Los supervivientes del salto de Melilla denuncian devoluciones sumarias: "El miedo nos persigue"
- RTVE.es accede al testimonio de una docena personas en Casablanca que cruzaron la valla el conocido como viernes negro
- Interior reconoce "rechazos en frontera", la mayoría son sudaneses que España les concede asilo en el 88 % de los casos
Cientos, quizás miles. Primero caminando a paso ligero, luego a la carrera. La valla se hace más y más grande conforme se recorta la distancia. Se respira la libertad, se dibujan los sueños al otro lado. Se oyen sirenas policiales entremezcladas con gritos y quejas. La valla de Melilla parece inexpugnable, cada vez más alta; la oportunidad está a unos pocos metros. Hay que escalar. Más gritos recorren la columna humana. Cientos, quizás miles. Un objetivo, Europa. La asfixia del sobreesfuerzo atenaza los músculos; el aire cada vez es más irrespirable. Humo y pelotas de gomas que hay que esquivar en un ascenso que se vuelve imposible. Desde la cima puede verse a otros que son reducidos por la policía. La frágil alambrada separa la pesadilla vivida de un sueño que se abre camino al otro lado. Queda poco, unos metros, bajar y esquivar a los guardias europeos. Hay sentimientos encontrados, unos quedan tendidos al otro lado, otros corren, lo han conseguido, o al menos eso creían.
Es la historia de una docena de africanos que acusan a España de no haberles permitido tramitar su petición de asilo, cuando el pasado viernes 24 de marzo lograron cruzar a Melilla y fueron devueltos a Marruecos, sin que se hubiera tramitado su solicitud de protección internacional.
Mohamed, Bachir, Buchra, Tager, Nuridin, Naser, Adam, Musadir, Andala y Abdala son de Darfur, una región del oeste de Sudán sumida en una guerra dura décadas, y denuncian que las autoridades españolas les entregaron a Marruecos, sin permitirles pedir asilo. RTVE.es tuvo la ocasión de acceder a sus testimonios en Casablanca, donde fueron trasladados por las autoridades alauitas.
Mohamed Mojtar: “No voy a volver a cruzar a España”
Mohamed nació en Darfur y tiene 25 años. Su familia se instaló en un campamento de refugiados en Gezira, una localidad al sur de la capital sudanesa. No recuerda ni un solo día de su vida que no esté acompañado de la guerra “Salir no fue una decisión mía, la guerra me expulsó”, asegura. Su relato se entrecorta con silencio, no le resulta sencillo contar todo lo vivido. Su ruta migratoria comienza cruzando a Chad y desde allí se traslada a Libia, donde pasa dos años y medio que prefiere no recordar; luego consigue llegar a Argelia, donde después de un mes, en junio de 2020 cruza a Marruecos, como última escala para dar el salto a Europa. Tiene siete hermanos y su familia sigue en el campo de refugiados. Él es el único que ha intentado salir.
Llevaba días en la sierra de Nador, en el conocido campamento del Monte Gurugú. La madrugada del viernes 24 de junio, junto con otros cientos de africanos, se dirigió a la valla de Melilla. “Subí a la primera valla y logré bajar, corrí a la segunda y también logré pasar. No sé cómo lo hice”. Cuenta sorprendido de su resistencia. “Me dispararon con balas de goma que me impactaron en las piernas, en la espalda y en la cabeza”, sigue contando mientras se sube la camiseta para mostrar las marcas de los proyectiles antidisturbios. Un pequeño bulto en la parte izquierda de la cabeza asoma como testimonio del impacto que lo dejó aturdido. Asegura que consiguió llegar a territorio español.
“Yo estaba exhausto. La gendarmería marroquí me había apaleado mientras subía la valla, muchas pelotas de goma y muy fuerte”, cuenta. “Tenía una herida en la cabeza y los gases lacrimógenos no me dejaban respirar”, explica y dice que instintivamente sabía que tenía que seguir avanzando, pero que finalmente cayó al suelo y la Guardia Civil le maniató los brazos a la espalda. “Me golpearon dos veces en la espalda para que no me escapara. Me pusieron junto a otros chicos y luego nos condujeron a una puerta en la valla para entregarnos a los marroquíes”, concluye entre lamentos.
“Tenía una herida en la cabeza y los gases lacrimógenos no me dejaban respirar“
Nada más pasar a las manos de los gendarmes alauita fue golpeado: "Fue entonces cuando perdí el conocimiento”. Al recuperarse vio el cadáver de su amigo Hanin a su lado. La herida en la cabeza era tan grave que fue trasladado al hospital en una ambulancia “con dos cadáveres”, asegura. Recuerda que fue un momento de impotencia y humillación: “Los gendarmes registraban a los muertos por si tenían dinero en los bolsillos, lo cogían y les escupían”.
