Juan Mayorga: "He escrito siempre para personas de las que espero mucho"
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Un discurso es para Juan Mayorga un “hecho teatral” y, así, el dramaturgo, que ha recogido el Premio Princesa de las Letras en el Teatro Campoamor de Oviedo, ha sido también durante unos minutos un personaje “para el que en esta ocasión no encontré otro intérprete dispuesto a representarlo”.
Humilde y agradecido, el autor español vivo más representado en el mundo ha centrado su discurso en las propias letras y en su primer descubrimiento. “Los niños todavía saben que hay un vínculo entre las letras, el juego y el milagro”, ha pronunciado al recordar cómo sus tres hijos descubrían el lenguaje escrito.
“Mi hija Raquel había oído muchas palabras, y resultaba que todas podían hacerse con aquel puñado de signos. Por eso, miraba fascinada la hoja blanca, como si fuera un lugar mágico”. Y ha rememorado una hermosa anécdota de otra de sus hijas: “Beatriz, quien entonces aún no había aprendido a escribir, estuvo, sin embargo, haciéndolo largo rato y con honda seriedad sobre otra hoja blanca que luego enseñó a Miguel para preguntarle: - ¿Qué he puesto?”.
Todo para resaltar el poder casi mágico de los signos. "Si pensamos a fondo en ello, no dejará de parecernos cosa de magia que las letras, esos pocos dibujos, esos pocos sonidos, puedan tanto. Que puedan darnos tanta felicidad y hacernos tanto daño. Que puedan amenazar a una persona o enamorarla, unir a un pueblo o dividirlo, declarar una guerra o detenerla”.
"La forma mayor del respeto es esperar algo bueno del otro"
Mayorga ha rememorado su propia infancia como inicio de esa relación. “Si hoy quiero explicar mi relación con las letras, íntima y apasionada, tengo que evocar una casa, la de mi propia infancia, en la que se leía en voz alta”. Y, de ahí, al primer encuentro con el teatro, obligado como alumno de instituto, en el que descubrió Doña Rosita la soltera de García Lorca por boca de Núria Espert. “El escenario se me apareció como un lugar no menos mágico. También el escenario, tuviese el tamaño que tuviese, era un espacio infinito. En un escenario cabía el mundo. En un escenario cabíamos todos”.
El teatro fue el refugio de su adolescencia. “Yo había encontrado en ellos un lugar en que me respetaban -y no hay nada más atractivo para un adolescente que sentirse respetado-. La forma mayor del respeto es esperar algo bueno del otro, y yo iba hacia allí donde esperaban que me atreviese a escuchar, a pensar, a recordar, a imaginar”.
Un respeto que –dice- preservó como escritor desde sus primeras obras como dramaturgo. “He escrito siempre, en todo caso, para personas de las que espero mucho: espectadores que me acompañen con su pensamiento, con su memoria, con su imaginación. Ustedes, espectadores, están siempre a mi lado, desde la primera palabra que pongo en la hoja blanca, aun desde antes de la primera palabra”.
El teatro como reunión de la ciudad
De la reunión de las letras para formar el milagro de la escritura a la reunión del actor con el espectador para ese ‘pacto de fingimientos’ del que nace el hecho teatral, un hecho con posibilidades infinitas para Mayorga. “Los autores reunimos letras con el deseo de que un día unos actores se reúnan en torno a ellas y luego abran su reunión a la ciudad. Entre todas las expresiones de la bella jerga teatral, mi favorita es “compañía”. Un amigo cuyo afán es la historia de las palabras me ha dicho que “compañía” nombraba, en su origen, a “los que comparten el pan”. Los que escribimos teatro lo hacemos, desde luego, para compartir con otros. Para compartir un tiempo, un espacio, una vocación de examinar la vida y, cuando lo hay, un pan. Por eso, porque el teatro es compañía, son tantos los que hoy reciben conmigo este premio y lo agradecen a quienes nos lo otorgan”.
Por último, señalando su deuda con Calderón y La vida es sueño ha imaginado que seguramente la obra se ha representado en el mismo Teatro Campoamor de Oviedo. “¿Cuántos personajes habrán pisado estas tablas antes que nosotros? Entre ellos, doña Rosita, que vivió esperando. Y aquella criatura que despertaba unas veces en un palacio tratada como príncipe y otras en una gruta encadenada como fiera y llegó a no saber separar la vigilia y el sueño”. Y Mayorga (o su personaje) ha finalizado con dudas: “Tampoco el personaje que hoy pongo ante ustedes se siente seguro de no estar soñando”.