Zóbel, el conversador infinito con los maestros del arte
- Creó obras de vanguardia inspiradas en pinturas de Velázquez, Rubens o Goya
- El Museo del Prado se lanza al arte contemporáneo y le dedica una muestra
“Para saber pintar, primero hay que saber mirar”. Cosido a este lema y a su inseparable cuaderno de notas de bolsillo, el pintor Fernando Zóbel (Manila,1924-Roma,1984), una de las figuras más importantes del arte contemporáneo español, mataba las horas dibujando en las entrañas de los grandes museos del mundo.
Una investigación metódica como modus vivendi en la que “conversó” con honestidad con los maestros del arte, en una conectividad “invisible” y netamente respetuosa entre pasado y presente.
En esta itinerancia perpetua, el Museo del Prado se erigió en santuario y laboratorio donde redibujó hacia su lenguaje abstracto las obras de Goya, Ribera, Zurbarán o Velázquez, su eterno predilecto, del que quedó prendado por su fascinante sutileza.
Literalmente, Zóbel deconstruyó con precisión Las Hilanderas hasta topar en sus trazos con el andamiaje creativo de Diego de Velázquez [El video en el programa de TVE Mirar un cuadro, 1982]
“Recojo mi tarjeta de copista del Prado”, relataba en uno de sus diarios. “Lo esencial es que me da derecho a silla. Se me están acabando los cuadros que por casualidad tienen asiento puesto delante”, señalaba dando la medida de su fijación por contemplar los lienzos.
Su trabajo puede disfrutarse en la exposición que le dedica El Prado, Zóbel. El futuro del pasado (hasta el 5 de marzo de 2023) en un recorrido a través de 42 pinturas, 51 cuadernos de apuntes y 85 dibujos. Una respuesta al tránsito por las complejas rutas de la historia del arte: estudiar para comprender y después reinventar.
“Se introduce en el pensamiento figurativo del artista va hacia lo abstracto y crea una fantasía a partir del cuadro, que es una belleza. No hay ningún autor de la vanguardia que haya hecho un trabajo tan sistemático, explica Felipe Pereda, uno de los comisarios de esta muestra, que sorprende al visitante por su verticalidad y frescura contemporánea en las tripas de la pinacoteca de arte antiguo, que difumina con esta iniciativa las fronteras temporales y estilísticas.
En el itinerario se puede ver como las horas que pasó ante Alegoría de la castidad del renacentista Lorenzo Lotto en la National Gallery de Londres es el claro punto de partida de dos de sus obras: Sueño de la doncella y Sueño de la doncella II.
La selección cuenta con una pretensión transparente de “aprender a mirar” en un puro ejercicio pedagógico que Zóbel sostuvo toda su vida.
De familia española, nacido en Manila y formado en Harvard, curioso, erudito, viajero innato y cosmopolita, finalmente se instaló en España a mediados de los 50 donde fundó con sus propios medios el Museo de Arte Abstracto de Cuenca. Toda una proeza en el país de la autarquía franquista, transformado en un páramo artístico sin museos.
La mirada deconstruida
Los cuadernos de dibujo y apuntes de Zóbel, de los que existen más de 140, son su joya de la corona. En sus páginas derramó su pasión de “pintor indígena”, como se autodenominaba, hacia la herencia del arte asiático en tinta china, convirtiendo la caligrafía en una suerte de pintura abstracta y sincretismo entre Oriente y Occidente.
“Si ves su serie negra, para muchos pintores de su generación Zóbel fue la puerta de entrada al arte chino y japonés”, explica el también comisario Manuel Fontán del Junco, director de la Fundación Juan March, a la que el artista donó en los 80 su colección de pintura, escultura y obra gráfica.
A Fernando Zóbel también le inspiraban Rubens y Rembrandt a los que “miró“ sin descanso en el Rijksmuseum de Ámsterdam y admiraba a Pollock con el que se cruzó, en una experimentación con diferentes técnicas y “pinturas instantáneas”, en las que proyectaba el pigmento sobre el lienzo con jeringuillas en lo que denominaba “pinceles de niebla”.
“Todos nos hemos hecho la película de que el arte moderno es algo que surge de la nada, de lo radicalmente nuevo. En realidad, todo el mundo traduce y tiene un pasado. Él era muy consciente de eso”, añade.
Por generación, el creador se encuadraba en la vanguardia del madrileño grupo El Paso como Antonio Saura o Luis Feito, pero su estilo se distanciaba en una originalidad lírica que escoró las clasificaciones. Y de nuevo, Velázquez
“Él en los 60 cree que hay sobreexposición de esa España trágica, truncada y expresionista y que la riqueza de la tradición española es más sofisticada. Se siente más cerca de Velázquez por sensibilidad que otros. Pero también comenta y dibuja muchísimo a Goya”, concluye el especialista.