Las huellas visibles del Prestige: galletas de chapapote, animales afectados y una "carretera" submarina
- Alejar el barco fue una decisión desacertada que provocó la contaminacion del litoral gallego prácticamente en su totalidad
- Aunque la mayor parte se ha limpiado, los habitantes de la Costa da Morte siguen encontrando rastros del vertido
El 13 de noviembre de 2002, el Prestige, un buque operado bajo bandera de Bahamas y con una carga de 77.000 toneladas de fuel, emitió una señal de auxilio a su paso por la Costa da Morte, que recibió el Centro de Salvamento de Finisterre. El desvencijado petrolero, de 243 metros de eslora y 26 años de antigüedad, había salido de San Petersburgo semanas atrás y se dirigía hacia Gibraltar, donde recibiría instrucciones sobre su siguiente destino, seguramente Singapur, en la que debía de ser su última singladura antes de acabar en el desguace. Comenzaron así seis días frenéticos que culminaron con la embarcación partida en dos y hundida a miles de metros de profundidad, a 250 kilómetros del Cabo de Finisterre.
Casi inmediatamente después de producirse la llamada de socorro, el entonces ministro de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos, dio la orden de alejar por todos los medios aquella chatarra flotante de la costa. Quizá se trataba de la solución más intuitiva, pero terminó siendo el detonante de una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia.
Durante su recorrido errático empujado por los remolcadores españoles, con una brecha de varios metros abierta en su costado derecho, el Prestige fue dejando a su paso un reguero de miles de toneladas de fuel. La estrecha vigilancia de Francia primero, y después de Portugal, que no querían que aquel gigante moribundo enfilara hacia sus costas, convirtió el trayecto en un viaje hacia ninguna parte que finalizó de forma abrupta cuando la estructura fatigada del petrolero no aguantó más y reventó, precipitándose hacia el fondo del océano y liberando en su caída gran parte de la ponzoña que aún guardaba en su interior.
El Prestige y la Ría de Corcubión
Dos décadas después, casi nadie discute que se tomó la peor de las decisiones posibles, y que lo más acertado hubiese sido meter al Prestige en alguna ría cercana, sacrificándola en beneficio del resto de la costa gallega. Finalmente, 2.000 kilómetros se vieron afectados por la marea de chapapote, entre España, Portugal y Francia. Aunque fue Galicia, con mucha diferencia, la que peor parte se llevó, con prácticamente todo su litoral contaminado.
La Ría de Corcubión, por su profundidad de calado y cercanía al petrolero cuando este lanzó la señal de auxilio, hubiese cumplido con todos los requisitos para convertirse en el puerto refugio del Prestige. Sin embargo, a escasos meses de las elecciones municipales, el recelo de la población de las localidades de Corcubión y Cee, igual que el de todas las rías cercanas, probablemente pesó mucho a la hora de realizar cualquier valoración.
“Probablemente, la mejor opción hubiese sido meter al Prestige en la ría, pero quién lo sabía entonces”, reconoce José Domínguez, patrón mayor de la Cofradía de Pescadores de Corcubión durante aquellos días de otoño de 2002. “Una vez en puerto, ese fuel se podría haber trasegado a tierra, y no tendría por qué haber ningún problema, pero no se puede culpar a ninguna autoridad, porque nadie lo quería”, prosigue, y considera que “si hubieran metido al barco aquí, Corcubión se hubiera llenado de manifestaciones, porque la gente hubiera reaccionado mal, eso seguro, aunque era un bien común y habríamos tenido que aceptarlo”.
Lavado constante
Hay un factor fundamental que ha jugado a favor de la regeneración de la Costa da Morte después de verse anegada de chapapote: la impetuosidad de sus aguas. Las fuertes corrientes, en combinación con la violencia del oleaje, han ayudado a limpiar la mayor parte del litoral. Sin embargo, los pescadores y mariscadoras, que son quienes mejor conocen este mar, creen que las huellas del petrolero aún son visibles después de 20 años.
“Desde mis conocimientos, como patrón y profesional dentro de la pesca artesanal durante toda mi vida, creo que los daños aún siguen. Hay sitios donde antes era muy abundante el pescado y ahora no lo hay. Por ejemplo, el pulpo quedó erradicado en muchas zonas después del accidente del Prestige. Y posiblemente ocurra lo mismo con otras especies de cerco y pelágicas”, valora José Domínguez.
Domínguez está jubilado, pero sigue acudiendo frecuentemente a la cofradía de la que fue patrón durante 30 años, y que está ubicada en el puerto de Corcubión. A espaldas del edificio, la ría del mismo nombre se adentra hacia Cee salpicada de pequeñas embarcaciones, hasta desembocar en una playa sobre la que distingue un enjambre de mariscadoras, que filtran la arena en busca de sus preciados frutos. A este grupo, que ha trabajado toda la mañana bajo una lluvia constante, pertenecen Nuria y Leopoldo. Cuando se produjo el desastre del Prestige, ella era la presidenta y él el secretario de la agrupación de marisqueo a pie, dentro de la cofradía de Corcubión.
