'Envolturas' o el poder de la palabra, una obra que deslumbra por su exquisito lenguaje y su capacidad evocadora
- La primera novela de Mario Martín Fernández es un acto de fe en la capacidad de redención del ser humano
- El apoyo de amigos y familiares ha sido determinante en la publicación de la novela
Envolturas (Autografía editorial) es la primera novela de Mario Martín Fernández, un recién llegado al mundo literario que presume de haber aprendido el abecedario por el final, porque la primera letra que escribió fue la Z de El Zorro en el suelo cada vez que tenía un palo a mano con el que dibujar. Y ese sentimiento de rebeldía y libertad de la niñez renace cada vez que se enfrenta a un nuevo texto.
Con un apabullante dominio del lenguaje que nos lleva a pensar por momentos en el gran Miguel Delibes, y una capacidad descriptiva de personajes, paisajes y situaciones que captan la atención del lector de una manera casi obsesiva, desde que los ojos se posan en las palabras de inicio de Envolturas, el único afán es pasar páginas hasta llegar hasta el fin. Páginas de ida y vuelta porque la belleza del discurso narrativo incita a que en más de una ocasión se sienta la necesidad de volver atrás para releer lo ya leído y paladear de nuevo con calma.
“La novela la empecé a escribir antes de la pandemia, sin ninguna prisa, a ratos, que es como escribía yo antes de coger costumbre -nos cuenta Mario Martín Fernández-. Cuando llegó toda esta movida, todo este descoloque vital, me encontré con un montón de tiempo todos los días, pues no tenía que ir a trabajar. De repente me vi confinado en mi lugar favorito, nuestra casa, con mis personas favoritas, mi mujer Nieves y mi hijo Héctor y con nuestro perro favorito, Rusty, con el que salíamos durante el confinamiento, más alegres que nunca, al paseo (gracias amigo). Me da apuro hablar de esta situación y decir que me aportó algo bueno, pero lo cierto es que durante ese período surrealista y doloroso, la novela se escribió a un ritmo constante y más deprisa de lo habitual, como si tuviera prisa en poner Fin, como si quisiera animar con el ejemplo al término de todo este tostón pandémico”.
Leandro, un muchacho sumido en el mutismo
El protagonista de Envolturas se llama Leandro, un muchacho sumido en el mutismo que acepta todo lo que se le viene encima sin rechistar, pues se cree merecedor de cualquier humillación. Pero cuando habla, su voz, muy a su pesar, es la voz de la conciencia en estado puro, un Pepito Grillo implacable que no conoce la clemencia y al que no se le puede engañar ni siquiera con lágrimas auténticas. Los efectos que provocan sus palabras en los que las escuchan son insospechados.
“Envolturas nació sin darse cuenta; nació de una frase que escribí dentro de mi cabeza en un desvele nocturno -prosigue el autor-. Afortunadamente, en ese momento, tenía mi cuaderno a mano, ya que soy incapaz de retener las ocurrencias en la memoria, especialmente las que se me aparecen entre sábanas. Mi madre deseaba que naciera envuelto en un sudario, escribí rápidamente antes de que se me escapara; me pareció tan siniestra, tan motivadora, que ya no paré hasta convertirla en una historia. La historia la comencé, pues, con el monólogo de Leandro, y lo escribí tan de corrido, que fue como si me lo estuviera dictando el propio protagonista. Me resultó muy divertido escucharle, aunque el muchacho no cuente otra cosa que tristezas, quizás porque nada de lo que relata tiene que ver con mi vida. Sin embargo, las cartas que escribe Leandro sí están basadas en una vivencia personal y algunas cosas de las que cuenta en ellas ocurrieron realmente, incluyendo los abusos que sufre Leandro por parte de un compañero del internado: en esos lances Leandro soy yo. Recordar esto no me resultó tan divertido como el monólogo, pero tampoco pesaroso, ni terapéutico; es algo que tengo superado, creo, pero por si acaso le he pasado el mochuelo a Leandro.
