Juan Mayorga, príncipe de las letras: "Antes que dramaturgo soy espectador"
- “El teatro es un arte político porque es el arte de la crítica y de la utopía”, afirma el premio Princesa de Asturias de las Letras
- El autor español más internacional del momento asegura que “habría que hacer un teatro que asustase a los cobardes”
- RTVE Noticias ofrece la entrevista completa con Juan Mayorga, al que Informe Semanal dedica esta noche un reportaje
Juan Mayorga (Madrid, 1965) es el autor teatral del momento y el más estudiado. Su repertorio recorre el mundo. Licenciado en Matemáticas y doctor en Filosofía, miembro de la Real Academia de la Lengua y actual director del madrileño Teatro de la Abadía. La dramaturgia de Mayorga, prolífica y a menudo brillante, aborda temas graves y profundos de la condición humana, desde puntos de vista originales y sugerentes.
En una de sus piezas más conocidas, 'La tortuga de Darwin', pone en escena a un quelonio de doscientos años que ha ido evolucionando hasta convertirse en una mixtura de mujer y tortuga, que ha asistido en primera línea a los grandes acontecimientos de la Historia contemporánea. En 'Himmelweg' se acerca al Holocausto, un tema recurrente en su teatro. Le entrevistamos en 'Informe Semanal' con ocasión del premio Princesa de Asturias de las Letras, recibido este viernes.
Pregunta.- Parece que su pasión por el teatro surgió de alguna forma gracias a su padre.
“La palabra pronunciada tiene un poder enorme y, de algún modo, somos cuerpos ocupados por palabras“
Respuesta.- Mi padre leía en voz alta. Tenía esa costumbre. La leyenda familiar quiere que mi padre leyese en voz alta porque habiendo estudiado magisterio con un compañero que era ciego decía las lecciones en voz alta para que su estudio aprovechase a su compañero. Yo no sé hasta qué punto esta leyenda se ajusta a la realidad, pero lo cierto es que mi padre leía en voz alta y eso hizo que la casa estuviese poblada de palabras. Y yo recuerdo estar jugando con mis hermanos y ahí estaba la voz de mi padre leyendo, por ejemplo, La montaña mágica de Thomas Mann o leyendo La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, o leyendo, y esto no lo olvidaré nunca, Rebeca. Recuerdo vivamente el momento final de la novela, el del incendio, hasta el punto de que cuando luego vi la película, la imagen cinematográfica, siendo extraordinaria, me decepcionó. Creo que ese es un recuerdo de algún modo teatral, que da cuenta de una experiencia fundante. Porque en alguna medida, me parece, está en la base de mi convicción de que la palabra pronunciada tiene un poder enorme y que de algún modo somos cuerpos ocupados por palabras.
P.- La primera obra que vio fue Doña Rosita la soltera, de Lorca.
R.- No fui al teatro hasta que, a los 16 años, siendo un estudiante de segundo de bachillerato en el Instituto Ramiro de Maeztu, la profesora de Lengua y Literatura nos pidió que fuéramos a ver Doña Rosita, la soltera. Recuerdo con fascinación aquella experiencia. En aquel momento descubrí el teatro como arte de la reunión y de la imaginación. Sucede que allí estaba Nuria Espert, que con la elocuencia de su cuerpo y su voz, nos daba cuenta nada menos que de las edades de una mujer. Yo no lo sabía en ese momento, pero ante mí estaba el misterio del tiempo, que es el gran misterio de la vida humana. El director de aquel espectáculo era Jorge Lavelli, quien 20 años después puso en escena hasta tres obras mías en París. De forma que, de algún modo, aquella tarde de la primavera del 81 se estaba estableciendo una cita secreta entre aquel maestro y ese chaval que todavía no sabía que el teatro iba a ser tan importante para él.
P.- Ha sido dramaturgo, ahora también es director y tiene una vocación no desarrollada de actor.
“Antes que director soy dramaturgo y antes que dramaturgo soy espectador, yo llego al teatro desde el patio de butacas“
R.- Bueno, antes que director soy dramaturgo y antes que dramaturgo soy espectador. Y yo, a diferencia de otros compañeros que venían de la interpretación o de la dirección y se pusieron a escribir, yo llego al teatro desde el patio de butacas. Me convierto en mi adolescencia en un espectador apasionado, en alguien que iba al teatro, y sigo haciéndolo, con emoción, con cierto temblor, porque creo que ahí me puede suceder algo. Y desde ahí pasé a la a la dramaturgia y un día me atreví a dirigir. He contado alguna vez que hice una incursión como actor a propuesta de mi amigo Guillermo Heras, a quien tanto debo. En una velada teatral, yo tenía que hacer dos cosas: por un lado tenía que pronunciar un monólogo y en otro momento tenía que dar un grito, y mi familia elogió el grito. O sea, imagina cómo hice el monólogo.
