Campamentos de verano para "escapar" de la rutina de los centros de acogida: "Les ayuda a no sentirse etiquetados"
- Las nuevas actividades cambian el día a día de los menores que viven en instituciones
- En el año 2020, el número total de menores que fueron atendidos por el sistema público de protección a la infancia fue de 49.171
La llegada del verano es uno de los momentos que niños y adolescentes esperan con más ilusión. Termina el colegio y se pueden ir de vacaciones a hacer otras actividades que no realizan durante todo el año. Sin embargo, en el caso de los menores que viven en centros de acogida, la llegada del periodo estival significa enfrentarse a las mismas rutinas de todos los días. "Nos dimos cuenta de que no les emociona que llegue el verano como al resto de los niños porque no saben si se van a quedar en la residencia o no", explica a RTVE. es Marta Cuesta, directora general de la fundación Soñar Despierto.
Desde esta asociación trabajan con numerosos centros de menores repartidos por toda España. Los voluntarios ayudan a los niños con los deberes de lunes a viernes y hacen actividades los fines de semana para que tengan momentos de ocio. Pero la llegada del verano no supone ningún cambio para los que deben quedarse en el centro. Por esta razón iniciaron los campamentos de verano, para que pudieran tener unas vacaciones parecidas a las de sus compañeros de colegio.
La organización presenta el proyecto a las instituciones con el número de plazas que ofrecen y los trabajadores sociales que están con ellos y "conocen a fondo a los niños", deciden cuáles asistirán y envían su ficha. No existe ninguna entrevista previa ni hay distinciones entre los chavales, la única división que se hace es por edad.
Según los años de los asistentes se hacen diferentes tipos de actividades. En los campamentos de niños de tres a diez años, por las mañanas hacen manualidades, clases de baile, cocina… Los más mayores van a clases de surf o hacen pádel. "Hay actividades de todo tipo, pero todo está muy centrado en el deporte y en implementar su desarrollo", indica Cuesta.
En el año 2020, el número total de menores que fueron atendidos por el sistema público de protección a la infancia fue de 49.171, según los últimos datos del Observatorio de la Infancia. De ellos, 16.991 viven en centros de protección.
El ocio como una herramienta para el desarrollo
Una de los objetivos de estos campamentos es "escapar de la rutina tan marcada" que viven en las instituciones. "Al final es como si continuasen en el colegio", señala Cuesta . "El resto de los niños en sus casas cuando llega el verano hacen algo más especial y lo damos por hecho, pero no todos lo tienen y el ocio es muy importante para el desarrollo de los niños. Creemos que es igual de importante que el apoyo escolar", añade.
Desde la fundación Acrescere también consideran que la diversión es una parte fundamental para el crecimiento de los menores. Sus campamentos de verano se pusieron en marcha en el año 2013 y desde ese día han trabajado con jóvenes institucionalizados procedentes de hasta 20 centros de diversas comunidades autónomas. Este proyecto forma parte del programa de Formación, Ocio y Tiempo Libre que coordina Olga Moyá.
Este año los niños acudirán a Cercedilla del 13 al 23 de agosto. Las actividades están divididas en grupos de niños de cuatro a 13 años y de 14 a 17.
Realizan gincanas, van a la piscina, hacen excursiones por la Sierra de Madrid, pero sobre todo, disfrutan. "El objetivo principal es que se diviertan", comenta Moyá. "Lo importante es que tengan un ocio saludable y que conozcan a iguales, que tengan vivencias enriquecedoras y que, si surgen situaciones de conflicto, aprendan a enfocarlas desde el respeto y la empatía".
Con los adolescentes las cosas funcionan de forma un poco distinta. "Intentamos que ellos no lo tomen como una actividad infantilizada, sino como ejercicios adaptados a sus edades. Se les dan sus tiempos, son muy libres", expresa la coordinadora de Acrescere. "No podemos hacer un plan personalizado para cada uno, pero sí escucharles y conducirles a lo que les apetece. Yo creo que eso es lo que necesitan también los adolescentes", añade.
Según datos del año 2020 del Boletín de datos estadísticos de Medidas de Protección a la Infancia, la mayoría de menores de edad en acogimiento residencial están en el grupo de edad comprendido entre 15 y 17 años.
Los campamentos que organizan desde esta organización no son solo para menores que viven bajo medidas de protección, están abiertos a todos porque- según explica Moyá- es muy importante "ver otras realidades". "También les ayuda a no sentirse excluidos o etiquetados, queremos que vean que pueden compartir un espacio con cualquier chaval, porque al fin y al cabo es lo que son, chavales y ya está".
"Son niños mucho más adultos de lo que pensamos"
Los primeros días de acampada son los más complicados. "Son niños muy pequeños que están acostumbrados a ver muchas caras y no saben muy bien ni dónde están ni porque", cuenta Silvia, de 26 años, monitora y coordinadora del campamento que organiza Soñar Despierto en Riaza a RTVE.es.
Los voluntarios organizan veladas nocturnas, verbenas, preparan manualidades, pero entre toda la diversión también intentan que aprendan a "crear lazos afectivos sanos con gente de su edad".
"Algunos han llegado a la residencia hace relativamente poco y vienen de tener una situación en casa que puede haber sido complicada. Al final son niños que por lo que han vivido son bastante más adultos de lo que pensamos".
La Comunidad de Madrid contaba al iniciar 2021 con 3.714 menores con medidas de protección, de los cuales 2.263 (el 60,1%) están en acogimiento familiar y los otros 1.451 (el 39,9%) residen en la red regional de centros de menores.
Sensación de desarraigo y falta de autoestima
Las asociaciones que trabajan con estos chicos y chicas ven en ellos falta de autoestima y una sensación de desarraigo en los momentos clave de su proceso evolutivo. Por ello, durante los días que dura la acampada intentan reforzar la seguridad en sí mismos.
"Por todo lo que han vivido y sobre todo a medida que se van haciendo un poquito más mayores, empiezan a pensar que valen poco, que lo que les ha pasado puede haber sido su culpa. Por eso intentamos que se olviden y que se sientan válidos, queridos y capaces de hacer absolutamente todo lo que se propongan", subraya Cuesta.
El proceso de institucionalización puede provocar en ellos "una sensación de vulnerabilidad y de desamparo", añade Moyá, "justo en una edad en la que está todo patas arriba".
La carencia de actividades lúdicas, las estrictas rutinas o sus limitadas relaciones sociales pueden crear una barrera entre ellos y sus compañeros de colegio. Por esta razón, los voluntarios trabajan para normalizar su día a día. "Buscamos que hayan tenido unas vacaciones parecidas a las que tiene cualquier otro chaval de su clase que se puede ir con su familia o asiste a un campamento", asegura Silvia.
"Intentamos que crecer en una institución no marque tanto su infancia. Bastante tienen con lo que han vivido a nivel familiar, por eso procuramos que su día a día que no sea tan distinto al del resto de niños", concluye Cuesta.