Le pusieron puntos en la ceja. “Solo curaban las heridas que sangraban. Después me montaron en un autobús con unas 35 personas y me llevaron a Chichaoua”, una localidad situada a unos 100 kilómetros al sur de Marrakech. Los dejaron en una zona de agricultura donde permanecieron unas horas para descansar y luego retomar el camino de vuelta. “Volví con muchos heridos”, añade. Una organización cristiana les ayudó a coger un autobús hasta Casablanca. Ahora ha decidido esperar. “No voy a volver a cruzar a España. Nos pueden encarcelar. Voy a abrir mi expediente de asilo con ACNUR en Rabat”. En este trámite deposita toda su esperanza, consciente de que puede tardar años. Pero lleva ya cuatro en ruta: “Libia me ha cambiado, he aprendido mucho sobre la vida. He aprendido a resistir”, concluye.
Buchara Hasan: “El miedo nos persigue”
Tanto la legislación española como la internacional garantizan a los solicitantes de asilo el derecho a no ser devueltos, el problema lo tienen quienes, como Buchra y sus compañeros, no consiguen registrar su petición y quedan fuera del sistema y de la protección temporal. “Nadie nos ha preguntado”, asegura Buchara Hasan, que tiene 36 años y también procede de Sudán. “Para cruzar a España entré por una de las puertas que dan al lado marroquí que había sido forzada, después subí la valla y salté a Melilla”, asegura. No se hizo daño porque logró bajar toda la valla, pero “la Guardia Civil española había hecho un cordón para no dejar pasar a nadie, tenían botes de spray para esparcir gases lacrimógenos”.
“No podía ver nada. Me ardían los ojos, me escocían mucho y me ahogaba entre tanta gente”, relata y asegura que se lo llevaron al otro lado de la valla donde fue entregado a las autoridades marroquíes. “Me golpearon con porras, en los costados, en el brazo, en la espalda y en la parte de los riñones”, se queja. Lamentan que se les haya tratado de “terroristas, mafiosos y violentos”. Insiste que él es “refugiado” y necesita un lugar donde vivir en paz. “El miedo nos persigue”, dice antes de quedarse en silencio.
“No podía ver nada. Me ardían los ojos, me escocían mucho y me ahogaba entre tanta gente“
“Me fui de mi país por miedo, en Libia pasé miedo, en Argelia también y ahora, en Marruecos, también pasamos mucho miedo. El miedo nos persigue”. A finales de 2019 unos milicianos asaltaron su casa y mataron a su mujer. Llevaban poco casados. En ese momento decidió ponerse en marcha. “Lo pasé muy mal en el desierto libio. Muy mal. No tenía dinero para pagar a nadie que me ayudara a llegar a Trípoli”, asegura. Un Estado fallido donde podía ser detenido en cualquier momento, por cualquiera de los bandos que controlan el país. “Vives inseguro en cada momento, incluso el rato que vas a la tienda”, dice. Intentó cruzar el Mediterráneo dos veces. La primera vez fue estafado. Pagó un dinero a las mafias a cambio del pasaje, pero el viaje nunca se llegó a hacer. Tuvo que volver a empezar a ahorrar, trabajando en lo que encontraba para volver a intentarlo una segunda vez, pero en esa ocasión fueron interceptados por los guardacostas libios. “Estuve seis meses en un centro de detención. Nos maltrataban. No se podía dormir ni comer. Nos vendían a los grupos armados”. Eran 300 personas que, tras meses de infierno, lograron escapar. Denuncia que les violaban, que quemaban plástico y se lo ponían en la espalda, entre otras prácticas de torturas. “Muchísima gente muere en estos centros”, dice emocionado.
Al año salió de Libia y llegó a Argelia, contaba con algo de dinero, así que pudo coger autobuses hasta la frontera con Marruecos, pero su intento de cruzar se vio frustrado por la gendarmería argelina, que le advirtió con deportarle a Níger. La amenaza se cumplió cuando, días después, fue sorprendido en un segundo intento. “Nos montaron en un autobús, éramos unas 20 personas de distintas nacionalidades, había gente de Camerún, de Guinea-Bissau, del Congo, de Senegal…”. Dice que les abandonaron en la frontera con Níger.
“Níger es un desierto vacío”. Asegura que no hay ninguna posibilidad de quedarse en ese país, allí se encontró con que las autoridades de Argel estaban entregando a centenares de personas a las nigerinas. Estuvo unos días en un centro en Agadez que gestiona Naciones Unidas. “Lo único bueno era que comíamos dos veces al día”, dice. Allí solo le ofrecían volver a Sudán, algo que le aterraba. Por lo que decidió volver a ponerse en marcha.
De Níger fue a Burkina Faso, para luego cruzar Mali y acabar en Mauritania. “En los dos países se encontró con problemas porque iba completamente indocumentado”, asegura. “Me hice amigo de la persona que me detuvo y me hizo un papel para cruzar a Mauritania”, asegura. “En Mali me encontré a un señor bueno que me ayudó a llegar a Mauritania”, añade. Ya en Mauritania “me fui buscando la vida para cruzar el país”, continúa relatando, luego llegó al Sáhara Occidental y desde allí puso rumbo a Marruecos. “Los marroquíes me detuvieron, pero les dije que no me demoraría en el país, que quería ir a Europa y entonces me soltaron”, asegura. “Quería cruzar, pero no tenía dinero para la patera”, concluye.