P.- ¿Es muy diferente el papel del autor del de director, que usted está desarrollando también en los últimos años?
R.- El autor es omnipotente, porque la hoja en blanco lo aguanta todo. Puedo escribir una primera escena en que estemos tú y yo en una biblioteca y luego en la siguiente escena, a la vuelta de página, estamos en una trinchera de la Primera Guerra Mundial. En cambio el trabajo del director está lleno de limitaciones. Por ejemplo, si en una puesta en escena introduces esta silla, ¿cómo la sacas luego de escena si ya no te sirve? A veces digo que si el autor es omnipotente, el trabajo del director, por el contrario, está lleno de limitaciones. Pero de lo que se trata es de convertir esos límites en ocasiones poéticas.
P.- Dice usted que el pasado es cualquier cosa menos inamovible.
“El pasado no está nunca clausurado y, por tanto, esa experiencia poética a la que llamamos teatro puede abrirlo“
R.- Estoy entre los que creen que el pasado es imprevisible, el futuro lo es, pero el pasado desde luego lo es también. El pasado de las sociedades y el pasado de las personas. Sucede que un día entras en un vagón del metro y hay un gesto de un pasajero que te recuerda a tu abuelo y empiezas a pensar en tu abuelo y ves a tu abuelo acaso como nunca lo viste. El pasado no está nunca clausurado y, por tanto, esa experiencia poética a la que llamamos teatro puede abrirlo. Puede ocurrir que lancemos una mirada sobre un momento del pasado y lo abramos a un lugar inesperado. También, en tanto que sociedad.
P.- Dice también que el teatro es un arte político. ¿En qué sentido?
R.- A mi juicio, el teatro es un arte político al menos en tres sentidos. El primero, porque se hace en asamblea. Es muy interesante que el teatro sea el nombre de un género y también de un edificio que está concebido y construido para la reunión. El teatro no te convoca como como receptor solitario, sino que convoca a toda la ciudad. En este sentido es político, pero también lo es en la medida en que su autoría es colectiva y siendo su autoría colectiva, por tanto, lo que se presenta en él responde a las preocupaciones, a los intereses, a los sueños y a los miedos de un grupo de gente que lo comparte con otro, que son los espectadores. Pero, finalmente, creo que el arte, el teatro, es un arte político, porque por encima de cualquier otro, a mi juicio, es el arte de la crítica y de la utopía. Es el arte del examen, de lo que hay y de la imaginación, de lo que puede haber. Es el arte que examina esta vida e imagina otras.
P.- En algún lugar le he leído que usted cree que hay que hacer el teatro contra el espectador.
“El teatro ha de ser un lugar de catástrofe, de conmoción, de transformación“
R.- El teatro ha de ser un acto de amor. Pero el amor es respeto y, por tanto, no hay que entregar al espectador lo que está buscando, sino aquello, que acaso teme, aquello que no desea ver o escuchar. A veces, he dicho que habría que hacer un teatro que asustase a los cobardes, que cuando un cobarde pasase por la puerta de un teatro huyera. El teatro ha de ser un lugar de catástrofe. Y cuando digo de catástrofe hablo de lugar de conmoción, de transformación. El espectador puede encontrar a su doble y su doble no es copia, sino otra posibilidad. Es decir, el espectador puede descubrir, puede decir 'Ah, yo soy doña Rosita o yo soy Rey Lear o yo soy Segismundo, yo soy Basilio'. Y cuando eso ocurre, cuando se produce esa revelación, puede estar aconteciendo una catástrofe. En la medida en que el espectador puede decidir y acaso decida no volver a no volver a casa o vuelva a casa y no lo reconozcan porque algo se ha transformado en él.
P.- Es muy buena la definición del teatro que hace Borges.
“El teatro es el arte en que una persona finge ser lo que no es y otra finge que se lo cree“
R.- Sí, entre las caracterizaciones más luminosas que se han hecho del teatro está aquella de Borges, según la cual el teatro es el arte en que una persona finge ser lo que no es y otra finge que se lo cree. Y creo que da en el clavo, porque el teatro es un pacto. El teatro es un encuentro entre fingidores. El teatro no tiene límites, porque yo puedo ser todo lo que tú, espectador, quieres que sea. Si yo consigo convocar tu complicidad, yo puedo ser doña Rosita, o puedo ser Segismundo, o puedo ser Basilio, o puedo ser Rey Lear, o puedo ser, como hizo la genial Carmen Machi, la tortuga de Darwin. Es decir, una tortuga de 200 años que ha evolucionado en mujer. Sólo la imaginación convocada por el actor es capaz de crear un ser así.
