Derribar las puertas de los armarios y otras barreras: cuatro historias de personas LGTB con discapacidad
- Gays, lesbianas, bisexuales, transexuales y otras personas diversas con discapacidad suman etiquetas, discriminación y miedos
- La sobreprotección de las familias o el riesgo de ser rechazados dentro del propio entorno marcan sus experiencias
Hace unos años, Enrique Bernabeu estaba de fiesta con amigas. Todas disfrazadas, contentas, “de cachondeo”. Él, como el resto, llevaba puesto un tutú cuando fueron a entrar a un local, pero solo a él le cortaron el paso. “¿Tú no te has visto?”, le preguntó el guardia de seguridad. “Ahora no lo haría, pero en ese momento decidí quitarme el tutú para entrar. Pero entonces me hizo la misma pregunta. ¿No te ha visto cómo vas? Y entendí que se refería a mi forma de caminar”.
Enrique cojea y, a veces, también se tambalea al caminar, debido a una parálisis cerebral. No estaba borracho. Este activista e influencer de derechos de las personas LGTBI con discapacidad cuenta a RTVE.es que entonces “era joven” -todavía más joven que ahora- y el incidente le hizo sentir “vulnerable, pequeño y muy invisible”. De manera instintiva, en ese momento entendió que había dos posibilidades: le estaban discriminando por ser homosexual y mostrar rasgos de feminidad, o por tener una discapacidad física, una movilidad diferente.
“Una persona gay con discapacidad suma una doble discriminación. Una mujer lesbiana con discapacidad sufre una triple discriminación. No digamos ya una mujer transexual con discapacidad”, sostiene Jesús González Amago, presidente de la Comisión LGTBI-Discapacidad del CERMI (Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad), que en este Orgullo 2022 llama a “abrir los armarios de la discapacidad”.
Se suman las “etiquetas”, pero también los “miedos”
Las experiencias al salir del armario y encontrar un lugar donde sentirse queridos pueden parecerse mucho entre personas LGTBI con y sin discapacidad, pero para los primeros los obstáculos también se encuentran dentro de sus colectivos. La mayoría considera haber sido más discriminado por su discapacidad que por su orientación sexual o identidad de género.
“La sociedad nos manda mensajes todo el rato de que nadie nos va a querer o que nadie se va a esforzar por estar con nosotras”, declara a RTVE.es Mayka Hidalgo, que va en silla de ruedas por una parálisis cerebral. Ella mantiene una relación estable con una mujer desde hace tiempo, con la que vive, pero reconoce ese primer “miedo” a la exclusión, a “no entrar dentro de la norma, tampoco” en cuanto a la sexualidad.
“Si ya lo tengo difícil para encontrar un trabajo por mi discapacidad, ¡ahora añádele que soy lesbiana!”, coincide Ángeles Blanco, que tiene una enfermedad rara degenerativa que afecta a los huesos y le causa un dolor crónico. “Al final, es añadir una situación más, una etiqueta más. El miedo es exponencial”.
Ella conoce bien la amenaza. Cuando tenía 22 años y la discapacidad física aún no estaba reconocida, tres hombres y una mujer le dieron una paliza cruenta y cruel. “Las secuelas físicas fueron muy pronunciadas, con hasta seis meses de curación. Las psicológicas, yo creo que todavía no las he superado”, confiesa, quien también llegó a sufrir una discriminación grave cuando estudiaba Derecho en la universidad.
Entonces, un profesor se negó a proporcionarle los “ajustes razonables” en el formato del examen -por ejemplo, hacerle una prueba oral o garantizar que todo el material necesario ya estuviera en la sala para que ella no tuviera que cargar con ello-.
“Admitió que no lo hacía por dos cuestiones: porque como persona con discapacidad yo no tenía realmente posibilidades de desarrollarme profesionalmente, y porque consideraba que personas como yo -LGTB- no eran merecedoras de estar en el sistema público educativo”, denuncia.
El profesor fue sancionado, mientras ella se graduó en ADE y Derecho y hoy trabaja de asesora legal, pero este tipo de experiencias pesan también en su salud mental y, por ello, pide que los delitos de odio no se olviden, que no se escondan.
Más barreras al salir del armario
Y cuando la autoestima está barrida por el aislamiento, el acoso escolar, las “miradas de pena” o la minusvaloración social, abrazar nuestra identidad y salir del armario no es tan fácil. Enrique Ponce, joven trans y gay con una discapacidad visual, se identificó por primera vez como tal hace unos cuatro o cinco años, cuando empezó a quererse y conocerse más, según sus palabras.
"A partir de ahí empecé a indagar en lo que me estaba sucediendo, porque yo no tenía modelos e incluso desconocía a las personas transexuales. Vivía como en una burbuja", relata.
Pese a los comentarios “despectivos” en la infancia -tanto por la discapacidad visual como por como ser percibido como “marimacho”-, Enrique Ponce ha encontrado el apoyo de su familia y su entorno. Con mayor o menor facilidad, según el caso, sí están asumiendo su identidad, su nombre, y no se siente cuestionado.
