Huir de la guerra de Sudán para asomarse a la muerte en la valla de Melilla: "No sabemos quién está vivo"
- RTVE.es habla con Mohamed, una de las 133 personas que logró saltar la valla de Melilla el pasado viernes
- Este joven huyó hace tres años de Sudán y tras pasar por Chad, Libia, Níger, Argelia y Marruecos se encuentra ahora en Melilla
Mohamed no duerme desde el pasado viernes. Es una de las 133 personas que lograron saltar la valla de Melilla. Está en el Centro de Estancia Temporal de Extranjeros, CETI, pero no puede quitarse de encima la angustia. Se aferra a la rendija que no permite vislumbrar su rostro completo, necesita relatar lo vivido. Aún permanece en cuarentena por coronavirus tal y como dictan las normas de las autoridades españolas para los recién llegados. No pueden salir del centro ni pueden juntarse con los demás.
Este joven de 20 años huyó hace tres de Sudán y tras pasar por Chad, Libia, Níger, Argelia y Marruecos ha logrado llegar a suelo europeo. Pero no estaba solo, "tenía amigos que el pasado viernes intentaron cruzar la frontera" y quedaron atrás. El grupo inicial lo conformaban unas 2.000 personas que avanzaron hacia la verja fronteriza ante un amplio dispositivo de la gendarmería marroquí. Al menos 23 de estos jóvenes han perdido la vida en el lado marroquí de la frontera, aunque las ONG estiman que son 37 los fallecidos. Decenas de ellos tienen lesiones de diversa gravedad y también entre los agentes de la Guardia Civil española hay heridos, se habla de más de 49.
Mohamed llevaba once meses en Casablanca y este ha sido su octavo intento de cruzar la valla. "No venimos porque sí, venimos porque no hay alternativa", dice enfadado. Los demás compañeros se le acercan y asienten. Todos son de Sudán. Lo que lamenta es no tener noticia de quiénes murieron, quiénes están heridos y quiénes están detenidos. Teme lo peor, "fue muy horrible", explica moviendo las manos.
La Fiscalía de Nador (Marruecos) ha imputado delitos a 32 personas detenidas durante el trágico salto de la valla. Les acusa de tráfico de seres humanos y de secuestro de un agente marroquí para usarlo de rehén, también de provocar fuego, del uso de la violencia física y verbal. “Hemos llegado y estamos aislados e incomunicados. No sabemos quién murió y quién no. Teníamos muchos amigos y no sabemos quién está herido, vivo o muerto”, añade desesperado.
"No hay mafias ni tenemos dinero para pagarlas"
Él salió de Sudán siendo menor de edad. Tenía 17 años. "Aún no he podido contactar con mi familia. No sé cómo están y ellos no saben cómo estoy", nos dice. Y en este tiempo la vida como migrante no ha sido nada fácil. No lo ha sido en ninguno de los países de tránsito, no en Marruecos. En las ciudades dormían en las calles y vivían de la limosna. "No había trabajo y por esto nos pasábamos muchos días en el monte". Se refiere al monte Gurugú, a escasos kilómetros de la ciudad autónoma, donde llevaba once días viviendo. "En el monte teníamos sombra, buscábamos agua y entre todos conseguíamos algo de comida", argumenta.
"Estábamos un gran grupo de personas en el monte y la policía marroquí nos atacó", relata, añade que llevaban días siendo acorralados, mientras los comerciantes tenían prohibido venderles comida. Lo que precipitó la decisión de intentar un nuevo salto. Le preguntamos quién lo organizó y su respuesta es clara. "No hay mafias ni tenemos dinero para pagarlas, nos organizamos entre nosotros", responde. Durante el salto, la policía marroquí se enfrentó a ellos con gases lacrimógenos, pistolas de goma y con porras: "Muchos amigos se cayeron al suelo y empezaron a desmayarse. Recuerdo la imagen sobrecogedora una vez que conseguí saltar a este lado. Había un baño de sangre, muchos que parecían muertos y muchos heridos", añade. Cerca de él aparece Nasriddine en silla de ruedas. Una granada de gases le hirió los pies.
Este martes, las autoridades de Rabat han difundido nuevas imágenes de la tragedia. Según la versión de la gendarmería, un día antes del salto, sus agentes habían desmantelado los campamentos del Gurugú y los jóvenes habían respondido con piedras, palos y quemaron parte del bosque. Los mismos policías grabaron esas imágenes para demostrar su violencia.
Mohamed reconoce que la preocupación no se ha detenido en Melilla, que tuvo mucho miedo a las autoridades españolas que le expulsaran. "Vi con mis ojos cómo devolvían a gente", dice, y añade que su intención es pedir asilo. Procede de un país en conflicto. "Somos personas y sentimos. Tenemos un corazón que siente rabia por lo que ha pasado. Somos víctimas de las guerras en nuestros países, pero también fuera", clama.
La Fiscalía General del Estado español ha abierto una investigación sobre la muerte de al menos 23 personas. La decisión llega después de que el comité de Naciones Unidas para la Protección de los Trabajadores Migrantes y sus Familias haya instado a los gobiernos de España y Marruecos a abrir "inmediatamente" una investigación "exhaustiva, independiente y transparente" sobre el salto a la valla de Melilla para esclarecer si perdieron la vida "al caer de la valla, en la estampida o como resultado de alguna acción de los agentes de fronteras".
Lo que hay al otro lado no merece la pena
Maauia, con 19 años en enero de 2020, decidió compartir con su madre sus planes de ir a otro país a buscar un futuro mejor. Fuera de Sudán, lejos de la guerra y del hambre. "Ella me dijo 'hijo, solo puedo desearte lo mejor'", dice emocionado. Siente alivio porque consiguió cruzar la valla el pasado 3 de marzo cuando unas 700 personas intentaron entrar en España. Estaba a punto de ingresar en la universidad, pero la vida se había vuelto "una cuestión de suerte, había días que bien y otros que todo saltaba por los aires", cuenta.
Tiene la paciencia de sentarse en las puertas de Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla. Con la valla de fondo que mira una y otra vez de reojo para explicar lo peligroso que fue cruzarla. De su país natal se fue a Chad donde intentó trabajar en la búsqueda de oro y cuando consiguió, tras un año, 10 gramos los vendió y siguió su viaje. Llegó a Libia, pero se quedó parado en el sur los relatos que recibía desde el norte eran desesperantes. "Sabía que era peligroso avanzar por Libia. Me llegaban relatos de mis amigos con secuestros, esclavitud y que las salidas eran muy caras", asegura. Entonces decidió poner rumbo a Níger, cruzar el desierto del Sáhara esquivando a las autoridades argelinas y llegar a Orán. En la segunda ciudad más importante de Argelia consiguió un trabajo en la construcción y se quedó allí unos meses. "Siempre escondidos, siempre huyendo de las autoridades, ya que era una persona ilegal".
Cruzó entonces la frontera con Marruecos. "Lo intenté dos noches y hasta la tercera noche no lo conseguí", relata. Para cruzar de Argelia a Marruecos hay que hacerlo andado y por los bosques. Luego en Marruecos siguió por los montes hasta encontrar la ocasión para cruzar. Melilla vive de espaldas a una valla de vida y muerte. Los que están del lado español volverían a cruzar porque, dicen, lo que hay al otro lado no merece la pena.