A partir del monólogo de Leandro la historia me la fui contando más despacio. Me pasaba días sin aportar nada nuevo, simplemente disfrutando y puliendo lo ya escrito. Y de repente, a partir de un pensamiento matutino y campestre (que me hacía levantarme rápidamente de la cama para apuntarlo en el cuaderno antes de que se me escapara por algún agujero de mi cabeza) la historia cogía carrerilla. Podríamos decir que la historia se fue forjando en mi cabeza a golpes de bucólicos amaneceres. Fíjate tú”.
“El enojoso don de Leandro nace del deseo de no hacerse notar, de no molestar, de no ser oído, en definitiva de no existir, pues no le quiere vivo ni su propia madre-continúa Martín Fernández-. El don de Leandro hace referencia al poder de la palabra, ya sea escrita o hablada: una mina de grafito, por ejemplo, puede hacer mucho más daño escribiendo una sola palabra que una docena de minas anti personas; una voz tierna puede ser más beneficiosa que una docena de pastillas antidepresivas.”
Leandro y su mundo
Alrededor de Leandro pululan una serie de personajes cuyos nombres encabezan cada capítulo. María, Don Rodrigo, Úrsula, Servando o la Señora Felicidad, son sólo algunas de las piezas que completan el rompecabezas que es la vida del protagonista. Mario Martín Fernández mima con esmero a cada uno de ellos y les otorga su propio momento estelar para que se conviertan en personas a ojos del lector, dotándolos de una humanidad en la que no cabe la distinción entre malos y buenos. “La idea me la dio Leandro. Empecé a escribir la novela en primera persona, pero llegué a un punto en que los personajes necesitaban contar su propia historia, aunque fuera pequeña, y eso no lo podía hacer el protagonista, pues dejaría de lado, por desconocimiento, las experiencias más personales del resto de los personajes, claves en la comprensión de su comportamiento. Y además Leandro no es un muchacho al que le guste juzgar públicamente. Mi intención al dar a los personajes la oportunidad de expresarse, fue para que pudieran mostrar sus envolturas y así también dar la oportunidad al lector de sentir compasión hacia ellos.
“Yo prefiero hablar de personajes heridos, personajes que han sufrido, en un momento de su vida, un golpe doloroso, traumático. Cada cual lo gestiona como puede, unos con arrogancia y otros con sumisión, pero todos sintiendo esa piedra metida en su zapato, hiriéndoles a cada paso. Puede que los que se defiendan atacando hagan más ruido que los que meten la cabeza debajo del ala, y que a nuestros ojos los primeros parezcan unos malvados, pero creo que no hay que subestimar lo nocivo de la rendición. El título, Envolturas, alude a esas capas creadas por experiencias traumáticas que recubren a los personajes condicionando sus movimientos vitales. Envolturas que al no ser atractivas para ellos mismos, tampoco lo son para los demás; como esa breva rugosa y sin brillo que no invita a descubrir el apetitoso fruto que lleva dentro”.
Envolturas es un retrato de personajes pertenecientes a clases sociales muy distintas. Pero también es una historia de amor que se gesta desde el silencio y la lentitud entre dos personas heridas que tienen que empezar por aceptarse a sí mismas. Y desde luego es una loa apasionada a los animales y la naturaleza. Todo ello ambientado en un tiempo y un lugar indeterminados que nacen del diálogo entre los las criaturas del papel y el autor. Una vez más se demuestra que la mejor manera de alcanzar la universalidad es partiendo de lo más pequeño.
“Yo sobre todo veo Envolturas como una segunda oportunidad. Una segunda oportunidad para todos aquellos que tienen la suerte o la desgracia de escuchar la voz de Leandro: unos la aprovechan y otros no pueden soportarlo. Y Leandro ahí en medio, sin quererlo- apunta Mario Martín.- Cuando Leandro empezó a contarme su historia ni siquiera se me ocurrió interrumpirle con preguntas de tiempo y espacio, porque le veía muy lanzado y porque no me parecía relevante, ya que los hechos que contaba podían haber acaecido aquí o allá y antes o después. A medida que fue avanzando el relato, los propios personajes fueron creando, por necesidad, una coherencia en el tiempo histórico, dando pistas de la época en la que vivían pero sin llegar a concretarlo, y también fueron definiendo los lugares en mi cabeza, paisajes familiares y vividos, como el internado donde pasé dos años, el pueblo abulense en el que crecí o el albaceteño en el que vive mi hermana Ana. Que los lectores delimiten los espacios y los tiempos a demanda de sus apetitos”.
