El erotismo en el género epistolar: las cartas de Pardo Bazán, Goya o Miguel Hernández
- El libro Cartas eróticas es una antología de misivas de personajes históricos
El traductor y editor francés Nicolas Bersihand consagra horas a espigar en archivos y bibliotecas en busca de joyas epistolares, que afloran a la superficie en su último libro Cartas eróticas (Ediciones B) donde personajes históricos como pintores, escritores o compositores desovillan sus pasiones, a menudo ocultas, a través de misivas en una foto movediza del relato de varias épocas.
“Creo que es el género literario de la intimidad más allá de los diarios. El hecho de incluir a otra persona obliga a una mayor autenticidad y honestidad. En lo erótico esto se acentúa, hay una mayor valentía por el peligro de censura y castigo”, señala Bersihand sobre su fervor por las cartas, que le llevó a fundar la editorial especializada DesLettres.
Una honestidad sin tapujos en el deseo le costó la cárcel y el ostracismo al escritor Oscar Wilde, a causa de la correspondencia con su joven amante Alfred Douglas, cuyo padre denunció a Wilde por sodomía, “en estos casos el erotismo puede causar la perdición”.
“Tu esbelta alma aúrea camina entre la pasión y la poesía. Sé que Jacinto a quien Apolo amó con locura, fuiste tú en la época griega […] Siempre con amor imperecedero, tuyo ()”, escribía un apasionado dramaturgo que valoraba al bello Douglas como un dios “contemporáneo”
El “secreto oscuro” de la atracción subterránea navega en las líneas de Lorca a Dalí. Una relación íntima que se fracturaría por el “atrevimiento” casi inocente del poeta. “Me he portado como un burro indecente contigo, que eres lo mejor para mí. A medida que pasan los minutos lo veo claro y tengo verdadero sentimiento. Pero esto solo aumenta mi cariño por ti y mi adhesión por tu pensamiento y calidad humana (1927)”, le envió al pintor que le retiró la palabra durante ocho años.
Bersihand ha centrado su rastreo en cartas de autores españoles, aunque también se incluyen decenas de misivas de Emily Dickinson, Simón Bolívar o Maquiavelo, en un rescate de curiosidades prácticamente inéditas como las epístolas de Francisco de Goya a su amigo Martín Zapater: pura literatura y disfrute máximo en el siglo XVII. “Me arrebataría a irme contigo porque es tanto lo que me gustas y tan de mi genio que me es imposible encontrar otro (1781)”.
O el elogio al beso de Miguel Hernández dedicado a su esposa Josefina Manresa. “Te voy a decir el gusto que echan mis labios y tú me dirás el gusto que echan los tuyos también: mira, loquica guapa, mis labios echan gusto a azufre y cuando besan echan lumbre como el demonio”.
Mientras que Quevedo no orillaba su retranca en una carta poco conocida de 1626 donde le explicaba a un amigo la abundancia de “cuernos” por todas partes: “¿Debe de pensar vuestra merced que es solo cornudo en España?”
La pasión incompleta entre Pardo Bazán y Galdós
La revisión de la correspondencia entre dos gigantes literarios como Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós ha sufrido un escrutinio público en los últimos años a raíz de la celebración del centenario de la escritora.
Las misivas recorren las etapas de su relación, del tórrido fogonazo inicial “me gustas más que los libros”, señalaba una arrebatada Pardo Bazán, “ven a tomar posesión de estos aposentos escultóricos. Aquí una buitra esperando por su pájaro bobo, por su mochuelo”, le espeta a su amante del que se desconoce la reacción porque de Galdós no se conservan textos amorosos.
“Las cartas son un autorretrato de ella, una mujer excepcional con unas ganas de vivir maravillosas en todos los sentidos y también en la intimidad y sin cortarse a la hora de escribir lo cual es muy sorprendente”, explica Nicolas Bersihand.
“Ella se muestra tal cual es, desnuda y maravillosa, y creo que el hecho de que no aparezcan las cartas de Pérez Galdós es una especie de protección del varón, algo machista”, opina el experto en epístolas.
Las líneas de Pardo Bazán muestran las precauciones en sus citas clandestinas con el autor de Fortunata y Jacinta, y alcanzan el progresivo enfriamiento, que desembocará en ruptura, cuando ella confiesa sin mencionarlo explícitamente su infidelidad con Lázaro Galdiano. ”Me resolví a perder tu cariño confesando un error momentáneo de los sentidos”, se lamentaba.
Napoleón Bonaparte no pareció contrariarse al hallar que tras más de nueve meses de su último encuentro, Josefina está embarazada. “Ten un pequeño varón que sea guapo como su madre y fiel como su padre”, afirmaba el emperador que le suplicaba a su amada que no se bañara.
El difuminado erotismo femenino
El libro se divide en varias epígrafes que atraviesan el arco pasional/sentimental por temáticas: desde los preludios, el pico del deseo hasta el declive del fulgor del “cometa erótico”.
En las cartas entre las novelistas Violet Trefusis y Vita Mary Sackville-West. que Virginia Woolf plasmó en Orlando, relataban cómo les devoraba el ansia “consume mis días y unos sueños insufribles llenan mis noches. Te deseo. Te deseo vorazmente, frenéticamente, apasionadamente”.
Bersihand pone en valor la voz de las mujeres en una perspectiva difuminada, recuperada y publicada recientemente en las cinco cartas de Lou, la amante del poeta francés Guillaume Apollinaire. Cumbre del “erotismo, el deseo y hasta la expresión literaria”.
“No puedo más; te escribo rápido, con la tremenda impaciencia que me produce estar sola en mi pequeña cama, con la luz apagada, y amarte perdidamente y tocarme toda la noche…, toda la noche hasta que me desmayo. Poséeme completa, totalmente, profundamente”, recoge un fragmento.
Más un adelanto de la evolución de las prácticas sexuales. “Hay pilares de sexología como el sadismo, creado por el marqués de Sade, y el masoquismo, de Leopoldo von Sacher-Masoch, donde hay cartas fascinantes sobre la sumisión, en la que le pide a su esposa firmar un contrato de dominación para ser sumiso”, relata el escritor sobre el brillo del género epistolar, en el que los actuales mensajes tecnológicos suplen al papel y la pluma en “cartas virtuales” que mantienen la fantasía intrínseca al erotismo, concluye el editor.