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El nuevo relieve de La Palma un año después del volcán: una montaña, playas y ecosistemas nacientes

  • La isla empieza a asimilar su nuevo perfil geológico 365 días después de la erupción del Tajogaite

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Vista del cráter del volcán de Tajogaite un año después de la erupción en La Palma
Un año despuñes de la erupción el paisaje de La Palma está cambiando, aunque el volcán todavía entraña riesgos.

El 19 de septiembre de 2021, la tierra bajo los pies de los habitantes de La Palma tembló. Millones de metros cúbicos de magma brotaron a borbotones de las entrañas de la tierra en la ladera oeste de la Cumbre Vieja. La erupción del Tajogaite, como se ha bautizado al nuevo volcán, duró hasta el 13 de diciembre. Ochenta y cinco días en los que la lava cubrió unas 1.200 hectáreas y sepultó en torno a 3.000 edificios públicos y privados, de acuerdo con los balances más recientes.

Mientras los vecinos de los municipios de El Paso, La Laguna o el desaparecido Todoque siguen tratando recuperar la normalidad un año después de la catástrofe, la isla ya ha comenzado a asimilar el cambio en su relieve y sus costas. No obstante, los expertos advierten de que aún existen riesgos, como desprendimientos en el frente de las coladas o aluviones si se producen lluvias torrenciales.

19 de septiembre

La erupción del volcán Tajogaite comenzó con una fisura sobre una estructura cónica en la que se abrieron cinco bocas o puntos eruptivos en forma de “U”.

Este gráfico muestra las distintas capas que formaron el cono volcánico (estratigrafía) a la altura de la carretera de San Nicolás.

Durante los primeros cinco días de erupción, los flujos de lava y las repetidas explosiones estrombolianas elevaron el cono del volcán hasta los 130 metros de altura en torno a la fisura principal.

25 de septiembre

La parte oeste del cono del volcán colapsó parcialmente. Se abrió una brecha de 200 metros de ancho que dejó salir un gran flujo de lava en dirección sudoeste.

Durante este tiempo, el cono volcánico se construyó con capas de lapilli intercaladas con otras, cada vez más gruesas, de ceniza.

11 de octubre

Tras las 10 horas de parón del 27 de septiembre, la erupción se mantuvo estable hasta octubre, cuando se abrieron más bocas por las que emanaron nuevos flujos de lava y columnas eruptivas cargadas de cenizas.

El cambio en la erupción modificó el orden de los sedimentos, con capas cada vez más gruesas de ceniza intercaladas con lapilli.

13 de diciembre

La erupción del Tajogaite terminó con una columna eruptiva de 8 kilómetros de altura, activa durante más de una hora.

Como muestra el gráfico anterior, la erupción del Tajogaite formó un depósito de escoria o fragmentos de roca volcánica de unos dos metros de espesor en la zona de Las Manchas. Un corte longitudinal de esta roca permite identificar tres fases claras de erupción: un primer momento de crecimiento rápido de la estructura; una ralentización, donde las erupciones explosivas dejaron paso a flujos de lava; y, finalmente, la apertura de nuevas bocas previas a la erupción.

Esta es la conclusión a la que llegó un equipo de investigadores liderado por el vulcanólogo chileno Jorge Romero, que destaca en conversación con DatosRTVE que el Tajogaite ha sido una de las pocas veces en las que los científicos han podido estudiar la formación de un cono volcánico de forma sistemática, científica y tecnológica en tiempo real. "La última vez que esto se hizo esto de manera sistemática fue en el Paricutín de México en los años 40", explica Romero, que destaca la utilidad de su estudio para pronosticar la evolución de futuras erupciones.

Una nueva montaña, cambios en el suelo y en la vegetación

Una nueva montaña de más de 200 metros de altura. Este es el resultado más palpable que la erupción del Tajogaite. Además, desde el lugar de la erupción hasta el sur de la isla ha quedado cubierto por un manto de material piroclástico con espesores entre dos centímetros y dos metros ha cambiado la composición del suelo.

