La admiración entre Picasso y Chanel: un lazo de amistad, arte y moda que llega al Thyssen
- Ambos genios trabajaron juntos en dos proyectos y se inspiraron el uno al otro
- El Museo Thyssen propone un recorrido de arte y moda en el que se aprecian las confluencias
El idilio artístico entre Picasso y Chanel era casi inevitable si diseccionamos el contexto. Dos genios que dinamitan el canon, ella en la moda creando el “uniforme” femenino, y él en las artes plásticas, se encuentran en el hervidero creativo descontrolado que fue el París de los años 20. Una descripción muy gráfica de la época la dan los expertos que indican que era como “bailar sobre un volcán”.
Ellos decidieron entrar en la pista de baile. Gabrielle Chanel es puro cubismo: sus creaciones son líneas rectas, recurre a una paleta cromática austera en blanco y negro, a la síntesis extrema: el vestido es un lienzo donde solo brillan los complementos.
La diseñadora bebe sin complejos de un movimiento artístico que le encandila capitaneado por un joven Pablo Picasso, aunque ambos ya eran superestrellas cuando se topan. Chanel es lista, intuitiva y emprendedora. Sabe rodearse de los mejores.
“Había una clara relación de amistad, de respeto mutuo, por parte de dos grandes creadores. Además de colaborar tenían muchos amigos del mismo grupo como Jean Cocteau, Braque y ella también ejerció de mecenas de pintores, músicos, etc”, certifica Paula Luengo, comisaria de la exposición que el Museo Thyssen de Madrid dedica al diálogo entre las obras de Picasso y Chanel (hasta el 15 de enero de 2023), y que se encuentra entre el medio centenar de muestras que conmemoran el año del pintor.
La selección indaga en este mapa de conexiones mutuas, quizás poco explorado, a través de piezas únicas (algunos “chanel” han sido muy complicados de conseguir, recuerdan los especialistas) y que cristalizó en dos colaboraciones exitosas aunque un tanto bizarras.
La primera fue la muy experimental Antígona de Jean Cocteau en 1922. Picasso se encargó con entusiasmo del decorado: un cielo azul ultramar y columnas dóricas pintadas en una tela para epatar y la distorsión de figuras monumentales. También realizó las máscaras del coro y los escudos de los guardias, decorados con motivos inspirados en los vasos griegos antiguos.
El vestuario corrió a cargo de Chanel, que aceptó encantada el encargo al saber que Picasso participaba en la producción. La diseñadora se inspiró en la Grecia arcaica para crear la indumentaria en gruesa lana escocesa en tonos marrón, crudo y puntualmente rojo ladrillo, que armonizaban con el decorado y demás accesorios y seguían fielmente la reducida gama de colores elegida por Picasso
“Chanel se vuelve griega mientras sigue siendo Chanel”, alabó la prensa sobre su primera incursión en el teatro aunque de los trajes de aquella colaboración solo quedan imágenes.
La semilla ya estaba sembrada como se infiere de las palabras de admiración absoluta de Gabrielle Chanel: Picasso destruyó para luego construir. Llegó a París en 1900, cuando yo era una niña, y ya sabía dibujar como Ingres, diga lo que diga Sert. Soy casi vieja y Picasso todavía sigue trabajando; se ha convertido en el principio radioactivo de la pintura. Nuestro encuentro solo podía haber ocurrido en París.
Gabrielle Chanel (L’Allure de Chanel, Paul Morand).
Un diálogo entre dos genios
La segunda y última colaboración profesional de Picasso y Chanel tuvo lugar en 1924, en El tren azul, una opereta bailada producida por Diághilev, con libreto de nuevo de Jean Cocteau, que se estrenó en París. La ruptura suponía maridar ballet con pantomima bajo un halo de modernidad inspirado en la vida y la moda al aire libre de los felices años 20.
Chanel de nuevo se hizo cargo del vestuario bajo los estrictos parámetros de Coucteau que quiso distanciarse de la teatralidad y echarse en brazos de la elegancia. La modista, que era una entusiasta del deporte y precursora del cuidado del cuerpo, creó trajes inspirados en coloridos y sofisticados bañadores que había diseñado para ella misma y sus clientes. Pura genialidad atemporal a la que se suma una nueva anécdota para puntear el retrato.
“Un mes antes del estreno, Diághilev descubrió en el taller de Picasso el gouache Dos mujeres corriendo por la playa (La carrera) y le pidió poder utilizarlo como imagen para el telón de la obra. El pintor aceptó y también ilustró el programa de mano para la temporada de 1924 de los ballets rusos”, cuenta la comisaria, que relata como Picasso estampó su firma en el telón.
Otro de los puntos de conexión, que también recoge la muestra, es la amistad que fraguaron Olga Khokhlova, primera mujer de Picasso y bailarina de élite de los ballets rusos de vanguardia de Diághilev, con la diseñadora.
Khokhlova adoraba el estilo cómodo, sencillo y chic de Gabrielle Chanel-muy adaptado a la danza y ensalzado con materiales como el punto o el algodón- y le encargó numerosos conjuntos. Se cree incluso que de las puntadas de la modista y empresaria salió su vestido de novia calificado como “muy Biarritz”.
En esta fase, Picasso retrató incansable a la estilizada Olga, que se convirtió en su musa aunque el matrimonio concluiría en debacle. La exposición del Thyssen es una oportunidad para revisar al pintor bajo un enfoque poco habitual y "desactivar" así su "supuesta masculinidad toxica", explicó Guillermo Solana, director artístico del museo en la rueda de prensa de presentación y recoge Efe.
Lo cierto es que la amistad con Chanel al parecer sí fue sólida aunque los parabienes no alcanzaron a Olga Khokhlova, que terminó sus días recluida en un sanatorio mental. Nunca superó la soledad por la traición del artista, que había iniciado una relación con Marie-Thérèse Walter, y al que escribió a diario sin respuesta hasta el fin de sus días.