'La frontera invisible', el último viaje de Javier Reverte
- El libro completa la trilogía póstuma del que está considerado como el escritor de viajes más importante en lengua castellana
- Propone un recorrido desde Estambul hasta Omán, a través de Irán y sus ciudades legendarias
Después de atravesar Turquía e Irán, Javier Reverte sintió frente a las aguas metálicas del Golfo Pérsico esa melancolía que siempre invade al viajero cuando está cerca de emprender el camino de vuelta a su hogar. "No era grato ni triste mi sentimiento. Parecía sencillamente que vislumbraba el final del camino, el último tramo de la vida”, describe, tal vez presintiendo que aquella podría ser la última vez que recorriera el mundo como tantas veces había hecho, "sintiéndose libre, observando a los extraños, aprendiendo de sus libros, escuchando sus palabras y olfateando el entorno para luego contarlo". Decía Reverte que solo dejaría de viajar cuando le retirara la vida, y cumplió con su palabra hasta el último aliento.
La frontera invisible completa la trilogía póstuma -junto con Hombre al agua y Queridos camaradas- del que está considerado por muchos como el escritor de viajes más importante en lengua castellana. En su libro, el único puramente de viajes de los tres, Reverte vuelve a sumergir al lector en un universo a mitad de camino entre la historia y la literatura, para conducirlo a través de Oriente, desde Estambul hasta las puertas de Arabia, siguiendo el rastro de viajeros primitivos como Ibn Battuta, Ruy González de Clavijo o Pedro Tafur, para alcanzar ciudades legendarias cuyo solo nombre es capaz de incendiar la imaginación: Isfahán, Shiraz, Persépolis...
Un día, hojeando un periódico, Javier Reverte leyó un artículo sobre Irán, que afirmaba que “no hay plaza más bella en el mundo que la de Isfahán”, ilustrado con una fotografía de este majestuoso rectángulo cuya armonía deja sin aliento a quien lo contempla. En aquel momento sintió la llamada del viaje, que había escuchado muchas veces en su interior a lo largo de su vida. "Quería ir a Oriente Próximo, una región cuyo nombre resuena a inmensidad, ancianos imperios, guerras estremecedoras, ejércitos perdidos, ciudades enterradas, religiones muertas, viejas lenguas enmudecidas; también a pogromos y genocidios, sanguinarios sultanes, guerreros feroces y reyes belicosos, y junto a todo ello, a sensualidad, aventura y poesía", así comienza el libro.
Estambul, "a medio camino entre la realidad y el sueño"
El viaje arranca en Estambul, esa ciudad "que navega, o flota, a medio camino entre la realidad y el sueño". Es allí, frente al Estrecho del Bósforo, donde comprende que aquel trozo de mar separa dos continentes, pero no dos civilizaciones, algo que ya había dicho Julio Camba. El genial articulista gallego, quien consideraba que “viajar es el más triste de todos los placeres”, ejerció como corresponsal en aquella ciudad cuando todavía se llamaba Constantinopla.
Javier Reverte atraviesa la frontera invisible que separa Asia de Europa y llega a Ankara, donde se embarca en el tren que cubre el trayecto entre la capital de Turquía y la de Irán a lo largo de 56 horas interminables. En Teherán encuentra una ciudad "cálida", que parece "siempre a punto de reventar". Esta "disparatada metrópoli" le sirve como puerta de entrada a la antigua Persia, el territorio mítico que soñó cuando planeó su viaje, y cuyo epicentro emocional se encuentra en Isfahán, o más concretamente en la plaza de Naghsh-i Jahan, que tiraba de él "como si fuese un imán".
Deslumbrado por el azul del arte chií, Javier Reverte describe el delicado uso de espejos, cristales y luces en su arquitectura, en una tierra reseca y habitada por adoradores del sol desde el principio de los tiempos. “En el corazón de muchos iraníes hay un latido zoroástrico, que no significa otra cosa que tolerancia y resplandor”, escribe.
Y por fin llega a la plaza de Isfahán, un lugar que "perturba tus sentidos, sobre todo a la caída de la tarde, cuando la realidad de lo imposible se convierte en cúpulas cautivas, deseosas de volar al Paraíso, y se refugia en los arabescos que adornan los mosaicos de los templos”. Allí, contemplando con sus propios ojos aquel espacio que le había embrujado a miles de kilómetros de distancia, Javier Reverte pensó que la belleza, igual que esa vida que siempre se escapa como agua entre los dedos, "está condenada a ser evanescente". “Contradiciendo el espíritu del viajero, creo que hay lugares de los que uno no debería irse nunca, como la plaza de Isfahán”, escribe.
Persépolis, la capital de la dinastía aqueménida
El viaje continúa en Shiraz, la "ciudad de los poetas y las rosas". Muy cerca de ella, se encuentran las ruinas de Persépolis, la que fuera capital de la dinastía aqueménida. Es allí donde se encuentra de lleno con el rastro de Alejandro Magno, el rey de Macedonia que llevaba siempre consigo un ejemplar de la Ilíada de Homero, y que acostumbraba a leer por las noches. “El sueño de Alejandro modeló una parte del espíritu iraní, quizá el más occidental, hoy en día, de los países de Oriente”, reflexiona Javier Reverte sobre la figura de uno de los iconos culturales más importantes de la antigüedad, que quiso anexionar Occidente y Oriente bajo una misma corona. Persépolis fue conquistada y saqueada por el conquistador macedonio en el 330 aC.
Tras abandonar Persépolis y Shiraz, siguiendo la ruta de las antiguas caravanas a través de montañas inhóspitas y paisajes aplastados por el sol, Javier Reverte alcanza la costa del Golfo Pérsico, donde se encuentra con un mar "del color del plomo". Allí toma un barco que le lleva a Dubai, y después un avión hacia Omán, para dar por finalizado un viaje que en realidad ya había concluido muchos kilómetros antes, bajo las míticas cúpulas a cuya sombra Asia se funde con Occidente.