Cuando el patrimonio emerge de los embalses: una oportunidad para el turismo, la memoria y el expolio
- Recorremos el Poblado de La Isabela, el campamento romano de Aquis Querquennis y la iglesia de Sant Romà de Sau
- Sus restos arqueológicos quedan al descubierto cuando baja el nivel de los pantanos construidos durante el franquismo
Una iglesia románica emerge del agua en el pantano de Sau y dos jóvenes en kayak reman entre sus rocas. El campanario de San Román es un marcador habitual del nivel del agua en este embalse de la provincia de Barcelona, a menos de una hora de Vic, pero este año deja ver buena parte de su nave en ruinas. La reserva hídrica está allí por debajo del 40% de su capacidad, como la media española, por lo que las autoridades han tenido que decretar algunas restricciones al uso de este preciado recurso.
“Hubo una sequía en 2008, en la que se pudo ver más que a día de hoy. Se vio la iglesia entera. Incluso, algunas personas llegaron a ver el puente, pero yo no lo he visto nunca”, cuenta a RTVE.es una vecina sobre el misterio y la memoria que rodea al lugar.
El templo católico, junto a todo el municipio de Sant Romà de Sau, quedó sumergido en el agua en 1962 con la construcción del pantano y hoy sus restos son patrimonio y un reclamo turístico para el pueblo. No obstante, representan también los recuerdos de un hogar perdido y un aviso aciago de la crisis climática que está por venir.
Proteger el patrimonio frente al "expolio"
La historia se repite en otros lugares de España, a raíz de la construcción de infraestructuras hidráulicas durante el franquismo. Así, las ruinas del Real Sitio de La Isabela, en Sacedón, son una visita imprescindible para muchos turistas en la provincia de Guadalajara cuando el nivel del embalse de Buendía baja cada año desde 2015 por el trasvase Tajo-Segura.
Los vestigios del antiguo poblado y balneario (1826-1955) parecen difuminadas, como emergiendo del agua, en la vista por satélite de Google Maps y esbozan la importancia arquitectónica que algún día tuvo. Su silueta estos días, al 19% de su capacidad, es todavía más evidente que en esa imagen. Desde la Oficina de Turismo de Sacedón, nos hablan de grandes jacuzzis y de una red de canales de distinto tipo para repartir el agua del manantial por el poblado. Buena parte de ese patrimonio permanece ahora en el fondo del pantano construido en 1952.
“Como está dentro del vaso del embalse no se han podido coger y datar. Se ve que hay parte árabe, parte medieval y otra que es ya más moderna”, indican, en referencia a los canales. “La Isabela no es solamente los restos de las edificaciones, tiene también mucho el entorno”.
Su valor, consideran estas fuentes, está infraestimado por la falta de investigación y protección de la zona, unas carencias que ahondan en la otra cara de la moneda del turismo sin control: "el expolio". “El problema es que cuando te encuentras con la Administración, con la Confederación Hidrográfica del Tajo, no te dejan hacer absolutamente nada. El Ayuntamiento ha intentado recuperar la toma de aguas termales para recuperar el balneario y la Confederación lo deniega”, aseguran.
Una oportunidad para el turismo y el estudio arqueológico
Otros yacimientos, como el campamento militar romano de Aquis Querquennis en el embalse de As Conchas, Ourense, han corrido mejor suerte. La Xunta de Galicia lo declaró bien de interés cultural en 2018, aunque allí también preocupa el expolio del patrimonio cada vez que sale a la superficie.
‘A cidá’ (la ciudad, en gallego coloquial), como se conoce también popularmente a esta joya del municipio de Bande, estuvo operativa entre los siglos I y II, y cuenta también con los restos de una mansio-viaria, es decir, una parada en la calzada romana llamada Vía Nova que conectaba la ciudad portuguesa de Braga con Astorga.
“Los trabajos arqueológicos suelen venir siempre en el mes de agosto, luego dependiendo un poco de presupuesto, también septiembre y octubre”, explican desde la Fundación Aquae Querquennae Via Nova. Con el pantano al 52%, estos estudios sobre el terreno ya han comenzado este año y coinciden con la temporada turística para la zona, puesto que en el resto del año el monumento suele estar cubierto por el agua.
Pero la sequía podría estar cambiando ese régimen. “Este invierno, como no llovió casi nada, no se nos cubrió ni un solo mes. Estuvo toda la primavera visitable”, apuntan, mientras años atrás quedaba sumergido entre diciembre y enero.
El momento en el que baja el nivel del agua del pantano, en cambio, a veces no tiene tanto que ver con las lluvias y la sequía, como con la gestión hidráulica y los saltos de agua para producir energía, como puntualizaban también desde Sacedón.
“Hace años en junio el nivel de agua ya bajaba, pero llevamos unos años en los que, por la producción eléctrica, tenemos junio y julio todavía muy altos. A finales de julio es cuando se abren las compuertas y es visitable el campamento”, concreta el centro de interpretación gallego.
Choque entre infraestructuras y cultura
Hoy sorprende el impacto en el patrimonio del embalse de As Conchas, pero la cuestión también fue objeto de debate en 1949, cuando se inauguró. Pero el motivo no fue el campamento romano: la construcción suponía anegar un puente que se había declarado monumento histórico-artístico solo unos años antes. Se perdió bajo las aguas, a pesar de que algunas voces pedían que se trasladara, según recoge la historiadora del arte Begoña Fernández Rodríguez, de la Universidad de Santiago de Compostela en un artículo.
En cuanto a Aquis Querquennis, el yacimiento no empezó a excavarse oficialmente hasta 1975, aunque desde la Fundación reivindican que ya se sabía de su existencia desde 1921, como documentó el arqueólogo orensano Florentino López Cuevillas. “Se hizo caso omiso”, lamentan.
El "trauma" de abandonar el hogar
Y en torno al valor histórico y cultural de estos yacimientos, estaban los pueblos: sus vecinos, sus casas, sus oficios, sus costumbres. La construcción de los embalses obligó a muchos a abandonar sus hogares para volver a empezar en otro lugar.
La experiencia conmueve en Sacedón, Guadalajara. En el suelo donde hoy se extiende el pantano de Buendía, se habían asentado “colonos” para trabajar allí. “No les dieron compensación ninguna. Les dijeron, tenéis que iros y ya está”, cuenta un empleado de punto de información turística de la localidad manchega, citando la experiencia de sus abuelos. “En otro pueblo, Santamaría de Poyos, sí que fueron compensados”.
El traslado también marcó las vidas de buena parte de los habitantes de Vilanova de Sau, asentados allí desde el antiguo Sant Romà de Sau. “Fue un proceso paulatino, pero que te digan que tienes que marcharte de tu casa porque van a hacer un pantano…. Es un poco chocante y traumático”, relatan desde la oficina de turismo de la localidad.
Por eso, a los vecinos de Vilanova les gusta tanto ir a ver el campanario del pantano de Sau, símbolo y fósil de sus raíces. Allí se mezclan con excursionistas y visitantes que llegan para inmortalizar el imponente paisaje: una iglesia románica emerge del agua.