El duro arte de publicar
Una vez terminada la novela, viene otro capítulo no menos complicado: intentar publicarla. Un proceso en el que juegan dos factores esenciales: paciencia y suerte. Mario Martín Fernández tuvo de las dos y las aderezó con un condimento vital, el cariño de los que le rodean.
“Cuando puse Fin en la última página de Envolturas me encontré tan bien, que enseguida quise compartir esa alegría. Envié el manuscrito a la editorial Autografía y me respondieron enseguida. Me dijeron que me la publicarían gratuitamente con la condición de que vendiera el 70% de ejemplares de la primera edición en un tiempo determinado. Estuve a punto de decir que no, porque eso significaba involucrar a familia, amigos y conocidos para que compraran la novela: ellos financiarían mi sueño. La gente me animó a que lo hiciera y yo lo hice (muy animado por la mañana y por la noche no tanto). Desde que firmé el contrato y hasta que salió publicada la novela estuve montado en una montaña rusa (¿se puede decir rusa?) de emociones. ¡Bueno!, incluso después de publicada, porque resulta que no había estado muy fino con el repaso y las correcciones y cometí unas erratas que solo pude corregir cuando ya se habían vendido cincuenta novelas”.
“Estoy muy contento y muy agradecido por haber llegado hasta aquí y haber podido compartir esta aventura: mi hermano Curro me regaló una maravillosa portada; Héctor, mi hijo, Nieves, mi mujer, y Ana, mi hermana, escribieron cosas preciosas en las solapas del libro; mi hermana Ana, además, hizo un montón de marca páginas estupendos, con hojas y flores secas, para regalarlos en la presentación de la novela, evento que no se llevó a covid por el cabo, o al revés; y mi madre, Felicidad , mi padre, Daniel, mi hermano, Jaime, que nos dejaron demasiado pronto, y que los siento más cerca de mí cada vez que los leo en la dedicatoria. Y nuestra prima Nuria Alda, la autora del prólogo y la primera persona que leyó el manuscrito de Envolturas y que me aconsejó sabiamente. Y amigos, familiares, amigos de familiares y amigos de los amigos, clientes de la taberna en la que trabajo. Buf, muchas gracias a todos”.
Rostro habitual de La Latina tras la barra de una de las tabernas con más solera del barrio, Mario Martín Fernández rebosa entusiasmo y amabilidad. Y sobre todo modestia, un rasgo que le provoca sonrojo ante los halagos por este primer destape público llamado Envolturas. Apasionado de Enrique Morente y Krazy Kat, el fascinante comic de George Herriman, confiesa que sus gustos literarios son como los gastronómicos, depende de cómo tenga ese día el estómago y la cabeza. El guardián entre el centeno, La montaña mágica, El lobo estepario, Cien años de soledad, La regenta, Fortunata y Jacinta, Rayuela o La señora Dalloway, son algunos de los títulos que le gusta releer. Y ya tiene terminada su segunda novela: El agujero, un nuevo canto de amor a lo campestre y pueblerino. “Yo me empecé a hacer persona en Cuevas del Valle, mi pueblo, en la Sierra de Gredos abulense. Mis sueños nocturnos predominantes tienen que ver con lo vivido en ese pueblo, y muchas mañanas me despierto con alguno colgándome de las legañas; escenas de mi niñez y de mi juventud, por lo general poco agradables. Mi nueva novela, El agujero, está inspirada en un trozo de mi vida en ese pueblo”.
“El proceso de creación de mis relatos están basados habitualmente en la famosa doctrina de Juan Ciego llamada Si eso, ya vamos viendo. De todas formas, los procesos de creación no creo que dependan solo de nosotros: hay alguien más ahí dentro, en nuestra cabeza; un bicho o algo. A veces lo siento”.