"Esto trae consigo un cambio en la vegetación del entorno directo del volcán", señala Romero, que destaca la pérdida de corteza y hojas de los árboles que han causado la práctica desaparición de los bosques.

Más allá de estos cambios visibles durante la erupción, el vulcanólogo puntualiza que la isla ya ha avanzado a una segunda etapa que es muy visible en el subsuelo. Se están formando nuevas redes de drenaje y nuevos cauces de agua, de modo que "este paisaje que se ha formado muy recientemente ya se comienza a erosionar".

Una erosión que funciona a dos ritmos. Mientras en la colada de lava, de 12 a 70 metros de espesor, el paisaje cambia muy lentamente, el resto del material piroclástico se erosiona más rápido. "La lava de las coladas se hunde a medida que se enfría, y eso ha posibilitado reconstruir carreteras, pero los piroclastos son muy livianos y el agua los puede transportar con facilidad", explica Romero.

A juicio del vulcanólogo, esta variabilidad genera un peligro latente para las comunidades cercanas que puede activarse muy rápido y que durará décadas. "Cuando tenemos un evento normal de lluvia, el paisaje cambia lentamente. Sin embargo, cuando hay lluvias fuertes, existe riesgo de aluviones", añade Romero, al tiempo que propone un análisis geológico completo para establecer cuáles son las zonas que más susceptibles a este tipo de fenómenos.


Playas y primeros habitantes de los deltas

La lava llegó al mar diez días después del inicio de la erupción, formando un gran delta o fajana, en la que ya han comenzado a formarse nuevas playas. "En la parte sumergida, la lava funciona de forma distinta a como lo hace en la parte del continente emergida, porque el enfriamiento es mucho más rápido", describe el investigador del Instituto Español de Oceanografía (IEO), Juan Tomás Vázquez.

Los conductos de lava que avanzaron por la plataforma insular y el talud de la isla durante la erupción ocuparon el relieve preexistente y rellenaron tres cañones de entre 40 y 400 metros de profundidad. "​​Se ha generado un relieve positivo muy interesante a nivel geológico", que ya ha comenzado a ser colonizado, según la última expedición realizada por Vázquez y su equipo el febrero pasado.

Los organismos bentónicos, aquellos que viven en los fondos marinos, han sido los primeros en llegar. "Son pequeños bivalvos y gusanos poliquetos, también pequeños crustáceos, que se aprovechan de no tener que echar raíces en el suelo, ya que obtienen sus nutrientes del agua", enumera Vázquez.

Mientras la vida comienza a abrirse paso bajo el agua, el oceanógrafo estima que en la superficie tendrán que pasar de cinco a diez años para que todo vuelva a la normalidad. No obstante, las perspectivas son buenas: "El nuevo delta se apoya en otro más antiguo por el sur, de una erupción relativamente moderna que se produjo en 1949, y estaba perfectamente estabilizado, tenía playas para el baño, restaurantes y, en la parte más próxima a los acantilados, había plataneras".

Antes de que llegue ese momento, debe seguir reinando la precaución. Igual que en la superficie, la erosión de los deltas también conlleva riesgos. Están formados por brechas que son frágiles e inestables, y todavía es pronto para visitarlos. "Pueden producirse pequeños deslizamientos", advierte Vázquez.

La erupción del Tajogaite ha abierto una gran ventana para la investigación, y los científicos insisten en que sus descubrimientos deben trasladarse en medidas concretas. Para Romero, el fenómeno no es tan extraño en la historia de La Palma, por lo que reclama que las autoridades insulares inviertan más en monitoreo, sistemas de alerta temprana, planes de emergencia y campañas de concienciación. "Se trata de utilizar la ingeniería y el conocimiento para reducir los riesgos al máximo y convivir con el volcán" porque "esto es lo que sucede cuando uno toca la puerta de tu casa", sentencia.