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Viaje a la última frontera (III)

Anna, una joven de San Petersburgo que vive la guerra desde Finlandia: "Amo mi ciudad, pero odio a Rusia"

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Anna, una joven rusa que vive la guerra desde Finlandia: "Amo mi ciudad, pero odio a Rusia"

"Sobre las seis de la madrugada me llamó mi madre y llorando me lo dijo: ‘Hemos invadido Ucrania’. Pasamos casi una hora llorando las dos y a partir de ahí tuvimos que ir procesando qué debíamos hacer. Cuando colgó, ella se puso a empaquetar todas mis cosas y las de mi hermana y se vinieron a vivir conmigo". Así cuenta Anna cómo su juventud y sus expectativas de vida cambiaron literalmente de la noche a la mañana.

“Yo nunca me había planteado irme a vivir fuera de Rusia En los últimos diez años Moscú y, sobre todo, San Petersburgo se habían convertido en lugares punteros en IT. San Petersburgo era una ciudad vibrante. Ni siquiera me había planteado nunca tener una cuenta bancaria en Europa. Ahora la tengo, y menos mal, porque al poco de llegar encontré un trabajo a tiempo parcial aquí”, explica.

Como consecuencia de la invasión de Ucrania la empresa donde trabajaba cerró la sede de San Petersburgo, la más importante que tenía. Aunque quisiera volver, Anna debería buscar un trabajo nuevo.

“Ser ruso es algo muy complejo”

Sidorenko, el apellido de Anna, denota orígenes paternos ucranianos. “Efectivamente, mi padre nació en Ucrania, en Melitopol, y mis abuelos maternos eran del Donetsk". Es decir, de las regiones del este que se rebelaron contra el gobierno ucraniano en 2014, donde desde entonces ha habido una guerra civil latente, que en parte funcionaba como un protectorado ruso y cuya “independencia” el presidente Vladímir Putin reconoció. Fue el preludio a la invasión de Ucrania.

“¡Pero es que así es Rusia!", remata. "Un tercio de los rusos tenemos raíces ucranianas”, nos explica desde la ciudad finlandesa de Lappeenranta, donde vive y estudia desde hace un año.

Anna Sidorenka, la orgullosa peterburguesa, me recuerda que en Rusia, y en la lengua rusa, diferencian entre ser “ruski” y “rosiyane”.

“Rosiyane se refiere al país, a los ciudadanos rusos, y ruski, a los de “etnia” rusa. Por eso yo he preferido siempre identificarme como de San Petersburgo más que como rusa. Ser ruso es algo muy complejo”.

Y suelta el titular: “Amo mi ciudad, pero odio Rusia”. Hace una pequeña pausa y prosigue: “La odio por la invasión de Ucrania, por esta guerra, pero también porque me impide volver a mi ciudad, ya no me puedo imaginar viviendo ahí. Sé que no debería odiar mi país, pero es que tampoco se puede decir que lo conozca. Yo solo he estado en la parte europea (al oeste de los Urales) y Rusia es muy grande".

No toda Rusia es Putin

Hay muchos jóvenes, como Anna Sidorenko, que no quieren volver a su país o que lo han abandonado tras la invasión de Ucrania. Sobre todo, hombres preparados de Moscú y San Petersburgo, por miedo a que los recluten para la guerra, o a represalias por haberse manifestado en la calle o en redes sociales contra Putin. O porque no ven futuro profesional en Rusia.

La Universidad de Lappeenranta, como toda Finlandia, ha mantenido una colaboración muy estrecha con universidades y empresas rusas. Hasta el 24 de febrero. En el claustro de profesores hubo consenso: “Una universidad debía debe oponerse a la guerra y cortamos toda vinculación, antes incluso de que la UE acordara las sanciones contra Rusia”, me cuenta el rector de la universidad. Un centro reputado en investigación medioambiental y tecnologías limpias.

En la LUT hay más estudiantes rusos, pero Anna Sidorenko es la única que ha accedido a hablar con nosotros y grabar una entrevista a cara descubierta. “Es lógico que los demás no quieran -me explica- yo tampoco habría accedido, si mi padre viviera. Era funcionario y mis críticas podrían haberle perjudicado. Y eso es lo que pasa con los otros rusos, temen las represalias contras sus familias”.

La manicura de Anna

Me llama la atención desde que nos hemos encontrado, Anna lleva las uñas pintadas de negro excepto las de los pulgares, una uña pitada en azul y la otra, en amarillo. Los colores de la bandera de Ucrania. “Sí, es por eso, y el resto, de negro porque la guerra es una tragedia".

En un país, Rusia, donde la represión llega a detener a personas que se manifiestan con un folio en blanco, “esta es la única opción que nos queda para protestar contra esta guerra. Mi madre lleva una uña de cada color: azul, amarillo, azul, amarillo…Hay también quien se pinta ‘no a la guerra’. Otra opción es vestirte combinando los colores de la bandera de Ucrania. Por lo menos, en San Petersburgo".

El reverso de la moneda

La geopolítica, los juegos de poder y los enfrentamientos políticos a menudo están muy lejos de las vidas corrientes. Y van en su contra.

Es el caso de Anna y su compañera de piso en la ciudad universitaria. Mientras analistas y periodistas hablamos de una nueva Guerra Fría Anna comparte piso con una estudiante de Estados Unidos que habla ruso. Su ilusión era ir a estudiar y vivir una temporada en Rusia y había logrado lo que creía más difícil: una beca para ir a Moscú. No podrá ser durante una temporada larga.

A la pregunta de si ha notado algún tipo de hostilidad por el hecho de ser rusa Anna cuenta que no, que en Finlandia conocen a los rusos y saben que no todos apoyan a Putin. “Incluso muchos compañeros, finlandeses y de otros países, se han ofrecido a prestarme dinero. Pero entiendo que en otros lugares nos vean con recelo, es nuestro país el que ha invadido a otro, el responsable de esta guerra". Y añade: “También consideraba que la OTAN ya no tenía sentido, que era redundante, pero ahora entiendo que se mantenga y que Finlandia quiera ingresar en la Alianza".

La entrevista la grabamos en un rellano amplio donde hay un piano a disposición de cualquiera que quiera tocarlo. Pensando en la crónica televisiva le pregunto a Anna si sabe tocar el piano y me dice que estudió piano, pero que está muy desentrenada. Aun así, se presta y toca varias veces la “Para Elisa” de Beethoven. “No me atrevo con nada más difícil, que hace mucho que no toco". Gracias y buena suerte.