Diez películas para entender el cine en 2022
- Repasamos algunas películas que ayudan a entender un año cambiante en la industria
La industria audiovisual vive instalada en una realidad tan cambiante que parece que su historia se escribe sobre un papel en llamas. 2022 comenzó con la variante ómicron ahuyentando a los espectadores y finaliza con las salas aún dañadas. En España, la media de espectadores durante el otoño es un 50% menor que la media del período 2015-2019 y el resto del mundo no es muy diferente. Mientras, las plataformas, algunas de ellas las empresas más ricas del mundo, viven su particular batalla a base de inversión por acaparar una mayor porción de su mercado sin descarrilar en el camino.
Y, sobre esa realidad, los creadores buscan su lugar, que cada vez es más estrecho para los productos adultos, que son ya básicamente series. Principalmente queda lo poco que los grandes estudios apuestan, las oportunidades privilegiadas que plataformas como Netflix dan a autores consagrados (véase Alejandro G. Iñárritu y Bardo), y, sobre todo en Europa, queda el maná de la financiación francesa y su potente fondo de cinematografía que alimenta coproducciones en las que cada vez más entra España (As bestas, Un año, una noche, Pacifiction, Un año, una nocheEl agua). Repasamos algunas películas (no las mejores, aunque alguna también hay) que ayudan a entender el cine en 2022.
Licorice Pizza (Paul Thomas Anderson)
El tópico de que las películas de ‘llegada a la madurez’ suelen ser óperas primas se está invirtiendo y a gran velocidad. Kenneth Branagh (Belfast), Steven Spielberg (The fabelmans) o James Gray (Armageddon time) han estrenado este año momentos claves de su infancia o adolescencia, siguiendo la estela de Sorrentino (Fue la mano de dios) o Almodóvar (Dolor y gloria) en los últimos años.
Gray, en una entrevista con RTVE.es daba una explicación al fenómeno: “La experiencia del cine en salas está amenazada y, en mi caso y sé que en otros también, es el instinto de filmar tu historia antes de que sea demasiado tarde. Lamento decirlo así, pero es como lo siento”.
Paul Thomas Anderson, cuyo cine de alguna manera vive en los años 70 literalmente en ocasiones y siempre estilísticamente, celebró en Licorice Pizza la textura de su infancia, aunque, al contrario que las películas nostálgicas, trata al pasado con el respeto del presente. Licorice Pizza es una película que esconde su complejidad, y que se opone, en su ligereza argumental, a la tendencia del director a recrearse en las enfermedades mentales.
Close (Lukas Dhont)
Mientras es cada vez más complicada encontrar cineastas jóvenes, y las óperas primas se retrasan hasta bien entrada la treintena, cabe preguntarse hasta qué punto el cine está renunciando a la mirada joven, que ha sido una constante en su historia. Aftersun, de Charlotte Wells, con su emotivo registro de la memoria y las relaciones paternofiliales es un buen ejemplo, pero el puntal de la nueva generación se llama Lukas Dhotn, que con Close, su segunda película, a punto estuvo de ser el ganador de Palma de Oro más joven en 32 años.
Sutil, elegante y profundamente dolorosa, el cineasta belga de 31 años repite en Close buena parte de las virtudes que apuntaba en su debut, Girl. La amistad entre dos niños se interrumpe y el duelo y la culpa casi se pueden tocar en las imágenes. Una cinta delicada, cercana al milagro por las interpretaciones de los actores protagonistas, y por el equilibrio entre aflicción y belleza.
El triángulo de la tristeza (Ruben Öslund)
El triángulo de la tristeza, la farsa de Ruben Öslund ganadora de la Palma de Oro, arrancó risas desde su estreno en el festival. No es una rareza: Öslund ya ganó Cannes satirizando el arte moderno y la aporofobia en The square, y lo mismo se puede decir de Parásitos, de Bong Joon-ho, y la lucha de clases; o, en España con El buen patrón.
Diferentes estudios de universidades estadounidenses apuntan a que la sátira –junto a las fake news- lleva años moldeando la visión del mundo de las nuevas generaciones: primero a través de los programas informativos humorísticos, y más tarde y amplificado hasta el infinito, por las redes sociales. La ironía y el humor no suelen copar las lisas de mejores películas de todos los tiempos, pero viven un esplendoroso presente.
Top Gun: Maverick (Joseph Kosinski)
Tom Cruise desató la fiebre de la cinefilia más sesuda cuando en Cannes defendió que “jamás” trabajaría para una plataforma. La estrella americana vive por y para las salas de cine (y por el más difícil todavía en cuanto a escenas de acción se refiere). Lo cierto es que la taquilla mundial no estaba preparada para el éxito de Top Gun: Maverick que arrasó para recordar aquellos maravillosos años prepandemia.
Lo más asombroso es que el blockbuster no partía de nuevas formas para conectar con el público joven, como Spider-Man: No Way Home, sino de un ejercicio de pura nostalgia que calcaba el original de los años 80. Tan necesitado está el cine de buenas noticias que Top Gun: Maverick está ya nominada a los Globos de Oro y es una de las favoritas para obtener una nominación al Oscar a mejor película.
Cruise es un mito boomer, la generación que, por peso demográfico, domina la cultura. Y la imagen inmutable de Cruise como Pete ‘Maverick’ Mitchel (mismo corte de pelo, cazadora, gafas de sol, bíceps y motocicleta sin casco) es un antídoto contra el paso del tiempo. Vendrán más.
