Patricia Mazuy: "Siempre me dicen que mi cine no parece francés"
- El Festival Márgenes dedica una retrospectiva a la vigorosa carrera de la cineasta francesa
Dice Patricia Mazuy (Dijon, 1962) que empieza a pesarle tanto mirar al pasado. En los últimos cuatro años varios festivales en todo el mundo le han dedicado distintas retrospectivas a su carrera, las tres últimas prácticamente encadenadas: Mar de Plata, Gijón y, esta semana, en el Festival Márgenes de Madrid. “En los últimos dos meses he tenido cuatro retrospectivas. Es demasiado. Nunca pienso además en mi carrera. Una vez termino una película, simplemente pienso en la próxima”, explica con cierta modestia.
Cineasta iconoclasta, sentimentalmente formada por el cine de Leone y Peckinpah, aprendiz con la legendaria Agnès Varda, su filmografía apenas cuenta con seis títulos repartidos a lo largo de más de tres décadas, pero con marcas siempre presentes como la mezcla de violencia, humor, lo rural y la mezcla de géneros.
Su carrera es tan atípica para una francesa que se inició en Los Ángeles, donde estudiaba cine y conoció a Varda, entonces afincada en Estados Unidos. “Lo que ella me enseñó es la sensación de libertad, la curiosidad por el mundo y las personas, que está fuertemente presente en su trabajo”, explica.
Con 27 años debuta en el largometraje con Peaux de vaches, una película celebrada en Francia donde filtraba el paisaje de agricultura donde creció con el cine de género negro americano.
“Siempre que estreno una película, me han dicho que no parece una película francesa. Ocurrió con Peaux de vaches, que me decían que era muy violenta”, recuerda. ¿Considera que su cine es una reacción al mayoritario cine naturalista francés? “Parece como si siempre estuviera en la disidencia, pero no es mi intención. Es solo que no me formé con películas francesas, sino con Charles Bronson y los spaghetti westerns, que es lo que me gustaba de adolescente. No descubrí a Jean Renoir hasta después de los 20 años”.
Pese al buen recibimiento, Mazuy tardó once años en volver al largometraje y se pasó los años 90 trabajando en televisión y realizando documentales. Pero su segunda película no podía ser más ambiciosa: presentada en Cannes, Saint-Cyr (2000) es una película ambientada en la corte de Luis XIV, con Isabelle Huppert como protagonista. “Para mí el reto siempre ha sido hacer lo que nunca he hecho. Era una película muy elegante, costosa y espectacular, en la que el reto era en realidad mostrar la opulencia de una manera muy austera. Creo que el cine trata siempre de hacer cosas bellas, dentro del presupuesto y sin perder el sentido de lo que quieres decir”.
En los últimos cuatro años su ritmo de producción se ha acelerado, dirigiendo dos películas: Paul Sanchez est revenu! y Saturn Bowling, donde abandona en parte algunos de sus temas y su particular sentido del humor, para sumergirse en la estética del neo-noir. ¿Cree que la financiación para las cineastas es más accesible ahora que cuando empezó?
“Nunca es blanco y negro, porque precisamente mi primera película pude hacerla porque al productor le pareció divertido que una mujer quisiera hacer una película sobre campesinos que se peleaban, en lugar de la típica película de fiestas burguesas de París. Creo que, si no fuese mujer, nunca se habría hecho”, recuerda. “Lo que ha traído el feminismo es que una mujer al menos ahora puede hablar alto y claro. Pero si eres una directora eres menos que un director a menos que ganes un premio importante. Y tienes más dificultad para los presupuestos”.
Y la financiación es importante para el que dice que espera que sea su próximo proyecto: una historia de amor que muestre 100 años de la historia de Francia. “Tengo que ver cómo lo meto en dos horas. O, si no, en una serie”, dice entre risas.