P.- Si hay un asunto muy presente en su teatro es el Holocausto.
“La pregunta que me hago una y otra vez es cómo presentarlo y cómo representar lo irrepresentable“
R.- El exterminio de los judíos europeos es el gran acontecimiento. Y respecto de él, creo que tenemos un deber de memoria. Y deber de memoria es, ante todo, deber de pensar. ¿Por qué sucedió esto? ¿Por qué Europa no protegió a sus judíos? ¿En qué medida hay lógicas sacrificiales que han sobrevivido? La pregunta que me hago una y otra vez es cómo presentarlo y cómo representar lo irrepresentable, cómo construir una experiencia que es ante todo una experiencia de la pérdida. Yo no puedo recuperar esas voces ni mucho menos presentarme como portavoz. Creo que tenemos que mirar una y otra vez allí, a ese lugar, a Auschwitz, a los campos, sabiendo que nunca, nunca podemos comprender finalmente qué es lo que sucedió allí. Pero una y otra vez tenemos que mirar hacia allí.
P.- ¿De qué forma puede acercarse el teatro al Holocausto?
R.- El teatro ha de ser una y otra vez un arte de la distancia. Si haces una obra sobre el Holocausto, has de recordar una y otra vez que yo actor y que tú espectador no estuvimos allí y que, por lo tanto, nuestra representación siempre será insuficiente. Hay que evitar cualquier ilusión, cualquier ilusión de estar allí. Pero luego, por otro lado, creo que hay otro riesgo a evitar y es el de ofrecer al espectador que se deslice hacia la posición de la víctima. O sea, el espectador quiere colocarse en la posición de la víctima, porque la percibe como la posición de la inocencia. Yo creo que el espectador ha de ser respetado y como he dicho alguna vez, la forma mayor del respeto es esperar algo de él. Y cuando yo me relaciono con el espectador que está siempre ahí, está siempre como fantasma, cuando escribo y cuando ensayo, yo espero del espectador que sea capaz de pensar, de imaginar, de tener una posición crítica hacia lo que yo estoy presentando. Yo no creo que el escenario sea un lugar para probar que tengo razón acerca de nada, no, sino un lugar para compartir preguntas para las que yo mismo no tengo respuesta. Inquietudes para celebrar, para celebrar la vida de un modo que no podría hacerlo en otro lugar. Y espero que el espectador me acompañe. O, ¿por qué no?, que disienta y hasta proteste. Su protesta será parte de la representación.
P.- ¿Se hace hoy buen teatro en España?
“Tenemos que buscar la excelencia y buscar una y otra vez nuevas formas para hacer un teatro a la altura de nuestro tiempo“
R.- Yo creo que el teatro está en un momento muy interesante en España y en el mundo. Creo que están sucediendo cosas muy importantes en nuestros escenarios, que mucha gente ha redescubierto el teatro y que gente joven con mucho talento está redescubriendo el teatro como lugar desde el que relacionarse con el mundo. Dicho esto, si bien creo que están sucediendo, como digo, cosas muy importantes en nuestros escenarios, hemos de recordar una y otra vez que solo en Madrid hicieron teatro gigantes como Lope de Vega, Calderón de la Barca, Valle Inclán, Federico García Lorca. Sólo esos nombres deberían llamarnos a la prudencia y a la modestia. Yo creo que siempre tenemos que buscar la excelencia y buscar una y otra vez nuevas formas para hacer un teatro a la altura de nuestro tiempo.
P.- ¿Cómo ha recibido personalmente la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Letras?
“Creo que el Princesa de Asturias es un premio que me excede, pero creo que no solo se me está premiando a mí“
R.- Yo estoy recibiendo ya desde hace tiempo mucha más atención de la que merezco. De forma que si alguien me dice 'este hombre está sobrevalorado', será el primero al que le diga tiene razón. Creo que la atención que estoy mereciendo, la atención que estoy recibiendo, no la merezco. Si pienso en mi modesto trabajo, creo que el Princesa de Asturias es un premio que me excede, pero creo que no solo se me está premiando a mí. Creo. que a través de mi trabajo, se está también señalando el trabajo de los autores, eso que llamamos literatura dramática y que por cierto es tantas veces ignorada, lo que me parece escandaloso.