Annie Ernaux, Emmanuel Carrère… Pero tenés mucha autoficción de “nació mi hijo y te voy a contar cómo es”. Y bueno, no es tan diferente, hay muchos hijos, y en general, salvo que te haya salido uno con cabeza de perro, es todo un poco parecido. Hay una desesperación del mercado por ir a buscar estas historias, pero decís “está bien, me leí tres maternidades, no voy a leer 82”. Lo que pasa es que la experiencia de lo cotidiano es un poco limitada, salvo que seas un gran escritor.
Es un fenómeno de época, por las redes. La voz propia tomó muchísimo relieve, entonces mucha gente se acostumbró a escribir todo el tiempo en primera persona, que se volvió como la escritura por defecto. A algunos escritores les cuesta entender que la ficción más pura también es autobiográfica, pero de otra manera. Está lo que te gusta, están tus obsesiones. Bajar es lo peor es la historia de mi adolescencia, aunque yo no sea un chico gay. No importa, ese era mi ambiente. Creo que la autoficción está llegando a un punto de saturación, y se empiezan a ver otras cosas, como el libro de Laura Fernández [La señora Potter no es exactamente Santa Claus] o el de Irene Solà [Canto yo y la montaña baila].
P: En los relatos de Los peligros de fumar en la cama (Anagrama, 2017), Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016) o en tus novelas hay una recuperación de las tradiciones populares, de las supersticiones indígenas. Esta vuelta a lo local y lo tradicional se ve también en obras españolas recientes, como la de Irene Solà que has mencionado, o Panza de Burro, de Andrea Abreu. ¿Crees que hay un nexo entre estas tendencias a los dos lados del charco?
R: Creo que hay algo que es generacional. A partir de mi generación ya no existe el prejuicio de la alta literatura como esta especie de ciudadela que hay que defender, donde no entra lo local, los localismos de la lengua. Donde no entran las pequeñas creencias, las historias de brujas, las historias familiares medio siniestras. No se lo consideraba del todo serio, como si fuese menor y no fuera lo suficientemente valioso para estar dentro de un libro. La literatura ya se nutre de fuentes populares, desde lo masivo, como los videojuegos, hasta las historias de pueblo que te contaba tu abuela.
P: En tus cuentos las protagonistas suelen ser chicas jóvenes o adolescentes. No ocurre lo mismo en las novelas, donde tienen más peso los personajes masculinos, tanto un padre y un hijo en Nuestra parte como una pareja en Bajar es lo peor.
R: Con Nuestra parte de noche venía de varios cuentos con protagonistas mujeres y estaba un poco cansada de escribir de su punto de vista de mujeres. Y cuando empecé a pensar en otra cosa apareció la relación padre-hijo, que me interesaba explorar un poco más que la relación madre-hija. Primero, porque no tengo ganas de explorar este vínculo, y segundo, porque el vínculo padre-hijo me permitía hablar de una masculinidad diferente.
Es un padre diferente, está en posición de cuidar y salvar a su hijo. Él está puesto en un lugar muy femenino, las poderosas son las mujeres y tiene que salvarlo de ellas. Quizá tenga que ver con una especie de condición andrógina del escritor. Yo no creo mucho en el escritor a partir del género, como “soy mujer y escribo de mujeres”. A lo mejor me interesa más el otro y me interesa más ver como el diferente que investigarme a mí misma en la escritura.
P: En esa novela apostaste por contar una relación padre-hijo, algo que se aleja de la ola actual que se centra más las relaciones entre madres e hijos o hijas. ¿Crees que es un terreno bastante inexplorado?
R: Nuestra parte de noche es una novela sobre la herencia, sobre cómo es esa herencia patriarcal, de padres a hijos varones. Me parecía interesante la figura de padre protector de La carretera, de Cormac McCarthy u Ojos de Fuego, de Stephen King. Juan está protegiendo a Gaspar desde la derrota. Cuando se enoja es bastante violento y yo quería explorar eso, la violencia entre padre e hijos como una forma de disciplina y castigo, aunque la ternura también exista.
P: En Nuestra parte de noche se entrelazan los fantasmas imaginarios con los fantasmas reales de las víctimas de la dictadura. ¿Puede servir el terror para tratar este trauma de los desaparecidos?
