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La pandemia del hambre (II)

El cambio climático acaba con el ganado y la vida nómada en Somalia: "Todo se ha convertido en polvo"

  • Ali Omar, a sus 60 años, ha pasado de ser pastor a agricultor gracias a la creación de invernaderos en improvisados asentamientos
  • RTVE.es viaja a Somalia, uno de los países que menos contamina y el más castigado por el cambio climático

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Somalia, el cambio climático y la sequía acaban con la vida nómada

La vida se vuelve más insostenible a medida que el verde de la sabana africana deja de teñir la tierra. Ali Shira Omar es testigo de la desertificación provocada por la sequía y el cambio climático. Como él, la tradicional población nómada de la región de Sanag, en el norte de Somalia, vive con angustia la peor sequía que se recuerda en 40 años. En sus 60 años de vida, recuerda con desconsuelo otros tiempos en los que, pese a no quedarle más que la sombra de alguna acacia, la lluvia siempre llegaba, sin embargo, en esta ocasión esa ansiada humedad se resiste a bañar una tierra cada vez más inhabitable.

Como Omar, otras familias de pastores nómadas somalíes se están viendo obligados a abandonar la vida heredadaque les llevaba a moverse en busca de pastos para su ganado por la sedentaria estabilidad de los improvisados asentamientos que proliferan en la región.

En una vida anterior, Omar contaba con camellos y ganado suficiente para sostener a sus once hijos. Los camellos habían sido su vehículo ecológico, sin ruedas ni motor. La leche alimentaba a los más pequeños y la carne saciaba el hambre en épocas de escasez. Su ganado era su único ahorro y un colchón para afrontar cualquier imprevisto. Hasta hace seis años Omar se movía por las tierras del norte del país al antojo de su rebaño, pero llegó la sequía y lo perdió todo.

Una cabra en la sombra de una acacia seca en el norte de Somalia, el país vive la peor sequía de los últimos 40 años.

Una cabra en la sombra de una acacia seca en el norte de Somalia, el país vive la peor sequía de los últimos 40 años. PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)

Según Naciones Unidas, la penúltima sequía afectó a más de tres millones de personas en Somalia, mientras la actual pone en peligro la vida de más siete millones. Omar sobrevivió a la anterior, no así su estilo de vida que pasó del nomadeo al sedentarismo. Lo perdió todo, y tuvo que reinventarse en el marco de un proyecto impulsado por OXFAM Intermón que ayuda a los ganaderos nómadas en la construcción y explotación de los cultivos en invernaderos. Esta nueva vida le está permitiendo salir adelante pese a que la nueva amenaza de hambruna tiene en vilo a más de la mitad de la población de este país castigado por décadas de inestabilidad, hambrunas, sequías, y la crónica crisis económica que les acompaña desde el derrocamiento de Siad Barre, en 1991.

Ali Omar: de pastor nómada a agricultor

Omar es un libro de la historia reciente de una tierra castigada, no solo por la perenne inseguridad, sino que ahora también por el cielo. Mira hacia arriba de reojo para reprocharle la quinta estación seguida sin lluvias. Abre con cuidado una puertecita de zinc que da acceso a su huerta, un pequeño trozo de llanura envuelto en plásticos translúcidos que lo aíslan de la aridez del exterior. Con unas manos finas y callosas va señalando con orgullo sus logros: tomates, remolacha, zanahoria, cebolla, patatas, etc.

Me despierto a las cinco de la mañana, rezo y después despierto a los trabajadores. La mayor parte del día la paso cosechando, plantando y regando", explica mientras se sienta a la sombra de un habitáculo de adobe en el que guarda los aperos para trabajar la tierra. Habla de la vida en pasado. Siente nostalgia por otros tiempos, aquellos de sencilla vida nómada, una vida truncada por la insolidaridad de las nubes.

Cabdi Mahamad trabaja en el huerto de Ali Omar en el norte de Somalia

Cabdi Mohamad trabaja en el huerto de Ali Omar en el norte de Somalia PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)

No sabe el significado exacto del cambio climático. “Todo se ha convertido en polvo y hay plantas que han dejado de crecer”, apunta. Se detiene en la reflexión sobre este fenómeno acelerado por la acción humana y en lo paradójico que resulta vivir en uno de los países con menos emisiones de gases contaminantes y ser uno de los más afectados por las consecuencias del calentamiento global.

Todo se ha convertido en polvo y hay plantas que han dejado de crecer

Nuestros animales empezaron a estar más débiles y frágiles, pero las personas son las más afectadas por la sequía porque se desplazan y la vida se vuelve difícil”, dice. Pone el ejemplo de su familia que actualmente vive “repartida en tres pueblos diferentes en busca de agua”, alega. La región registra su quinta estación fallida de lluvias, lo que está expulsando a muchas personas de sus hogares y formas de vida ancestrales.

Omar tiene la mirada pérdida en el horizonte. Su perilla blanca se dibuja sobre una piel de ébano apenas surcada por las huellas de la edad, las palmas de sus manos, callosas y con restos de tierra le delatan como agricultor. Una guerrera verde le protege de las inclemencias del clima. Habla con un tono pausado. Respira hondo, antes de reconocer que la situación es grave, aunque él se siente muy agradecido por todo lo que tiene. Omar ha sido capaz, pese a la crudeza del clima, de reinventarse gracias a un proyecto OXFAM Intermón.

“Primero nos formaron, nos enseñaron, nos ayudaron a hacer pozos, a instalar placas solares que hacen funcionar el sistema de regadío y también nos dieron las semillas”, enumera con los dedos. Jamás se habría imaginado vivir una vida sedentaria. Este proyecto lleva cuatro años en marcha y es un ejemplo de las inversiones que se necesitan para frenar la hambruna. Desde hace un año, Omar es uno de los beneficiarios de esta iniciativa. Su huerto está rodeado de tierra yerma, pero tiene garantizada la comida de sus once hijos, además de las familias de las seis personas que trabajan en la aldea Kal Sheikh.