"Si se hubiese metido aquí el Prestige, está claro que el daño no iba a ser tan grande. Lo que pasa que era una decisión difícil, porque los alcaldes se negaron", afirma Leopoldo, mientras termina de cargar las mallas llenas de almejas y berberechos en el maletero del coche, para llevar a analizar el marisco antes de venderlo. "Si a nosotros en aquel momento nos meten el petrolero, lo tragamos, qué vamos a hacer. Por lo menos aquí, en la Ría de Corcubión, pero no en las Rías Baixas, porque allí la gente es de otra forma, y probablemente lo hubieran impedido", asegura.
Nuria asiente y agrega: "Si el chapapote no toca las Rías Baixas, no hubiese pasado nada, así de claro. Nadie iba a protestar, porque aquí no se protesta. Pero si los políticos ganaron incluso más votos...".
Nuria y Leopoldo no creen que el vertido de 2002 siga afectando a los moluscos que recogen diariamente en la ría, aunque aseguran que "estamos pagando de otra manera las consecuencias del Prestige, porque antes mariscábamos normalmente, y ahora nos vemos obligados a someter a almejas y berberechos a unas analíticas que antes del Prestige no se hacían". Este proceso, según lamentan, provoca que los moluscos lleguen menos frescos al punto de venta y pierdan valor, lo que repercute en sus ingresos.
Una "carretera" submarina
Una de las grandes incógnitas que dejó el hundimiento del Prestige y su posterior vertido contaminante es el alcance de los daños provocados en los ecosistemas marinos, algo que 20 años después aún no ha sido aclarado. Se llevó a cabo un seguimiento desde el punto de vista científico, controlando los principales parámetros relacionados con la contaminación, pero estas mediciones se abandonaron aproximadamente a los dos años, y desde entonces no ha habido ningún estudio exhaustivo para valorar cómo se han visto afectadas las poblaciones, especialmente las especies de baja movilidad y las aves, que fueron las más afectadas.
"Como no se ha seguido realizando investigación sobre estos temas, podemos suponer que en algunas zonas ya no hay apenas efectos y en otras puede seguir habiendo", asegura en los micrófonos de RNE Antonio Figueras, profesor del Instituto de Investigaciones Marinas del CSIC. "Creo que en general debería hacerse un seguimiento ya no del litoral gallego, sino de todo el litoral español, para que cuando sucedan accidentes de esta naturaleza, que volverán a suceder, podamos comparar con lo que había antes, y después a lo largo del tiempo seguir monitorizándolo para ver cómo se van recuperando y si se recuperan del todo", mantiene este biólogo, quien insiste en que es "normal" que después de dos décadas siga habiendo efectos, porque "es lo que sucede en todos los sitios donde ha habido una catástrofe de esta naturaleza".
Figueras compara el vertido del fuel con "un asfaltado de la costa y de los sedimentos", ya que él ha podido ver imágenes de fondos marinos y "había como carreteras en el mar". "En los sitios donde se asfalta no crece absolutamente nada, y esto es lo mismo", asegura este científico.
Quizá este asfaltado submarino sea la razón por la que siguen apareciendo con frecuencia galletas de chapapote en las playas gallegas, a veces incluso flotando en el agua. "Tienen que ser del Prestige, porque desde entonces lo hay siempre, y antes salían muy de vez en cuando", afirma Manuel Pérez, un vecino de Nemiña que, siempre que hay marea baja, encuentra restos de fuel en la playa. "No todos los días lo mismo. Normalmente ocho o diez kilos, aunque algunas veces solo dos kilos", declara. Manuel ha perdido la cuenta de las bolsas que ha llenado con galletas de chapapote.
Sven Schwebsch es un voluntario alemán que lo dejó todo en diciembre de 2002 para instalarse en Carnota y colaborar en la retirada de fuel. Su implicación fue tal, que una vez que pasó todo se quedó allí viviendo, aunque ahora se dedica a limpiar las playas de residuos plásticos. "Por todas partes se siguen encontrando restos de chapapote", mantiene, y explica que "ha quedado petrificado entre las piedras, y en verano se queda líquido por el calor y se forman pequeños charcos entre las rocas".
"Las manchas siguen quedando en las piedras y en las zonas más altas donde el agua del mar llega menos", asegura Schwebsch, quien sin embargo reconoce que "cada vez se encuentra menos chapapote", y que "la impresión general es de belleza".