R: Mi infancia transcurre durante la dictadura. Y la dictadura no se termina cuando se termina, porque después vienen todos los años de enterarse de lo que pasó, la historia de las víctimas. El trauma de las víctimas tampoco termina en ellas, sino en los hijos de la víctima, y se expande y queda una sociedad que es complicada.
En Argentina a los fantasmas se les dice “aparecidos”, es casi una especie de regalo del lenguaje. En mis primeros años creativos era una ausencia muy evidente, porque había un montón de gente que no tenía a sus padres. Faltaba gente de la edad de mis papás, había mucho huérfano, era una cosa medio espeluznante.
La dictadura creó los fantasmas, porque un fantasma es eso, no tener el cuerpo. Es alguien que aparece y dice “mi cuerpo no está acá, está allá, quiero que lo saquen y lo pongan en un buen lugar y le pongan una cruz”. Y eso en Argentina no se puede hacer porque los tiraron todos al agua.
Entonces es muy injusto cuando a los escritores argentinos les dicen “otra vez la dictadura”. Bueno, vénganse tres meses a Argentina y van a ver que la dictadura está ahí. Nosotros también queremos escribir otra cosa, como les pasa a los chilenos. No se puede escapar, todavía no, porque además decidimos tratar el trauma hablando, una manera muy psicoanalítica, muy argentina. Nosotros estamos enfermos de memoria.
P: También aparece en tu obra otro tema muy presente en Argentina: la crisis económica, la inflación.
El otro día me preguntaba un periodista alemán si lo irreal aparece en mis historias por la inflación, porque vivir con mucha inflación es irreal. Me enojé con él y le respondí así de mala onda: no hay nada más real que vivir con inflación. Cada día recibís un whatsapp de un amigo que te dice que los tomates si vas a la calle tal están un 20% más barato que en tu barrio. Yo acá gano el dinero en euros y allá solo puedo sacarlo en pesos, porque todo el dinero del exterior va para pagar la deuda externa de la Argentina, que es la más grande del planeta Tierra.
Toda tu vida es tratar de sobrevivir en ese sentido. El trasfondo de la crisis económica, aunque no lo trato tanto, está todo el tiempo, la gente siempre viviendo muy al día. En Bajar es lo peor vos lo ves en los chicos que venden poquita droga, los chicos que se prostituyen porque no tienen plata y quieren sacar esas pequeñas tajadas. Yo creo que ahora voy a empezar a escribir un poco más de eso, porque cuando más vieja sos más te das cuenta que no vas a tener jubilación y bueno, etcétera [ríe].
P: ¿Cómo entra el tema generacional en la escritura y en la lectura de tu obra? Decías que tu generación es la que se crio con Twin Peaks y Star Wars, mientras que la nuestra es la que empezó a leer con Harry Potter.
R: Es interesante que ya hay varias generaciones cuyo consumo cultural principal es fantástico. Los videojuegos, el anime, los fanzines, los fanfiction…. Hay varias generaciones, de la X para acá, muy entrenadas en los géneros de la imaginación, y no creo que volvió lo fantástico a la literatura, volvió y punto. Llega Thor 18 y todo el mundo, cualquier familia, va a ver Thor 18. El fandom es ahora una cosa completamente normal.
Lo que pasa es que la literatura es más lenta porque es más snob, porque mucha gente que escribe literatura todavía tiene prejuicios sobre estas cosas o viene de la academia. Pero esto es imparable. Se acabó que me vengas a decir que tengo que escribir realismo para ser seria, por favor. Henry James ya escribía de fantasmas, ¿de qué estamos hablando?
P: Precisamente una de las grandes preocupaciones de estas generaciones más jóvenes es la falta de futuro, la crisis ecológica. Has tratado el tema en un relato de la antología Relatos de dos planetas (Continta me tienes, 2021), ¿cómo abordas tú el cambio climático desde el terror?
R: Yo creo que es de lo que vamos a terminar escribiendo todos. Y si no hay más ficción en ese sentido creo que es por la culpa de la propia autodestrucción. A mí me preocupa. No estoy escribiendo de terror climático porque no me gusta todavía mucho el estilo y hay escritores que lo hacen muy bien, pero me estoy dando cuenta de que estoy escribiendo una novela sobre fantasmas donde hay una especie de fin del mundo. Hay gente que se va quedando sola en un mundo que no funciona más. Aunque digamos que el mío va a dejar de funcionar por otras cosas.