Addamba Adijabar: “Yo una vez entré por Ceuta y también me devolvieron”
Llegar a territorio español, según sus testimonios, no es garantía. Addamba Adijabar también pasó por Chad, vivió los horrores de Libia y cruzó Argelia hasta llegar a Marruecos. Llevaba tres años de travesía. Ha intentado cruzar por Ceuta hasta en veinte ocasiones. El pasado mes de diciembre, consiguió saltar la valla. “Salté a las nueve y no había nadie”, asegura. Pero se hizo tanto daño que no podía moverse. Estuvo dos horas tirado sin que lo viera la Guardia Civil. Al rato, se fue gateando poco a poco a los bosques de Ceuta. “Justo allí estaban y me pillaron”, asegura. Entonces, dice, le subieron a un coche, hicieron varias llamadas y, finalmente, le entregaron a las autoridades marroquíes. “Me llevaron ellos al hospital, se me rompió un tobillo y me hice daño en la columna”, asegura.
El 3 de marzo también lo intentó cuando se produjo un salto de 700 personas a Melilla. “Conseguí saltar a España, pero me golpearon y me caí. Perdí el conocimiento y me desperté en Marruecos”, dice. El pasado 24 de junio lo volvió a intentar. Cuando cruzó la primera puerta entró en pánico y quiso volver. “No llegué a pasar el quitamiedos de la carretera”, dice. Se acordó de lo que vivió en las veces anteriores y se rindió a la Guardia Civil que, asegura, lo entregó a la gendarmería alauita. “Me acordé de todas las palizas y golpes que me habían dado y me hice el muerto”, indica señalando uno de los videos donde se observan, amontonados en el suelo, los heridos y muertos del pasado día 24 de junio en Melilla.
“Me manché con la sangre de otros hermanos” para esquivar las palizas de los guardias marroquíes. “Lo intentaré tantas veces como haga falta”, dice. Su madre y sus dos hermanos murieron en la guerra de Darfur. En 2017 su hermana se ahogó al intentar cruzar el Mediterráneo. “Esta es la única vía que queda”, insiste.
“Me acordé de todas las palizas y golpes que me habían dado y me hice el muerto“
CEAR: "Ninguna persona de las que entraron tuvieron acceso a asistencia legal"
Las entrevistas han durado horas. Los detalles de los testimonios son importantes, pero lo cierto es que es su voz contra la de las autoridades españolas. El Ministerio del Interior, preguntado por RTVE.es, reconoce el "rechazo en frontera" de un centenar de personas y niegan que se haya "devuelto a heridos". Organizaciones como la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) denuncian que “de los testimonios gráficos que hemos podido ver y los testimonios de las personas a las que hemos tenido acceso, hay constatación de que ninguna de las personas que pisaron territorio español tuvieron acceso a asistencia legal, intérprete, ni pudieron acceder a solicitar protección internacional”, explica a RTVE.es Estrella Galan, secretaria general de CEAR, quién además recuerda que la sentencia del Tribunal de Estrasburgo recoge que cualquier ‘rechazo en frontera’ debe realizarse cumpliendo todas las garantías jurídicas, y “esto no se ha producido”. Además, recuerdan que España concede el asilo al 88 % de los sudaneses.
La Fiscalía General española ha abierto una investigación sobre la muerte de al menos 23 personas según fuentes oficiales, aunque las oenegés elevan el número de fallecidos a 37 . La decisión llega después de que el comité de Naciones Unidas para la Protección de los Trabajadores Migrantes y sus Familias haya instado a los gobiernos de España y Marruecos a abrir "inmediatamente" una investigación "exhaustiva, independiente y transparente" sobre el salto a la valla de Melilla para esclarecer si perdieron la vida "al caer de la valla, en la estampida o como resultado de alguna acción de los agentes de fronteras".
A lo largo de estas entrevistas nos han ido mostrando videos, fotos y las heridas en la piel. Naser se reconoce en la foto que se muestra a continuación en el lado español. Tayer se ve en unos de los videos, en unas imágenes poco nítidas, pero que guarda gran parecido con él. Ellos reconstruyen lo sucedido, conocen los nombres de los que aparecen muertos en el lado marroquí. Coinciden con las organizaciones no gubernamentales que estos días están pidiendo una investigación independiente.
“Lamentablemente tenemos que confirmar con contundencia que en la tragedia de Melilla del pasado día 24 se produjeron devoluciones ilegales o en caliente, vulnerándose el ‘principio de non refoulement o no devolución’ con personas cuya vida corría peligro”, concluye Galán. Insiste en que podrían considerarse devoluciones sumarias porque se ha puesto de manifiesto que la devolución se produce sin el cumplimiento de un procedimiento legal.
Al pisar Europa han echado en falta ser escuchados. La oportunidad de exponer su caso, de relatar las torturas sufridas en los centros de detención y las violaciones a manos de los agentes libios. Que huyen de los horrores de la guerra o que han nacido en un campamento de refugiados. “Si tuviera la oportunidad de contarles, si supieran lo que he vivido…” concluye Buchara.