Qatar 2022, un gol a los derechos: el coste humano de las obras del Mundial
- El pequeño país del Golfo se prepara para la celebración, dentro de 14 días, del Mundial de Fútbol 2022
- La “cara B” del Campeonato, recogida este sábado en el reportaje Qatar 2022, balones fuera de Informe Semanal
Emran Khan confiesa que regresó a su país, Bangladés, “por la tortura mental”. Estuvo dos años trabajando en las obras del Mundial. Dos años en los que sumó motivos para llegar a la depresión. Y, aún así, feliz…, porque logró sobrevivir. No como otros.
Licenciado en Ciencias Sociales, decidió probar suerte en Catar en 2016. Una agencia de empleo le había asegurado que allí se ganaba mucho dinero. Y ahí empezaron los primeros engaños y los primeros problemas.
La oferta salarial, a la hora de cobrar, se redujo drásticamente: “De 2.500 riales cataríes, unos 700 euros, a 1.500 riales. Además, tuve que pedir un préstamo de 3.000 dólares para pagar la comisión obligatoria. Y ese préstamo es lo que me obligó a estar dos años”. Si no, asegura a Informe Semanal, "me hubiera vuelto antes".
“Los futuros empleados tienen que pagar una serie de comisiones que van desde los 1.000 a los 3.000 euros. Estas comisiones quedan como garantía y también como reserva de su puesto de trabajo”, nos explica Carlos de las Heras, responsable de Deporte y DD.HH. de Amnistía Internacional.
"Sistema Kafala": el trabajador bajo el yugo del empresario
Es una práctica que forma parte del conocido como “sistema Kafala”, que permite que el trabajador esté bajo el yugo del empresario. “No solo es cómun en Catar, sino en el conjunto de los países del Golfo, donde también se han registrado denuncias por esas condiciones de neoesclavismo”, añade Ignacio Álvarez-Ossorio, catedrático de Estudios Árabes de la Universidad Complutense de Madrid y coautor del libro Qatar. La Perla del Golfo.
Lo que más vulnerable deja a los trabajadores es la confiscación del pasaporte. Porque les deja sin un documento de identidad que les permita cambiar de trabajo o acceder a la justicia o, incluso, regresar a su país. “Mi empresa se quedó mi pasaporte. De hecho, la última vez que lo vi fue cuando llegué a Catar y no podía ir a ningún sitio”, se lamenta Geoffrey, que trabajó allí desde 2018 hasta mayo de este año.
Por videoconferencia desde Kenia, nos cuenta que a él también le engañaron y le pagaron la mitad de lo prometido, poco más de 200 euros: “Tengo tres hijos. Tenía que pagar el colegio, la comida, mandar dinero a casa. Pagar el teléfono para hablar con la familia. Solo eso eran unos 30 euros. Y tenía que pagar el préstamo que pedí para afrontar la comisión que me pidió la empresa”.
Imposible, para él, afrontar tantos gastos, por eso decidió cambiarse de empresa. Pero el “sistema Kafala” se lo puso dificil: “Cuando empecé el proceso para cambiarme de compañía, mi empresa tomó represalias. Pusieron en mi identificación que había abandonado mi trabajo. Así que fui al Ministerio de Trabajo para poder cambiar eso en mi identificación. Me apoyaron y me dieron una carta para llevar al departamento de inmigración. Pero cuando llegué allí me metieron en un coche de policía y me llevaron al centro de deportación”.
Sin pensar todavía en irse, por la necesidad económica, pudo contar entonces con la ayuda de una organización humanitaria y logró librarse de la expulsión. Y se cambió de empresa. A partir de ahí, trabajó como inspector de seguridad en dos estadios del Mundial Qatar 2022 que, en tan solo dos semanas, encenderán sus luces.
Más de un millar de muertos en las obras del Mundial
Geoffrey había llegado a Catar un año después de que el emirato emprendiera una serie de reformas laborales. “Por ejemplo, la creación de un fondo que cubre los salarios impagados, la derogación de algunas cuestiones que tienen que ver con el sistema de Kafala o, por ejemplo, el establecimiento de un salario mínimo. Son reformas positivas pero falta pasar de la teoría a la práctica porque los empleadores, a día de hoy, todavía cometen abusos sobre sus trabajadores”, asegura Carlos de las Heras. Amnistía Internacional coincide con Naciones Unidas y con la Organización Mundial del Trabajo en que hay avances, pero insuficientes.
Geoffrey ha sido testigo de cómo los abusos continúan: “Cuando empecé como inspector de seguridad, mi trabajo no era tan duro porque no era muy físico. Sin embargo, para los trabajadores de las obras la situación era mucho más difícil”. Su jornada laboral era oficialmente de 8 horas, pero acababan trabajando 14 y hasta 16 horas en unas condiciones climatológicas extremas, “especialmente, a medida que la Copa del Mundo se iba acercando”.
