El relato 'invisible' de las personas sin hogar: "Quienes están en la calle interiorizan el estigma"
- DatosRTVE se desplaza a dos centros gestionados por Cáritas para conocer las historias de Fabián y Patricio
- La última encuesta del INE cifra en más de 28.000 las personas en situación sin hogar que acuden a centros asistenciales
“Mi nombre es Fabián y tengo 54 años. Tuve una vida extraordinaria. Viví como un rey. Tenía un buen trabajo en el aeropuerto de Barajas, con un horario estupendo y un sueldo que sé que nunca más lo volveré a ganar. Tenía mi casa, mi coche, mi familia, pero por circunstancias de la vida lo perdí todo”.
Fabián no tiene reparos en contarnos su historia. Lleva desde 2019 en situación sin hogar –homelessness en inglés–, y es una de las personas que acuden al Centro de Información y Acogida (CEDIA) de Cáritas en Madrid capital, a escasos metros de la parada de Metro Laguna y la estación homónima de Renfe. Durante la mañana, la plantilla de Cáritas recibe a cualquiera que se acerque y anota los datos de aquellas personas que quieren hacerse un hueco en el centro.
Inmaculada Izquierdo, trabajadora social del CEDIA, explica que el complejo, que cuenta con 47 plazas, es de acceso directo y de emergencia, es decir, que cualquier persona que llama a la puerta tiene que ser atendida. “Nuestra idea es dar plaza de forma ágil, pero bueno, al final la realidad es que hay más demanda que recursos”, comenta. Ahora mismo tienen una lista de espera de 28 personas, y son relativamente pocas. “Hemos llegado a tener a más de 100 personas en espera”.
En España, al menos 28.000 personas se encuentran en situación sin hogar y acuden a centros asistenciales de alojamiento y/o restauración, según la última encuesta publicada por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Son 5.000 más de las que había hace diez años, cuando se hizo el último recuento, y 6.000 más que en 2005, la primera vez que el INE realizó esta estadística.
Bailes de cifras, números escasos y falta de cohesión en los datos
A mediodía hay una docena de personas repartidas entre el patio y algunas de las salas de CEDIA, pero es pasada la una y media cuando más gente llega al centro de Cáritas, coincidiendo con la hora de la comida. Rebeca Martínez, la responsable, asegura que la afluencia de gente en exclusión residencial ha aumentado en los últimos meses y en lo que va de año han atendido a las mismas personas que en todo el año anterior.
El sinhogarismo no es un fenómeno nuevo en España y acontecimientos recientes como la guerra de Ucrania, el encarecimiento de la cesta de la compra o la subida de los precios de la vivienda han provocado que muchas personas se encuentren en esa situación. Sin embargo, existen pocas certezas estadísticas en torno a este colectivo.
El dato de 28.000 personas que recoge el INE no deja de ser una estimación. Entre las personas encuestadas alrededor del 16% reconoce dormir en espacios públicos y el 10% en garajes, cuevas o coches. Pero el recuento se limita a personas en situación sin hogar usuarias de los centros asistenciales –como reconocen desde el organismo a DatosRTVE, las dificultades para localizar a la “población objeto de estudio” les obligan a hacer uso de muestreos indirectos–, por lo que el resultado no incluye a aquellas otras personas que, encontrándose en la misma situación, no estaban recogidas dentro del sistema en el momento de la encuesta.
Los muestreos a pie de calle en ciudades concretas, aunque parciales por definición, ayudan a completar la información. Susana Royo, subdirectora de inclusión social en Cruz Roja Zaragoza y portavoz nacional del programa Atención a las Personas sin Hogar, explica que elaboran estos recuentos desde 2010 y, pese a que los números no son tan altos como en otras poblaciones, “estas iniciativas nos orientan a la hora de poner en marcha nuevos proyectos o de mejorar los ya existentes”.
Aun con esos balances, algunas organizaciones apuntan a que los datos se siguen quedando cortos. Contra el Estigma, una cátedra de la Universidad Complutense de Madrid y la empresa Grupo 5 que estudia entre otros temas a las personas sin hogar, revela en su último estudio que el 1,3% de las personas encuestadas, unas 3.000 en toda España, asegura que en algún momento de su vida experimentaron el sinhogarismo. “Extrapolando [esos datos] a la población española serían más de 600.000 personas las que han vivido en alguna ocasión la situación sin hogar”, explicaba Manuel Muñoz, director de la cátedra.
¿Por qué tanta disparidad en las cifras? Muñoz lo atribuye a una cuestión metodológica que marca la diferencia. “El INE hace una estimación de las personas que se encuentran en esa situación en el momento de la encuesta, mientras que nosotros hemos hecho una estimación vital. Esto pone de manifiesto que hay mucha gente que entra y sale, que ha estado unos días y no ha vuelto a estarlo nunca más, pero sí ha vivido la situación sin hogar y probablemente no ha estado ni en los recuentos ni los hemos identificado”.
