Artistas de Carabanchel apuestan por abrir las galerías: "Quiero que el público vea que me mancho al trabajar"
- Más de 130 creadores repartidos en 50 estudios desarrollan múltiples disciplinas en este barrio del sur de Madrid
- “Cuando cuentas todo lo que hay detrás de una obra, a la gente, por lo general, le gusta todavía más”, aseguran
En menos de diez años, Carabanchel ha pasado de ser un barrio industrial a uno de los actuales epicentros de creación artística. Este distrito madrileño se ha convertido en el refugio de más de 130 artistas repartidos en unos 40 estudios, una tendencia que ha ido aumentando hasta hoy.
Muchos se encuentran en el Polígono ISO, un antiguo núcleo donde antes había imprentas, talleres y manufacturas textiles, espacios ahora convertidos en talleres artísticos. Los más populares son Nave Oporto y Mala Fama Estudios, aunque hay más creadores en pisos bajos y otros antiguos locales de las calles cercanas al metro Oporto.
Visitamos el estudio Naranja Azul y, después de subir en un montacargas, entramos en un taller donde trabajan siete mujeres de diferentes disciplinas, desde la creación textil hasta la performance. Nos reciben cinco de ellas y alrededor de una mesa, entre el aroma del incienso y el café, surge una conversación: ¿por qué se establecieron en Carabanchel? ¿Cuál es la esencia y necesidad del arte? ¿Cómo ve el público a los creadores?
Alquileres y reformas: Carabanchel ya no es tan barato
Iria, la dueña del estudio, nos cuenta que la llegada de creadores a Carabanchel comenzó hace unos siete años y calcula que actualmente hay alrededor de 50 espacios de artistas. Se concentran en Carabanchel Bajo, la zona más cercana al río Manzanares, y vinieron atraídos por sus edificios industriales amplios y diáfanos, unos precios más baratos que en el centro de Madrid y una buena conexión con el centro de la capital. Además, conviven con trabajadores de la madera, herreros y tapiceros, profesionales que en el centro de Madrid se están extinguiendo y les ayudan a desarrollar sus obras.
Ben Vine y Melissa Romero, dos artistas de Mala Fama, viven en el centro de Madrid, pero no pueden trabajar allí porque los locales se han convertido en pisos turísticos. Por ello, buscan talleres en otros distritos con más disponibilidad y precios más bajos. Sin embargo, otros artistas aseguran que mantener un estudio no es tan barato como parece.
Es el caso de las creadoras de Naranja Azul, que aseguran que la realidad en Carabanchel es distinta a la de años atrás y que pagar las facturas se ha convertido en una lucha porque muchos locales necesitan reformas integrales que deben pagar los artistas. Nos cuentan que “el Ayuntamiento de Madrid no hace nada” y piden ayuda económica pública para adecuar estos espacios, no solamente las grandes galerías, sino el resto de estudios que también forman parte del proceso creativo.
No obstante, también consideran que están salvando estos espacios. "El hecho de que estemos aquí protege que estos espacios caigan en la especulación inmobiliaria", explica Irma Álvarez-Laviada en Metrópolis. Sin embargo, la gentrificación que parecía verse solo en el centro de Madrid se está "contagiando" a este barrio, como indica Iria, donde hay cada vez más pisos turísticos que inflan el precio medio de los alquileres. Esto está provocando una nueva diáspora de artistas a otros lugares más asequibles, como Getafe, Tetuán y Valdeacederas.
Cinco visiones del arte: de la destrucción a la dependencia entre los elementos
A pesar de ello, las artistas de Naranja Azul de momento se quedan en Carabanchel. Alba se dedica al arte destructivo, una técnica en la que impregna tinta china negra sobre papel, cartón y chapa para luego rasgarla y crear la composición pictórica. Sus piezas tienen un paralelismo con las personas y usa “materiales maleables parecidos a la condición humana: algo frágil que se pueda escarbar".
Alejandra nos recibe con su mono de trabajo puesto, algo manchado, y reconoce que “está en un proceso de definición”. Como comisaria de arte, se encarga de dar forma a las exposiciones y seleccionar a los artistas, aunque ahora busca transitar hacia un papel de creación en este estudio de Carabanchel, donde explora con cerámica, barro y ceniza.
Romina, al igual que Alba, tiene ese rol de artista-investigadora. En el estudio fabrica objetos que luego utiliza en sus performances y ahora su enfoque está en “establecer una relación y un encuentro entre personas y materiales”. Actualmente, crea pequeños contenedores de arcilla llenos de agua para reflejar la “dependencia” de ambos elementos entre sí: “La arcilla puede contener agua que, a su vez, es necesaria para que el contenedor se mantenga húmedo y pueda sostener esa cantidad de agua”, nos explica.
