Marruecos, en el horizonte climático de España: "Si no actuamos ya, el desierto llegará a Europa"
- Las alertas por calor rozan este verano el límite de los 50 grados
- El país, que pierde 22.000 hectáreas de tierras arables cada año, impone restricciones al consumo de agua
La realidad tiene por costumbre ser incuestionable. Y, ante el cauce vacío del río Tensift, hay poco que apelar. Un manto pajizo de detritus secos alfombra el pedregal que se extiende ante nuestra mirada como un testimonio de que por aquí debió de correr algo de agua en algún momento de los últimos meses. Iba, seguro, camino del Atlántico, pero probablemente terminara hundiéndose en el suelo.
“Quizás fue hace algo más”, cavila uno de los dos adolescentes que se han parado ante nosotros para hacer memoria antes de dejar la duda en el aire y volver a su moto para remontar, como en una autopista, el cauce seco. Puede ser. Hay matorrales altos que lo sugieren. Aparecen puntualmente cada tantos metros y se levantan varios palmos desde las rocas en las que han logrado enraizar, oportunos hábitats regateados a un lugar de aire agostado que parece aplanarse entre un sol cada vez más inclemente y una tierra cada vez más sedienta.
Annakhil es una zona paradójica. Linda con el vibrante centro de Marrakech. Alberga un campo de golf y hoteles, pero, a medida que se bordean sus límites, sus formas se desdibujan. Entonces, aparecen los contornos rurales de núcleos dispersos y los contornos -estos aún más erosionados- de construcciones antiguas, arrumbadas a veces junto a la carretera.
Ahmed también va en moto. En su grupa transporta tres bidones de agua vacíos. Va a rellenarlos con lo que las autoridades traen a los vecinos. “En los 60, esto”, dice mientras recorre con la punta del dedo el secarral que nos rodea: “Esto era de color verde; aquí se cultivaban olivos y frutales”. Luce un sombrero de paja desgastado, el ala ancha y la copa alta, y nos dice que el río cada vez pasa temporadas más largas absolutamente seco. “Ahora tenemos que excavar pozos de 130 o 140 metros para encontrar agua. Sale amarilla. No vale. No hay nada”.
La peor sequía en décadas
Marruecos está en situación de estrés hídrico, a un paso de la escasez. El riesgo de desabastecimiento de agua potable ha llevado a grandes ciudades como Casablanca a aprobar restricciones al consumo.
Uno de los mayores pantanos, el de Al Massira, está prácticamente vacío. Es la peor sequía de las últimas tres décadas. El progresivo cambio a una agricultura más masiva, de mercado, y a vidas cada vez más urbanas se ha visto sorprendido este verano por unas sofocantes olas de calor que han llevado a la Dirección General de Meteorología a encadenar en julio avisos por temperaturas extremas en prácticamente todo el país.
Lo explica Mohamed Baghadi, consultor ambiental. “Es el calentamiento global y también está haciendo que los oasis, las zonas húmedas que contienen el Sáhara, retrocedan”, dice, agregando un elemento más para entender la crisis actual.
Baghadi opera en regiones del sureste y ha constatado cómo algunos de estos ecosistemas han menguado hasta un 30%. “Cuando hablamos de que el desierto avanza, eso se ve. De una temporada a otra, hay agricultores que ya no encuentran sus parcelas porque el viento ha arrastrado la arena sobre ellas, las ha invadido”. “Si no actuamos”, asegura, “veremos cómo el Sáhara llega al sur de Europa”. “Es aquí donde hay que trabajar para minimizar la migración clandestina, creando oportunidades”, agrega Baghadi.
El país pierde 22.000 hectáreas de tierras arables cada año, según datos de la asociación Attac Maroc. Para evitarlo, se están poniendo en marcha medidas mecánicas y biológicas de fijación de dunas: elementos estructurales y especies vegetales detienen las montañas de arena a las puertas de los oasis que amurallan ciudades y pueblos.
La amenaza sobre estos cordones verdes y la transformación del paisaje “pesan especialmente sobre las comunidades más vulnerables socioeconómicamente”, razona Husim Ousqal, especialista que trabaja sobre el terreno. Calcula que, en 20 años, la situación será en muchos puntos “inaceptable”. “El futuro es triste, los responsables del mundo tienen que proteger los recursos”.