“Detrás de cada persona hay una historia de vida”
La encuesta del INE, pese a ser incompleta, arroja algunos datos sobre el perfil de las personas que se desplazan a los centros, como que la mayoría son hombres, menores de 45 años y españoles y extranjeros en la misma proporción. Pero como dejan claro desde las organizaciones que trabajan con ellos, el colectivo no es un grupo estanco, por lo que es complicado hablar de un perfil claro. “Detrás de cada persona hay una historia de vida y unos desencadenantes que le han abocado a esta situación”, resume Susana Royo.
En el caso de Fabián, una separación sentimental fue el germen de sus problemas. “Caí en una depresión, dejé de ir a trabajar tras 19 años en ese puesto y perdí el empleo. A los cuatro meses y medio de empezar con la depresión me llegó una carta que decía que ya no pertenecía a la empresa, sin derecho a paro y sin indemnización”, explica. La pérdida del empleo es una de las principales razones que las personas sin hogar declaran para verse en esa situación, pero no es la única.
Algo más de 50 kilómetros separan el centro de información y acogida de Madrid capital del albergue San Vicente de Paúl de Aranjuez, en la frontera con Castilla-La Mancha, gestionado por Cáritas Diocesana de Getafe, que atiende a todos los municipios de la zona sur de Madrid. Allí nos espera Patricio (nombre ficticio), que nos cuenta sus “bandazos” durante 13 largos años.
“Esto no es que un día estás con un hogar y al día siguiente te encuentras en la calle”, recalca. “En mi caso, a raíz del abandono de mi madre, me encerré en mí mismo. Comencé con una depresión y llegué a un estado en el cual me excluí incluso de mi familia, porque no vengo de una familia estructurada, sino más bien al contrario. He tenido todas las ventajas, se volcaron conmigo, pero por el trauma que sufrí me encerré y me excluí primeramente de ellos y luego poquito a poco de la sociedad”.
Patricio cuenta que lleva diez años en tratamiento psicológico, con idas y venidas. La muerte de su abuelo, la figura que tenía como referencia en los últimos años, fue lo que le ubicó definitivamente. “Ha sido un interruptor en mi vida”, confiesa. “Con lo que ya había avanzado, con las recaídas y el aprendizaje, llegué a la conclusión de que me tenía que conocer más y poner seriamente de mi parte para tener una estabilidad y seguir al lado de las personas que me apoyan”, nos cuenta.
Cada vez más jóvenes y más mujeres
Desde Cáritas apuntan a que la media de edad de las personas en situación sin hogar está bajando de forma drástica, hasta los 38 años. “Lo que nunca esperábamos es que personas tan jóvenes, de 18 a 30 años, se vieran en situación de sinhogarismo”, expone Raquel Sánchez, la responsable del CEDIA en Madrid capital. Sus datos coinciden con los de la última encuesta del INE.
Hasta hace unos años, el colectivo tenía fundamentalmente cara y voz masculinas. Sin embargo, distintas asociaciones destacan otro cambio: una creciente presencia de mujeres. El Instituto Nacional de Estadística también apunta a una subida progresiva en el número de mujeres que hacen uso de los servicios de alojamiento y restauración, aunque su presencia sigue siendo reducida.
Si la pobreza está tan feminizada como ponen de manifiesto distintos informes como los de la Fundación FOESSA, ¿por qué no es mayor la proporción de mujeres que hace uso de los centros asistenciales? El director de la cátedra Contra el Estigma, Manuel Muñoz, apunta a varios factores.
El primero, la propia masculinidad de los servicios, muchos pensados solo para hombres. Un ejemplo es el albergue de Aranjuez. Elia R., trabajadora social del centro, que solo tiene 20 plazas, reconoce que tiene que rechazar solicitudes de mujeres y que cada vez son más recurrentes. “En las memorias anuales [del centro] sé que se refleja que cada vez tengo más peticiones”.
También es menos frecuente encontrarlas por las calles, donde corren el riesgo de ser doblemente agredidas: por ser mujeres y por verse sin recursos. ¿Dónde se refugian entonces? “Es probable que estén en pisos, que se apoyen más en redes familiares y de amistad, que aunque estén medio en la calle, coman con una amiga o en casa de alguien. En definitiva, que se busquen un poco la vida”, razona Muñoz.
En este contexto van apareciendo centros específicos para ellas. Desde el Ayuntamiento de Madrid recuerdan la creación hace casi un año del primer centro para mujeres sin hogar víctimas de violencia en España. También la existencia del programa No Second Night, para fomentar la asistencia temprana a mujeres que acaban de quedarse en la calle.
Manuel Muñoz reconoce que las mujeres tienen “problemáticas muy distintas”, como episodios de maltrato, y que es cierto que puede que necesiten unos servicios especiales. “Pero como norma general creo que deberíamos hacer servicios más inclusivos, que incluyeran hombres, mujeres o grupos LGTBI, entre otros”, afirma.
Un colectivo invisible y estigmatizado
No es nada nuevo que este colectivo se sienta invisible, y Fabián sabe de lo que habla. “Yo antes era muy déspota porque tenía [de todo]. Miraba menos a la gente. La gente que estaba en la calle, un mendigo por ejemplo, para mí era invisible, no existía. Pero ahora que estoy en la otra fase, en su misma ubicación, me doy cuenta de lo ciego que es uno y lo tonto que es el ser humano”, afirma rotundamente.