“Durante estos años, hemos podido constatar multitud de abusos… Larguísimas jornadas laborales. Muchas veces, al aire libre y bajo temperaturas extremas. También, la imposibilidad de los trabajadores de recurrir a la justicia, de cambiar de trabajo o de salir del país”.
Amnistía pone el foco, además, en las personas que han muerto trabajando para las obras del Mundial. Carlos de las Heras dice que se han entrevistado “con víctimas, con familiares de víctimas, con autoridades cataríes, con organizaciones…Y gracias a toda esta información podemos hablar de que la cifra de muertos supera con creces el millar”. Anteriormente, investigaciones periodísticas como la llevada a cabo por el diario británico The Guardian habían denunciado la muerte de 6.500 personas.
“Lo que deberían hacer las autoridades cataríes es ser mucho más transparentes de lo que son y abrir el país a las organizaciones internacionales como Amnistía Internacional o Human Rights Watch”, dice Ignacio Álvarez-Ossorio, catedrático de Estudios Árabes de la Universidad Complutense de Madrid.
ONG exigen un fondo de compensación de 440 millones por los abusos
Lo cierto es que la falta de transparencia impide a los familiares reclamar compensaciones e incluso repatriar el cuerpo de sus allegados. “Amnistía Internacional ha documentado casos de familiares que se han enterado de la muerte de sus seres queridos por la prensa, por amigos o por algunos compañeros de trabajo”, denuncia Carlos de las Heras.
Otras ONG también exigen a Catar y a la FIFA un fondo de compensación de 440 millones por los abusos. “Esta cantidad es la misma, más o menos, que la FIFA va a dedicar a premios y a primas para las selecciones participantes. Y si se calcula que, alrededor de 6.000 millones de dólares es la cantidad que la FIFA puede ingresar por la celebración del Mundial, 440 millones de euros nos parece una cantidad totalmente asumible”, sentencia el responsable de Deporte y Derechos Humanos de Amnistía. La FIFA todavía no ha respondido. Catar sí: que no.
Para Geoffrey, el idioma y el nivel cultural favorecen la explotación: “Cuando nos dieron los contratos, vi que algunos firmaron sin leer lo que estaban firmando. Yo dije que no iba a firmar algo que no entendía. Entonces me di cuenta de que había un problema”. Y empezó a instruir a sus compañeros en derechos básicos porque tenía experiencia como sindicalista en Kenia. Geoffrey está seguro de que eso, precisamente, es lo que le costó varias detenciones y ser expulsado del país.
A Emran no le sirvió de mucho tener estudios superiores: “Teníamos un certificado de técnicos superiores pero nos trataron como simple mano de obra”. Y él también está convencido de que, detrás de todo, estaba su nacionalidad: “Te dicen… Oh, ¿eres de Bangladés? …, como un insulto. No les gustamos”.
Economía rentista redistributiva para comprar la paz social
Emran y Geoffrey forman parte de una inmensa mayoría en Catar, el de los trabajadores extranjeros. Hay tres millones de habitantes, pero sólo unos 360.000 son cataríes. “Obviamente los derechos no son iguales para los de nacionalidad catarí que para los no cataríes”, nos dice Carlos de las Heras.
“Catar es un país muy parecido a los países del entorno donde no existen partidos políticos. Tampoco existen sindicatos”, explica Ignacio Álvarez-Ossorio, que añade que es un país extremadamente rico, lo que “da para que haya una economía rentista redistributiva para comprar la paz social. A cambio de los subsidios que la población recibe para la vivienda, la sanidad, la educación y el trabajo, renuncian a los derechos políticos, a tener partidos políticos, a poder votar libremente en las elecciones…”.
Catar es del tamaño de la región de Murcia y, en menos de dos décadas, ha logrado posicionarse en la escena internacional. Tiene la cadena de televisión árabe más influyente, Al Jazeera, la aerolínea Qatar Airways, que promueve el turismo internacional, y la enorme riqueza de gas natural le convierte en un socio indispensable para Occidente.
“Catar es un país clave, sobre todo después de la invasión rusa de Ucrania. Cada vez se sienten más indispensables para garantizar el flujo de energía a los países occidentales”, señala Álvarez-Ossorio. Y, como el resto de países del Golfo, Catar también recurre a la promoción del deporte para blanquear sus sombras y dar más brillo a sus luces: ”Han visto en el deporte una herramienta para ofrecer al mundo una cara amable, reformista, moderna, constitucional, democrática”.
Emran, cuando estamos a punto de poner fin a la videoconferencia, nos dice que nos esperemos, que quiere insistir en uno de los mayores problemas que sufren pero que no se ve: “Hay muchos como yo, que sufren y lloran todos los días. Está la comida, el dinero..., pero el gran problema es la salud mental. Nosotros somos migrantes pero, sobre todo, somos personas y la FIFA lo tiene que saber”. Termina la entrevista con lágrimas en los ojos.