Para Lucía, el arte tiene necesariamente un componente social y crítico. Su obra es multidisciplinar y está ahora centrada en “lo no dicho” y el silencio, con un enfoque humano: “Tengo la concepción de que el arte está unido intrínsecamente a la vida”, matiza.
Iria trabaja con escultura y materiales reciclados. Recoge retales de mármol, metal y madera para “crear un objeto de arte de lo que otros desechan”. Centrada en el trabajo con metacrilato, nos cuenta que sus obras, una vez acabadas, también son reciclables, de modo que las transforma y perpetúa su vida, reduciendo así la generación de residuos.
El arte "no es un hobby, sino más bien una necesidad"
Las creadoras de Naranja Azul coinciden: hay muy pocos profesionales que pueden vivir del arte y muchos tienen otros trabajos, como Alba, que da clases de dibujo y pintura mientras saca adelante su tesis doctoral. Su labor en el estudio "no es un hobby, sino más bien una necesidad” a la que le gustaría dedicar todo su tiempo. Su profesión se torna así en un impulso casi natural en el que, como relata, “de repente, ves una luz por la calle y tienes la necesidad de apuntar y comenzar un proyecto”.
Por ello, apuestan por ayudar a entender qué implica ser artista. No consiste en pintar sin más, sino que tiene todo un proceso creativo y reflexivo intrínseco: “Nuestras obras son el reflejo de una generación y un momento vital que dentro de unos años se pueden estudiar, y es necesario que nos ayuden”, señala Alba.
"Acercar el arte a la gente" y que vean cómo el artista se mancha
La comunicación es, por tanto, un elemento clave... y fructífero. Aseguran que el público tiene interés por conocer los procesos creativos, y no solo la obra final. Por ello, estas artistas apuestan por abrir las galerías y revelar el proceso de trabajo del artista.
“Cuando tú cuentas todo lo que hay detrás de una obra, a la gente, por lo general, le gusta todavía más”, señala Iria. Se trata de culminar el significado total de la obra: mostrar ese proceso de creación y que el público vea al artista con las manos manchadas. Alejandra, como comisaria, considera que algo muy importante es “acercar y bajar el arte” a la gente, “democratizarlo” y que no lo vean como algo elitista. “Quiero que el público vea que me mancho al trabajar, que esto es tangible”, nos cuenta. En esta línea, Iria apuesta por abrir las galerías para que no se quede entre los mismos coleccionistas de siempre.
Por tanto, a pesar de que es importante monetizar su profesión para poder vivir de ella, coinciden en que el arte tiene un sentido más amplio: “Una obra no funciona solamente cuando se vende, sino cuando formula una pregunta”, indica Romina.
Esta fórmula les ha funcionado en jornadas de puertas abiertas donde han expuesto sus piezas y las han vendido al público. “A lo mejor no te compran, tampoco tiene que ser vender constantemente, simplemente puede contárselo a más gente”, aseguran.
Respeto entre creadores, pero... ¿hay un sentimiento de comunidad?
Los artistas de Mala Fama sí tienen esa sensación porque hay debates enriquecedores: "Estar trabajando y compartir una comida... en esas comidas se cuecen cosas interesantes", indica Melissa Rodríguez. Sin embargo, fuera de estos grandes espacios, ese sentimiento parece disiparse.
Es importante rodearse de otros artistas y retroalimentarse, ya sea para crear las piezas o coincidir en las exposiciones. Esto es algo que se produce en Nave Oporto y Mala Fama, pero fuera de estos grandes espacios no existe un “gueto” de artistas. Hay un respeto entre ellos, pero no un sentimiento de comunidad como tal en el barrio por el simple hecho de que cada uno está haciendo su trabajo y no tienen demasiado tiempo, nos cuentan las artistas de Naranja Azul.
La eclosión de ese sentimiento de comunidad sí se produce cuando visitan las galerías de amigos o van a festivales como ArtBanchel -celebrado en tres ocasiones, la última en 2019-, que implica a más de 30 estudios de artistas y más de 120 agentes culturales. También organizan ferias que coinciden con ARCO, pero es en los eventos del barrio donde se genera la comunión entre artistas, público y coleccionistas que "se suman a esta ventana abierta para conocer nuestro trabajo, lo que ayuda bastante", cuentan Alejandro Botubol y Gustavo Blanco-Uribe a Metrópolis.
En todo caso, el proceso de creación está en el aire y “una siente el rumor de los motores que están creando cosas”, indica Romina. Precisamente ese rumor, como el motor de un tren en marcha, es el que impulsa día a día la creación artística en este barrio de tradición obrera.