Veranos a 50 grados
El calor puede parecer una anécdota. Pero cuando hablar de calor implica referirse no a 40 o 43 grados en verano sino a 46 o 48, el calor, entonces, es una cuestión de Estado. Una encuesta del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo demuestra que dos de cada tres marroquíes consideran que el calentamiento global es una emergencia y más de la mitad de la población reclama políticas rápidas y eficaces a su Gobierno.
"La cumbre del clima que albergó Marrakech en 2016 puso de relieve esta preocupación entre la gente”, afirma Abderrahim Khalis, profesor universitario. “En ciudades como esta siempre ha hecho calor en los meses de verano, pero es un hecho que, desde hace cinco años, cada vez hace más”, asegura.
Trabaja en red con colegas de otras naciones árabes para el desarrollo del conocimiento medioambiental. Cuenta que el país elabora planes estratégicos y que ha puesto en marcha gigantes plantas termosolares para reducir sus emisiones.
El aprovechamiento de los recursos hídricos es el punto flaco. A diferencia de otros estados ribereños, Marruecos no cuenta con el aporte fluvial de ningún gran río transnacional y la mayoría de los que recorren su territorio, estacionales, tienden a hacerlo de forma cada vez más intermitente.
“La falta de precipitaciones regulares es una fuente de inestabilidad y volatilidad macroeconómica”, ha pontificado recientemente el Banco Mundial en uno de sus últimos informes. Pronostica una caída de más de un punto del PIB de la economía nacional por esta situación, atravesada ya por las resonancias inflacionistas de la guerra en Ucrania.
Marruecos ocupa una de las regiones del globo más expuestas al calentamiento global, según coinciden los investigadores internacionales, desde el IPCC hasta la Agencia Francesa de Desarrollo. Su clima se mueve a zonas más templadas y es previsible que este termine llegando a la península ibérica, enfilada ya hacia periodos estivales tórridos con máximas de récord.
“Las temperaturas subirán en España, Francia, Alemania o Estados Unidos porque el calor no es rehén de ninguna zona geográfica”, recuerda Khalis. Un estudio suizo apuntaba hace poco que a Madrid le quedan tres décadas para tener el tiempo de Marrakech, contando con incrementos de temperatura de más de seis grados.
Ante esta situación, los veranos a 50 grados ya han dejado de ser un tabú a ambos lados del Mediterráneo. Las olas de calor, advertía estas semanas la prensa marroquí, cumplirán en el futuro los cuatro ‘mases’: “más largas, más frecuentes, más pronto y hasta más tarde”.
Dos modelos y una tradición
Bregar con este horizonte es una incertidumbre. Soslayando el fenómeno brutal de las migraciones y el abandono de poblaciones, dos modelos parecen surgir en el interior de Marruecos. Uno, el de las grandes ciudades, que crecen a base de avenidas anchas y largas y edificios no especialmente altos. Favorecen la ventilación, pero conducen a un uso mayor del vehículo privado. Aquí, la climatización artificial de los aparatos de aire acondicionado es el aliado indispensable.
El otro modelo lo hallamos en la ciudad antigua de Uarzazat. Mohamed Boujaruach, vecino, defiende con convencimiento el valor de las técnicas tradicionales de construcción que sirven ahora para restaurar este centenario asentamiento al borde del desierto: muros de adobe de 70 centímetros de espesor, ventanas pequeñas o galerías de sombra en las calles permiten rebajar más de diez grados los termómetros.
Y nada de asfalto. La vestimenta tradicional, cuenta, ayuda: “Provoca la transpiración del cuerpo hacia los tejidos y, al movernos, el aire circula por dentro y nos enfría”, explica. “Sin sudor, no hay frío”, resume. Presidente de una asociación local para el turismo cultural, se muestra depositario de una ancestral capacidad adaptativa que, como en tantos otros puntos del planeta, cree que hemos olvidado. Cuando le preguntamos por el futuro, desvía la mirada y piensa por un segundo. “Muchas de las preguntas del futuro ya las resolvimos en el pasado”.