La "mirada sabia" de Català-Roca, el fotógrafo que transformó una "realidad anodina en memorable"
- Una exposición en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando le rinde homenaje
- Analizamos las claves de su maestría a través de sus entrevistas en TVE
Francesc Català-Roca (Valls,1922-Barcelona,1998) creció en el taller de su padre, entre carretes y líquidos de revelado. El fotógrafo Pere Català i Pic fue uno de los más reputados autores vanguardistas de la República cuya carrera se vio truncada por la Guerra Civil.
El pequeño Francesc se empapó de un oficio que nunca abandonaría, pero alejado diametralmente de la creatividad de Man Ray, del que conocía toda su obra con tan solo 13 años, y de su propio progenitor. Català creó bajo la brújula de un mantra irrevocable: “no manipular ni tocar” la fotografía como se empecinaban en domar las vanguardias.
Desde esta piedra angular saltó a su aire con audacia, rompió con el pictorialismo reinante en las imágenes de posguerra y se lanzó a diseccionar la “autenticidad” bajo el filtro de un ojo sabio. Su genio nos ha dejado capturas a las que no araña el tiempo, en las que colocó la cámara en ángulos donde nadie lo había hecho antes en una originalidad pura.
La exposición Francesc Català-Roca. La mirada sabia en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid (hasta el 9 de julio) le rinde homenaje a la estela del centenario de su nacimiento, con una selección exquisita de imágenes, en el contexto de la prolífica carrera de uno de los fotógrafos españoles más destacados de la segunda mitad del siglo XX.
Con el comisario de la muestra y a través de entrevistas con el autor en el archivo de TVE, afloramos algunas de las vigas maestras de su talento.
Oficio y técnica
Francesc Català Roca concebía la fotografía como un oficio muñido a basa de echarle horas y se valoraba como artesano nunca como “artista” aunque sus fotos compusieran una hermosura transparente.
Se fogueó de forma autodidacta en la vanguardia documental-que no conceptual- en la publicidad y en el periodismo en revistas como Destino. Nadó en la corriente de los grandes fotógrafos aupados tras la Segunda Guerra Mundial como Robert Capa y hasta se adelantó a Henri Cartier-Bresson situando la cámara a media altura con planos horizontales. Con sus contrapicados y un manejo excepcional de la luz realizó una voladura tranquila del canon.
“Domina todas las técnicas, todas las ópticas, cámaras y formatos, es decir, la totalidad de las especialidades fotográficas, que es algo muy importante que a veces olvidan los fotógrafos”, explica el académico y comisario Publio López Mondéjar.
Por su parte, ya en los 70, Català se mostraba completamente refractario al uso de las cámaras automáticas porque “no hacían defectos y lo defectos ya los pongo yo”. “La realidad nos lo da todo, solo hay que saber esperar el momento justo”, señalaba en una entrevista a TVE.
La empatía que generó fotos icónicas
Otro de sus virtuosismos fue la capacidad de transmitir las emociones de las personas que retrataba: desde la ensoñación ante la posibilidad de que cayera el Gordo de la Lotería de Navidad hasta el gesto incómodo por un piropo a desmano en plena calle.
Escenas-milagro convertidas en fotografías icónicas gracias a su empatía y “enorme humanismo” rebosante de creatividad. “Él decía que cazaba instantes”, asegura López Mondéjar y metamorfoseaba "una realidad anodina en algo memorable”, para el barcelonés una buena captura era la que “reflejaba una historia bien contada”.
En esta persecución de momentos se lanzó a recorrer España-muchas veces en bicicleta o ciclomotor- donde realizó numerosas guías de viajes desde Cuenca a Valencia. Deseó ser testigo de su tiempo y de la tímida modernización: tras el retrato gris de la dictadura “donde podía haber hecho la misma foto en los años 30, 40 y 50”, afirmaba, en los 60 quiso capturar el movimiento de un país en transformación en el que aún pesaban las cicatrices de la Guerra Civil.
Más una paradoja: el fotógrafo catalán se convirtió en el mejor cronista de Madrid donde congeló usos, costumbres y tradiciones en un legado de valor incalculable. “Reflejaba la España que a él le interesaba, la de las panaderías, de las corridas de toros, la de los pueblos pero eran imágenes con una calidad técnica altísima y una mirada limpia que huía del panfleto”, afirma el comisario.
Para el profesional, la clave mágica era “empaparse” del contenido y adelantarse al momento. “Cartier-Bresson, al que yo admiro muchísimo, vino a hacer fotos de toros y decía que no podía porque cuando veía el asunto, ya había pasado. Yo no tenía ni idea de corridas pero me dediqué a verlo y a entenderlo”, explicaba preguntado sobre su método riguroso.
Reconocimiento y legado: en busca de la luz
Su fama se disparó y también fotografió a artistas como Eduardo Chillida, Salvador Dalí, con su célebre foto saltando a la comba, o a Joan Miró, que solo consentía que Català-Roca le observara trabajar en su estudio, pero el fotógrafo estaba igualmente interesado en la gente de la calle, para él, “los verdaderos personajes” en los que focalizó su “arte” universal en "busca de la luz".
Inquieto como era, abrazó con fuerza la irrupción de la imagen en color y dejó un libro póstumo e inacabado en el que aquilató la vitalidad indefinible de Nueva York. Derramó su visión en el cine donde rodó varios documentales aunque lo abandonó porque trabajaba más cómodo en soledad.
“Me gusta improvisar y para transmitirlo a otros la inercia va muy despacio en el trabajo en equipo. El cine me interesa como imagen en movimiento como narración que se explica por sí sola, yo solo meto ruidos”, apuntaba con su característico sentido del humor.
En 1983 fue el primer fotógrafo que recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas y gran parte de su archivo gráfico, que cuenta con casi 200.000 imágenes y cuantioso material inédito, se conserva en el Col·legi d'Arquitectes de Catalunya (COAC) ¿Se ha difuminado su trabajo a través del tiempo?
“Sus negativos están inmovilizados y olvidados. No se hacen grandes exposiciones y es un maestro de maestros cuyo trabajo merece ser mostrado como ocurre con los grandes fotógrafos anglosajones internacionales”, ilumina el comisario Publio López Mondéjar sobre un creador que aseguraba que sus fotografías estaban “más cerca de la literatura que de las artes plásticas”, quizás una fusión de poesía en imágenes es la definición más precisa.