Pacifiction (Albert Serra)
Las salas de cine son cada vez un lugar más vetado a la experimentación. Por eso es una rareza que todavía Albert Serra consiga levantar sus proyectos, a los que solo les guía la voluntad de ser original. Es tan difícil defender sus provocaciones reivindicándose como el mejor cineasta español como prescindir de sus boutades contra la mediocridad.
Con Pacifiction reconoce que pulsó “hasta qué punto puedes ser desafiante sin suicidarte con el riesgo” agarrándose esta vez al hilo de una trama política para sumergir al espectador en una envolvente, confortable y malsana, atmósfera en la polinesia francesa. Al representante político del estado francés (un magnético Benoît Magimel) le llega la preocupación de la población local sobre nuevos experimentos nucleares del ejército francés. Y comienza a buscar respuestas dando vueltas por Tahití –no sabe si en círculos o en espiral- mientras comprende con extrañamiento que solo es un peón insignificante.
Alcarràs (Carla Simón)
La tensión entre naturalismo y artificiosidad es cada vez más fuerte. Después de años en el que el cine de autor ha perfeccionado el realismo, ciertas voces avisan de que el péndulo igual tiene que oscilar. Se percibe en Francia (Léa Mysius y Los cinco diablos) o España (Elena López Riera y El agua), donde el fantástico está colonizando estructuras de realismo puro.
Sin embargo, la gran noticia del cine español de 2022 es la apoteosis del naturalismo: Alcarràs, de Carla Simón, se llevó el Festival de Berlín con una poco frecuente unanimidad en el jurado. Su cine humanista y preciso es el puntal de una generación de cineastas extraordinarias como Clara Roquet (Libertad), Belén Funes (La hija de un ladrón) o Pilar Palomero (Las niñas o La maternal), poseedoras cada una de su propio universo, pero con similitudes de cierto realismo y base autobiográfica.
"Cada una está buscando su camino y seguramente en algún momento incluso nos separemos más. Consolidarse en una carrera es ir encontrando tu voz, ¿no?", se preguntaba Simón en una entrevista en RTVE.es. "Ese tono naturalista que buscamos mucha de nosotras, y algunos chicos también, tiene que ver con una especie de evolución natural en la filmografía española, que siempre ha sido muy actuada y maravillosa".
Blonde (Andrew Dominik)
La pasión por los biopics no se detiene y en 2022, entre muchos, destacan los libérrimos acercamientos a posiblemente los dos mayores ídolos de la cultura popular de los años 50: Elvis Presley y Marilyn Monroe. Baz Luhrmann recuperó lo mejor de su exagerado estilo para firmar en Elvis un musical centelleante, pero el verdadero exceso estaba en Blonde, donde Andrew Dominik adapta la novela de Carol Joyce Oates sobre el mito que interpreta Ana de Armas.
Barroca, fascinante, abrumadora o excesiva. Casi cualquier adjetivo grandilocuente encaja en la propuesta de Dominik. Blonde es un desparrame visual que golpea muy duro con puñetazos de belleza plástica. También puede agotar con su permanente lenguaje cercano al cuidado de técnicas publicitarias, pero nadie puede discutirle un riesgo que, ahora mismo, solo puede brotar en una plataforma como Netflix. Paralelamente se ha establecido un entendible debate sobre si hay una mirada misoginia que contamina la crítica que la propia película hace de la misoginia: Blonde sumerge al espectador en un pozo de desasosiego.
Avatar 2: el sentido del agua (James Cameron)
La leyenda de la taquilla James Cameron llegó como el séptimo de caballería al finalizar el año para demostrar que sí se puede, aunque haya tardado 13 años en dar continuidad a su universo de Pandora. El objetivo, según el propio director, convertirse en la tercera o cuarta película con más recaudación de todos c
Cifras al margen, Avatar 2:El sentido del agua, renueva la eterna capacidad de asombro de las imágenes en sala, más allá de lo trillado del guion. ¿Es el canto del cisne o una nueva esperanza para la industria?
La peor persona del mundo (Joachim Trier)
Las expectativas vitales no cumplidas es una de las características esenciales de las sociedades occidentales. Los problemas del primer mundo pueden parecer banales mirados con perspectiva, pero son compartidos con el consumidor medio de contenidos audiovisuales. El cine nórdico, tal vez por ser la punta de lanza de las sociedades más ricas del mundo, está retratando mejor que ninguno ese malestar de las sociedades del bienestar en cintas como la sueca Fuerza mayor o la danesa Otra ronda.
El noruego Joachim Trier perfiló en La peor persona del mundo y su protagonista Julie un argumento mil veces banal (una mujer al borde los 30 envuelta en varias crisis vitales: relaciones sentimentales, familiares, futuro profesional, maternidad y deseo sexual) con una pureza renovadora en la que dejaba un insólito espacio al espectador para identificarse con las tribulaciones de sus personajes y proyectar las propias.
Moonage Daydream (Brett Morgen)
Los documentales son, además de uno de los principales fondos de armario de los catálogos de las plataformas, el formato –potencialmente- más innovador. Quizá la lástima es que los true crime de sucesos pasados y las revisitaciones de ídolos culturales ocupen el lugar más destacado y se arrincone su capacidad de explorar el presente. El documental puede volar muy alto sin apelar a la nostalgia o al morbo, como demuestra el triunfo en el Festival de Venecia de All the beauty and the bloodshed, de Laura Poitras.
Con todo, Brett Morgen demostró que se puede lograr la excelencia radiografiando a un mito como David Bowie Moonage Daydream. Un documental alucinógeno que concuerda perfectamente en su forma con el espíritu de la estrella del rock y el glam.