Imatra, la vida en una ciudad finlandesa a diez kilómetros de Rusia
- El temor a la guerra se mezcla con la necesidad de que vuelvan los rusos para reactivar la economía
- Reservistas se preparan en el campo de tiro por si tuvieran que incorporarse al ejército
En las calles de Imatra huele a verano. En la pequeña plaza de Koskenparta han montado un escenario donde van desfilando bandas musicales. Alrededor, decenas de personas, sentadas en las terrazas de los cafés y restaurantes alrededores, aplauden de vez en cuando a los músicos, a pesar de que se escuchan algunas que otras notas disonantes. Es mediodía en la pequeña ciudad del este de Finlandia, siempre que signifique algo hablar de mediodía en una época del año en el que el sol sale de madrugada y se pone sobre las 23. En estos días largos, los habitantes de Imatra disfrutan del ambiente y de su concurso anual de Big Band, una cita que marca el principio de las vacaciones.
"El invierno es muy duro aquí. Es muy largo, hace mucho frío, la gente se queda en su casa, apenas hay relaciones sociales. En verano, hay muchas ganas de reencuentro, de ver a los amigos y la familia", explica Franca. Argentina lleva cinco años viviendo en Imatra, una pequeña ciudad de 25.000 habitantes encajada entre el lago Saima, el más grande del país, al norte y la frontera con Rusia al sur. Este año, las habituales celebraciones veraniegas se han visto empañadas por la situación internacional. "Es muy difícil, en una situación de conflicto, que las relaciones sociales, la vida en la comunidad no se altere", asegura Franca. "Estamos en una zona fronteriza. Aquí hay matrimonios, familias, relaciones amistosas entre rusos y finlandeses", explica.
La frontera que separa Imatra de Rusia lleva cerrada desde 2020 por culpa de la pandemia de coronavirus. Las autoridades finlandesas tienen previsto reabrirla en julio, pero se desconoce que decidirán sus homólogos rusos. Tampoco si se reanudará el tránsito, dado el contexto internacional. No hay muchas esperanzas. "Hace una década, por este paso fronterizo transitaban dos millones de personas al año, ahora no cruza nadie", recuerda Matias Hilden, el alcalde de Imatra. La ausencia de turistas rusos es un golpe duro para la economía local. Los negocios, los hoteles y spas se resienten, reconoce el primer edil. "Al menos diez tiendas han cerrado. Teníamos marcas internacionales, como H&M, que decidieron irse. Y en el contexto actual, nadie quiere invertir".
El declive no solo tiene que ver con la guerra de Ucrania. En 2014, las sanciones europeas contra Moscú por la anexión de Crimea asestaron el primer golpe al tejido económico de Imatra. Luego fue la pandemia, ahora el conflicto ucraniano. "Es un golpe más", lamenta Hilden. "Tenemos otros recursos, con una industria papelera que emplea a muchas personas, pero la economía de Imatra necesita a los rusos".
Franca imagina que pensarán lo mismo al otro lado de la frontera. "Los habitantes de Imatra también iban a Rusia, para repostar, por ejemplo". La argentina, que ejerce de profesora de español, turismo y derecho en la Universidad de Lappeenranta, a unos 30 kilometros de Imatra, cree que es el sentir mayoritario en la ciudad. "La gente quiere que vuelvan los rusos", dice, aunque apunta una sensación "ambivalente". "Por un lado, quieren que vengan para que gasten, pero, por otro lado, el tema de la seguridad está presente, porque la guerra no ha terminado". Franca recuerda los primeros días que siguieron la invasión rusa de Ucrania, a finales de febrero. "En cuanto empezó la guerra, se habló de los refugios donde esconderse en caso de ataque, de dónde están los túneles en caso de invasión, se probaron las sirenas. Fue algo desagradable, como si la guerra golpeará a tu puerta".
El mayor ejército de reservistas
Algunos en Imatra ya se preparan para lo peor. "La situación en Ucrania y el papel de Rusia hacen que tengamos que estar preparados por si algún día llegan a nuestra frontera", nos dice Sami. Socorrista en su vida civil, es también reservista del ejército finlandés. Nos lleva a Mookku, a unos 20 kilómetros de Imatra. En medio del bosque, se encuentra el Pistoolirata, el campo de tiro. Sami acude "siempre que puede" desde la invasión rusa de Ucrania. Hoy se junta con otros cinco compañeros y practican durante hora y media situaciones de combate en la ciudad. Con pistolas y fusiles similares a los que usa el ejército finlandés. Y con balas reales.
En Finlandia, el servicio militar es obligatorio. Dura entre seis meses y casi un año, para todos los hombres de entre 18 y 60 años. Es voluntario para las mujeres. Después del servicio, los jóvenes entran en la reserva. El país nórdico tiene tan solo 13.000 militares profesionales, pero puede contar con 900.000 reservistas, más del 16% de su población total. Este ejército en la reserva le permitiría movilizar hasta 280.000 soldados en tiempo de guerra. La guerra en Ucrania ha avivado el interés por la formación militar, nos asegura otro Sami, también reservista e instructor en el campo de tiro. "La gente es más consciente de las posibilidades que ofrecen los entrenamientos de los reservistas. Siempre ha sido algo popular, pero el conflicto ucraniano ha disparado las peticiones para prácticas. No damos abasto".
Las formaciones de los reservistas no son solo militares, también hay prácticas médicas, conducción de vehículos o de orientación en el bosque. "Se intenta abarcar todos los servicios que pueden ayudar en caso de conflicto", explica Sami, el instructor, que trabaja en recursos humanos en una empresa de Lappeenranta. Risto, manager en una compañía de seguros, no quiere imaginar que tenga que empuñar un arma. "Soy demasiado viejo para ello, no serviría", sonríe. Aun así, a sus 56 años, acude con frecuencia al campo de tiro. "Para mí es como un voto en una elección. Cada persona tiene su voto, el mío es este. No me gusta la guerra, espero que no tengamos nunca que hacerla, pero la mejor forma de evitarla es esta. Estamos preparados si nos necesitan".