Omar vivió también la sequía de 1975

"Oxfam solía venir mucho aquí y cuando vieron cuánto sufrimos, comenzaron este proyecto y construyeron los invernaderos, antes intenté plantar tomates aquí, al aire libre, pero no crecían”, dice sonriendo. Ahora sabe cómo hay que hacerlo. La agricultura había sido descartada en anteriores ocasiones por los problemas de acceso al agua, pero la construcción de una infraestructura de regadío eficiente, la apertura de pozos que funcionan con motores que se alimentan de energía solar, le está permitiendo aprovechar el agua subterránea para su huerto y para toda la comunidad, y coincide con sus vecinos en que hay más agua en el subsuelo, pero que necesitan contar con mejores medios para su localización y extracción.

Desde hace un año tiene una rutina monótona consistente en madrugar, rezar, arar, sembrar y cosechar, y aunque añora la trashumancia de su vida anterior, dice que está "feliz”, y explica que esa felicidad se la da el poder producir alimento para la comunidad. “Vendo las hortalizas a un precio muy asequible y doy trabajo para que puedan comer a otras seis familias”, relata con gratitud. “¡Alhamdulilah!, ¡Alhamdulilah!, ¡Alhamdulilah!”, repite constantemente. Un ¡gracias a Alah! que secundan los demás presentes.

Omar vivió también la sequía de 1975 y recuerda cómo él y todos sus vecinos se tuvieron que mover unos 30 kilómetros para instalarse en una zona donde había un río. “Lo recuerdo muy bien”, rememora. Sin embargo, ahora, en el trayecto de 600 kilómetros que les separan de la ciudad de Hargeisa apenas se aprecia la huella de lo que en algún momento pudo ser de un río “Solo Alah sabe lo que viene”, se despide Omar mientras vigila el cielo de reojo.

Vista de un campamento de personas desplazadas por la sequía en la región de Sanag, en el norte de Somalia.

Vista de un campamento de personas desplazadas por la sequía en la región de Sanag, en el norte de Somalia. PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)

Nómadas contenidos en campos de desplazados internos

A lo largo de la carretera, un reguero de improvisadas viviendas siembran estas llanuras inhóspitas del norte de Somalia, pequeños cobijos cercados por una maraña de ramas y restos de matorrales secos que de no ser por las coloridas telas de vestir reconvertidas en cubierta podrían confundirse con las acacias del desierto. Por lo general, cada familia cuenta con dos habitáculos, uno más pequeño que sirve de cocina y otro de dormitorio. Saed Abdi Duale tiene 65 años y siempre ha sido pastor.

“La sequía causó la muerte de gran parte de los animales que teníamos. Nos mudamos a este campamento, no teníamos transporte tan solo burro”, dice mientras acomoda una esterilla de plástico amarillo y rosa que ofrece como asiento. Él es padre de familia y con su mujer decidieron emprender camino. “Tardamos 14 días caminando para llegar hasta aquí”, una distancia aproximada de 150 kilómetros.

Saed Abdi Duale tiene 65 años ha sido nómada pastor toda su vida y ahora vive con su familia en un campo de personas desplazadas en el norte de Somalia

Saed Abdi Duale tiene 65 años ha sido nómada pastor toda su vida y ahora vive con su familia en un campo de personas desplazadas en el norte de Somalia. PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)

Según relata, los campamentos se instalan cerca de las carreteras para ser más visibles, con la esperanza de que alguien se acuerde de ellos, el Estado o las organizaciones internacionales. Llegaron a mediados de octubre. “Éramos autosuficientes con nuestros animales, pero ahora ya no tenemos nada”, explica. “Tenía unas 200 cabras y ovejas además de 30 camellos”. Ahora le quedan cinco camellos y una treintena de cabras. El problema está en la sequía, “si el ganado no bebe agua y no encuentra pastos muere”.

Saed insiste en que “cuando los animales se debilitan dejan de reproducirse y, por lo tanto, las familias dejan de depender del ganado para que el ganado dependa de ellos”. El ganado es su único patrimonio, es la herencia recibida de sus padres y la que esperan dejar a sus hijos, y por esta razón destinan todo lo que tienen a la supervivencia de sus animales. Esta sequía, arguye Saed, es la peor porque no han tenido tiempo para recuperarse de la anterior. “En las anteriores sequías acababa lloviendo de nuevo y teníamos animales recién nacidos”, asegura, pero ahora llevan un lustro alzando sus miradas hacia un cielo que hace oídos sordos ante sus plegarias.

En las anteriores sequías acababa lloviendo de nuevo y teníamos animales recién nacidos

Este campo de desplazados internos no ha contado, por ahora, con ningún apoyo. Cuando pueden comen algo. A veces una vez al día arroz, otro día maíz o “simplemente vamos a dormir”, asegura su mujer, Moko Kahin. La mejor forma de luchar contra el hambre es no moverse. No gastar energía. Y en estas condiciones ya han perdido la esperanza de volver a su aldea y a una vida, la de recorrer las llanuras verdes tras sus rebaños, aunque se congratulan por contar con una comunidad que les brinda apoyo. “Nos ayudamos y cuidamos entre todos”, concluye con un gesto de las manos que no admite réplica.

Absie Ahmed Qarad intenta sobrevivir en un campo de personas deslazadas en el norte de Somalia

Absie Ahmed Qarad intenta sobrevivir en un campo de personas deslazadas en el norte de Somalia. PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)