“La invisibilización conlleva un cierto grado de deshumanización de la persona estigmatizada y esta deshumanización justifica la exclusión, los comportamientos discriminatorios y, en los peores casos, la agresión”. Es una de las conclusiones de la investigación de Contra el Estigma, y los datos del INE revelan un aumento de estos ataques, especialmente los relacionados con insultos, robos o incluso timos.
Muchas de estas actitudes radican en un deseo inexistente por mantener relaciones personales con las personas que afrontan esta situación, tal y como alertan desde la cátedra universitaria. Según sus cálculos, dos de cada tres prefiere no convivir con ellas y más de la mitad desea que sus hijos no tengan amistad con ellas.
En muchas ocasiones ese estigma llega de las personas que sufrieron el sinhogarismo. No es el caso de Fabián o Patricio, que se han abierto a contarnos sus historias, pero sí es una realidad de la que se percataron el investigador Manuel Muñoz y su equipo. “No deja de llamar la atención cómo las personas que están en la calle no se solidarizan más, sino al revés, discriminan más”, o incluso que interiorizan el estigma, “se estigmatizan a sí mismos, que es algo psicológicamente muy esperable”.
La importancia de la salud mental
En línea la creciente preocupación por la salud mental en la sociedad, el Instituto Nacional de Estadística indagó sobre esta cuestión en su última encuesta a las personas sin hogar: alrededor del 60% presenta sintomatología depresiva y un 5% –tanto de hombres como de mujeres– describe su cuadro como grave.
Patricio confirma que sus problemas psicológicos le llevaron a verse en esta situación, y que el consumo puntual de alcohol o cocaína mientras trabajaba en el mundo de la hostelería agravó su condición, pero no lo explica todo. “Sí es cierto que todo aumenta con el consumo de drogas: la problemática, el encerrarte en ti mismo, el ver menos salidas. También influye la gente con la que te rodeas en esos ambientes porque también es gente con problemas”.
Por eso, cuando muchas personas tocan fondo, valoran aún más la ayuda que se les presta. Patricio recuerda que desde sus primeras estancias en el albergue de Aranjuez se sintió acogido, “Cuando di el paso de venir aquí estaba pidiendo a voces ayuda e interiormente no lo sabía, pero lo estaba haciendo”, rememora emocionado.
En muchos centros saben de primera mano que las personas que llaman a sus puertas necesitan apoyo y nuevas oportunidades para mejorar su situación. Por eso Patricio habla también con esperanza de su nuevo proyecto. En el centro de formación de Cáritas está realizando un curso de auxiliar de comercio con vísperas a trabajar con prácticas en un supermercado. “Se me ha abierto un abanico otra vez de ilusión, de bondad, de motivación por un cambio en el sector con vistas a seguir retomando los estudios. Hacía tiempo que no estudiaba” confiesa, riendo.
Por su parte, la estancia de Fabián en el CEDIA de Madrid acabará pronto, y con final feliz: está a punto de firmar un contrato de trabajo –hasta ahora no tenía ningún tipo de ingreso, pese a sus intentos fallidos de obtener la Renta Mínima de Inserción (RMI)– que le permitirá ganar el dinero suficiente para conseguir un alojamiento propio. “Las vueltas que da la vida”, comenta entusiasmado por esta oportunidad.
Ambos contaban con estudios superiores –con más de la educación secundaria obligatoria (ESO): bachillerato y similares, enseñanzas con orientación profesional, grados superiores y universitarios–, como ocurre con una de cada tres personas en situación sin hogar (un 35%).
“Si no sabemos ni quién está en la calle, ¿qué políticas vamos a planificar?”
Desde los centros de ayuda se palpa la frustración por no poder ayudar más a este colectivo. “Lo que una aprende estando en un centro es que no tenemos la varita mágica para todo el que nos llama a la puerta”, lamenta Inmaculada Izquierdo, trabajadora social de CEDIA de Madrid capital. “Los recursos son limitados y hacemos lo que podemos”.
Todas las personas entrevistadas coinciden en un aspecto: quienes se encargan de repartir los recursos no recogen suficiente información sobre las personas que los necesitan. “Si pudiéramos conocer las cifras razonablemente -si hay más migrantes, si hay más jóvenes, si hay mujeres- eso ayudaría a planificar las políticas. Si no sabemos ni quién está en la calle, ¿qué políticas vamos a planificar?”, se queja el investigador Manuel Muñoz.
Mientras tanto, en Cáritas ya están con los preparativos para su Día de las Personas sin Hogar, que celebrarán el 27 de octubre. “Nosotros aquí lo celebramos como un día especial: hacemos una fiesta, una barbacoa, comemos todos juntos. Es un día bonito”, comenta Rebeca Martínez, la responsable de CEDIA Madrid. “Tendrían que ser todos los días así de bonitos, pero bueno, parece que ese día es el día que aparecemos en los medios, que somos visibles”.