La biblioteca detenida en el tiempo del Museo Cerralbo, joyas en papel y voracidad coleccionista
- El marqués de Cerralbo atesoró una colección única de 9.000 volúmenes de fondo antiguo
- Las bibliotecas de los museos intercambian títulos y cuentan con un catálogo de consulta
La atmósfera entre las paredes de la biblioteca del Museo Cerralbo se asemeja a un paréntesis congelado en algún instante de finales del siglo XIX. Literalmente. Así lo dispuso Enrique de Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo, que detalló por escrito la disposición exacta de cada uno de los ornamentos de la sala que permanece inalterable, y en perfecta conservación, hasta nuestros días.
Ante los ojos del visitante florecen dos pisos en los que se acomodan, primorosamente ordenados, miles de volúmenes bañados por una luz tenue filtrada por un coqueto ventanal. No existe resquicio al azar porque el marqués también intuyó que la iluminación podría dañar su adorada colección y la cuidó con mimo extremo. Como medida del detalle, en la página final de cada libro anotó en qué balda debían dormir en un criterio libre.
El ambiente calmo en la biblioteca solo se rasga por el tintineo de decenas de relojes que, sincronizados casi a un mismo tiempo, marcan la hora en las entrañas de esta casa-palacio enclavada con discreción en el centro de Madrid (c/ Ventura Rodríguez,17).
El Museo Cerralbo es uno de los 16 centros de la red nacional dependiente del Ministerio de Cultura y su fondo bibliográfico es una de las joyas de la corona. Lo reivindican en la celebración este lunes del Día de las Bibliotecas y se mostrarán por primera vez al público en una exposición a finales de noviembre.
Pasión coleccionista y filantrópica
El XVII marqués de Cerralbo (Madrid, 1845-1922) pertenecía a la élite de la aristocracia española. Era un acérrimo carlista pero además desplegó una actividad social y cultural frenética como poeta, escritor, mecenas y trotamundos impenitente. Su voracidad lectora y como coleccionista de toda clase de arte, muy en consonancia con los gustos de la época, obraron el milagro.
Su pasión ha desembocado en un fondo antiguo de alrededor de 9.000 títulos en los que sobresalen sus preferencias temáticas: arqueología (realizó importantes hallazgos en la cuenca del Jalón que plasmó en la premiada Páginas de la Historia Patria por mis excavaciones arqueológicas, 1911), bellas artes, numismática, botánica, historia o política.
Eruditos peregrinaban a su biblioteca para ilustrarse con libros en varias lenguas, en una puerta desplegada al saber abierta a todos en el siglo XIX. Y hacia el futuro porque el aristócrata ordenó en varios documentos que todo su patrimonio pasara a manos del Estado tras su muerte en una vocación adelantada de difusión universal.
Pero retornemos al corazón literario de esta historia. Al piso superior de la sala solo se accede por una angosta escalerilla que maneja en exclusiva su “guardiana”, Cristina Recoder, la orgullosa bibliotecaria de este tesoro que el marqués rastreaba en subastas atravesando Europa para hallar gemas escondidas, donde también pateaba incansable museos y exposiciones universales.
“Tenemos trece incunables (impresos hasta 1501) que son preciosos en sí mismos como objetos. También varias primeras ediciones de El Quijote y el Vitae Pontificum (1481) de Anton Koberger, que fue uno de los impresores más importantes de Alemania después de Gutenberg. Tiene una belleza espectacular con las iniciales iluminadas que intentan imitar la letra manuscrita. Es una obra de arte”, explica la especialista.
Cristina Recoder cuenta que es la primera bibliotecaria, funcionaria pública, que se ocupa de los libros del Cerralbo. Trabaja en el palacio desde hace más de un año, un templo de arte con más de 50.000 piezas entre tapices, esculturas, arañas de murano, “tintorettos” y “grecos”. Una reproducción mimética que testimonia la vida diaria de las clases altas hace 200 años.
“Tengo mucha suerte como bibliotecaria de trabajar en un lugar como este, precioso y lleno de historia. De esta biblioteca se ha estudiado poco, creo que todavía es una gran desconocida y queda mucho por investigar”, señala con brillo en los ojos.
Las bibliotecas museísticas son una de las grandes difuminadas del mundo del libro. Investigadores especializados pueden consultar sus títulos pero en muchos de los centros de la red estatal, los visitantes, acreditación mediante o con cita previa, también pueden acceder a las obras.
En museos como el del Romanticismo o el González Martí de Valencia también atienden peticiones específicas sobre fondos históricos: “Primeras ediciones, incunables o ex libris que responden al coleccionismo bibliográfico del siglo XIX y principios del XX y que, por su singularidad, no se encuentran en bibliotecas públicas”, señalan desde Cultura.
Las instituciones culturales también cuentan con su propio mecanismo interno de préstamo a través de BIMUS, la red pública de Bibliotecas de Museos creada en 2008, que suma 21 centros entre las que se encuentran el Prado o el Reina Sofía. Un mapa vivo de intercambio creativo en el montaje de exposiciones.
“El Museo de Ciencias Naturales nos ha pedido imágenes de un libro que escribió el marqués de Cerralbo porque es el centenario de su muerte, también nos pide el Museo Arqueológico. Y el Museo del traje nos solicitó una fotografía de un libro en el que salía Alfonso XIII de pequeño para una de sus actividades”, explica la bibliotecaria Recoder.
Más un incentivo. La biblioteca virtual de Cultura atesora todos los títulos que se han digitalizado procedentes de museos y abiertos a consulta libre. Entre ellos, en noviembre se publicarán online la veintena de obras que escribió el polifacético marqués de Cerralbo. Un festín para los lectores.