Las heridas abiertas en la salud mental en Sudán del Sur
- Tambura, al suroeste del país, vivió en 2021 el estallido de un conflicto de carácter étnico con brutales matanzas diarias
- En marzo de 2022 un estudio de Médicos sin Fronteras ha revelado una media de 5,5 muertes diarias durante nueve meses
A principios de 2021, Tambura (en el suroeste de Sudán del Sur) vivió el estallido de un conflicto interno que, en gran medida, se desarrolló según criterios étnicos. Comunidades que habían convivido pacíficamente durante décadas se vieron atrapadas en medio de brutales matanzas diarias.
Lo peor llegó entre junio y septiembre cuando la violencia diezmó, literalmente, la población. Cuando Médicos Sin Fronteras (MSF) lanzó una intervención de emergencia en la zona en diciembre, el nivel de devastación era patente: 80.000 personas habían sido desplazadas. Un estudio retrospectivo sobre la mortalidad realizado por MSF en marzo de este año reveló una media de 5,5 muertes diarias cada 10.000 personas en un periodo de nueve meses.
Madres y niños sin hospital
Al margen de las víctimas directas de la violencia, la destrucción y el saqueo del hospital provocó que se perdieran vidas por falta de atención médica. Las madres no disponían de espacios seguros para dar a luz, y los niños no tenían ningún lugar donde ser vacunados contra enfermedades infecciosas, a menudo, mortales.
Es la segunda vez que Mark Moses Tagiapaite tiene que huir a causa del conflicto. La primera vez, cuando era niño, durante la guerra por la independencia; y ahora, de nuevo, por la violencia intercomunal en Tambura. Mark, al igual que otras miles de personas en Tambura, huyó con su esposa y sus hijos, dejándolo todo atrás.
“Mucha gente murió en este conflicto; personas inocentes murieron sin razón“
“Era el 1 de julio de 2021 cuando huimos al campo; era demasiado peligroso quedarse. Nosotros llegamos hasta aquí, pero muchas otras personas no lo lograron. Mucha gente murió en este conflicto; personas inocentes murieron sin razón”, recuerda Mark. “Este conflicto ha destruido muchas cosas: el hospital, los centros de salud y las escuelas... este conflicto destruyó Tambura”.
“Lo que vivimos fue duro —recuerda Joseph Kondo Kosa, desplazado con su esposa y su hija—. Este conflicto no sirvió para nada: obligó a la gente a huir, nos dividió de todas las maneras posibles”.
Como parte de la intervención de emergencia, el equipo de MSF comenzó a prestar atención sanitaria esencial, incluyendo vacunaciones y salud materna-infantil. Sin embargo, después de todo el trauma que la comunidad había experimentado, una de las mayores necesidades eran los servicios de salud mental.
“Seis miembros de mi familia murieron, entre ellos mi marido, mi hijo, mi hermano y mi sobrino“
“Seis miembros de mi familia murieron, entre ellos mi marido, mi hijo, mi hermano y mi sobrino. Cuando me enteré, no estaba en mis cabales; perdí la noción de quién soy”, recuerda Severna Joseph, una de las muchas personas desplazadas que ha perdido a sus seres queridos.
Trezina perdió a sus dos hijos y ni siquiera pudo recuperar sus cuerpos. “Este bebé es mi nieto. Se llama Mizanga, que significa ‘he perdido’ en nuestra lengua [azande]. Le pusimos ese nombre en memoria de los que murieron, como su padre. Ahora dependeremos de Mizanga; él representará a quienes no sobrevivieron”, explica mientras acuna en sus brazos al pequeño
Vivir con miedo
Padecer y ser testigo de la violencia extrema y la enorme incertidumbre sobre el futuro son factores que, meses después, seguían haciendo mella en la salud mental de las personas desplazadas en Tambura y sus alrededores. Sin una vía de salida y un espacio adecuados para procesar las experiencias traumáticas, los síntomas pueden profundizarse, empeorar y, en algunos casos, manifestarse en síntomas físicos.
“Los síntomas más comunes que hemos visto son el estrés, la tristeza y el dolor, así como la ansiedad por su futuro“
“Los síntomas más comunes que hemos visto son el estrés, la tristeza y el dolor, así como la ansiedad por su futuro y por volver a sus casas, ya que a algunas personas sufrieron robos, la quema de sus casas y se quedaron sin nada”, explica Ariadna Pérez, responsable de actividades de salud mental de MSF. “Sin hablar realmente de sus experiencias, sin asumir lo que les ha pasado, se puede desencadenar una respuesta física del cuerpo. En términos psicológicos, esto es como tener una herida abierta sin tratar”.
Así, el equipo de salud mental de MSF comenzó a trabajar en los campos de desplazados para hablar de los problemas de salud mental que sufrían muchos de los residentes, para normalizar el hecho de hablar de ellos y ofrecer salidas a quienes necesitaban apoyo. Esto incluía sesiones de asesoramiento psicológico individual, vías de derivación para quienes necesitaban más tratamiento o medicación, y sesiones grupales sobre salud psicosocial.
Incertidumbre por el futuro
“Me sentía impotente; quería suicidarme“
La incertidumbre por el futuro es un denominador común de las personas desplazadas. ”No puedo dormir por la noche pensando en qué podré darles de comer a los niños por la mañana. Sabía que si uno de los niños enfermaba, no iba a haber nada que pudiera hacer. Me sentía impotente; quería suicidarme. Me enteré de que los asesores de salud mental de MSF ayudaban a la gente a sobrellevar sus emociones y los busqué. Me ayudaron con algunos de los sentimientos que tenía, y finalmente conseguí entenderlos. Ahora tengo más energía. Hago lo que puedo para mantener a los niños, pero la gente de aquí sigue necesitando comida, agua, atención sanitaria y escuelas. ¿Cómo será el futuro de estos niños si no hay escuelas?”, se lamenta María Lucía, 67 años.
El propio Mark es consciente de la carga psicológica que supone tener poca certeza o capacidad de decisión sobre el futuro y carecer de un hogar al que regresar. A pesar de enfrentarse a sus propios retos, Mark trabaja como promotor de salud de MSF para apoyar a otros en el campo; se dedica a compartir información sobre los servicios de salud disponibles, las vías de derivación, las medidas preventivas para evitar que las personas enfermen y a coordinar actividades como la campaña de vacunación contra el sarampión, que se realizó el pasado marzo.
Las sesiones grupales sobre salud psicosocial organizadas por MSF en los campos han incluido actividades como dibujar, cantar y bailar. El equipo también animó a la gente a mantener las dinámicas y conexiones sociales que muchos de ellos ya habían desarrollado, como jugar al fútbol o charlar con amigos tomando un té o un café. Cuando las personas están confinadas en campos de desplazados superpoblados, este tipo de actividades psicosociales puede salvarles la vida, ya que proporcionan una forma de aliviar el estrés y el dolor y ayudan a las personas a procesar colectivamente el trauma.