"A gente con discapacidad intelectual sé que se les machaca más. Les dicen que igual no lo tienen muy claro, que se están confundiendo", explica, después de haber terminado su trabajo de fin de grado sobre el tema.
"Yo tuve mucha suerte con mi madre. Cuando se lo conté por primera vez me dijo: ¿No podrías haber elegido algo menos complicado?", ilustra, sobre un momento que para él fue clave y "divertido".
Porque entre los "miedos" despunta el de no ser aceptado por la familia. "Yo dependo de otras personas para hacer cualquier cosa y mi familia se lo ha tomado bien", expone Mayka Hidalgo.
"Pero si vives una situación de violencia muy fuerte en casa, no puedes salir de ahí. No puedes buscarte un trabajo, irte a casa de un amigo y ya está (...) Sé de amigas que no salen del armario porque sus familias no aceptan esa realidad. Estamos hablando de chicos y chicas que dependen totalmente de sus familias", prosigue.
Para quienes viven en pisos tutelados o residencias la situación no es muy distinta y, de nuevo, depende de la suerte. “Todavía estamos muy lejos de que haya habitaciones individuales y, cuando son compartidas, generalmente se dividen por sexo. Imagínate el impacto de salir del armario en un contexto así. ¿Cómo me va a percibir mi compañera de habitación? Prefiero mantenerme dentro”, apunta en ese sentido Ángeles.
Ante estas dos circunstancias, Mayka echa en falta que las casas de acogida para personas LGTBI cuenten con instalaciones accesibles y la inversión necesaria para sus cuidados si fuera necesario, una carencia que también existe en el caso de las mujeres maltratadas.
Pero los temores también caen del lado de las familias y no son muy distintos a los de sus hijos. Es lo que le ocurrió a Enrique Bernabéu, quien se sintió cómodo en casa para, simplemente, presentar al que era su novio en aquel momento, igual que habían hecho sus hermanos. Quería “naturalizarlo”, pero no fue tan fácil para su madre.
“Ella no tenía prejuicios ni estigmas sobre el colectivo, pero sí sobre la sociedad”, relata. “Le pasaba exactamente como a mí, temía que me discriminaran más, se cebaran, que fueran muchísimo más crueles. Pero me apoyó y me apoya al cien por cien”.
Discriminación, también dentro del colectivo LGTBI
Del mismo modo, la discriminación por discapacidad puede estar dentro del colectivo LGTBI. En los espacios de ocio e, incluso, en las manifestaciones reivindicativas del Orgullo, también falta inclusión. “No tienes acceso, porque no están correctamente adaptados. La accesibilidad está para cumplir la mínima normativa que se exige, pero no para cubrir una necesidad real”, lamenta Enrique Bernabeu.
Por eso, Mayka Hidalgo prefiere ir cada año a la marcha del Orgullo Crítico: “Es un entorno más seguro, ponen a personas que interpretan en lengua de signos y suelen intentar que el recorrido sea más o menos accesible. La manifestación del 9 de julio es más agobiante y no tiene tanto en cuenta esas realidades distintas a la mayoría”.
Por su parte, Ángeles Blanco sabe bien de las diferencias en el trato, puesto que se identifica como lesbiana y se relaciona con mujeres desde antes de que adquiriera la discapacidad. “Ahora se me percibe por parte de las mujeres como una potencial carga”, compara. También se ve obligada a dar un “detalle absoluto” de sus circunstancias en las primeras citas y hay quien “desaparece y ya está” al enterarse de su enfermedad. Es habitual también que se le presuma “asexuada” o incapaz de mantener relaciones sexuales.
“Es como si hubiera pasado a ser una persona distinta y eso no es así. Es innegable que la discapacidad tiene impacto en mi vida, pero sigo siendo la misma persona, con los mismos deseos, gusto y preferencias”, reivindica.
"Estamos aquí, pero nos falta visibilidad"
En el lado de las organizaciones y familias de personas con discapacidad, también falta comprensión y conocimientos sobre la realidad de las personas LGTBI+. “Tenemos que formar, no solo a los alumnos de todas las edades, también a los padres, a los educadores, a los cuidadores, etc.”, apunta Jesús González Amago, de CERMI, quien considera importante también crear fuentes de información positivas y accesibles.
González Amago, como todas las personas entrevistadas para este reportaje, cree que son necesarios más referentes en medios de comunicación, en redes sociales, en la ficción, en la música… “Somos. Estamos aquí. Pero nos falta visibilidad”, reclama, y anima a quien lo necesite a acercarse a las asociaciones para encontrar espacios seguros y a otras personas en su misma situación.
A través de una mayor visibilidad, considera, la sociedad podrá escuchar y ver que existe una belleza fuera del “canon que se ha impuesto” y que ninguna persona cumple en realidad. “Que no tenemos que ser superhéroes", agrega. "Puedo hacer lo mismo que tú si me pones en igualdad de condiciones”. Y eso valdría para derribar las puertas de los armarios y todas las demás barreras.