Del petróleo a las estrellas, el gran reto de la transición energética
Nuestro planeta ya dice basta, pero la humanidad continúa su desarrollo imparable. Durante los próximos años, en los próximos 10.000 días, el camino entre el ser humano y la Tierra llegará a la encrucijada: o armonía o devastación. El itinerario por el que transitemos marcará, irremediablemente, a las generaciones futuras.
Hace décadas que la humanidad conoce el nombre de uno de sus mayores desafíos: el cambio climático. La ciencia ha puesto números y esbozado escenarios de futuro para advertirnos de lo que viene. Grandes perturbaciones meteorológicas impactarán a los ecosistemas y a las economías, transformando o haciendo inviable la vida de seres vivos y personas tal y como la conocemos hoy.
Muchas de las consecuencias serán ya probablemente inevitables. Aunque sí existe una hoja de ruta para la mitigación, que pasa por descarbonizar radicalmente nuestras sociedades eliminando al máximo las emisiones de CO₂. Para muchos la clave pasa por electrificarlo todo, pero la tarea es titánica.
Por un lado, la demanda energética mundial continúa su pronunciado ascenso (podría multiplicarse por dos o por tres durante las próximas décadas) y nuestra profunda dependencia de los combustibles fósiles complica ese proceso de transición. Y, por otro lado, la generación y almacenamiento de energías limpias requiere de elementos químicos y minerales clave, convertidos ya en materias primas estratégicas que por ahora son extraídas de muy pocos lugares en el mundo. La búsqueda y explotación de ese "nuevo petróleo" comienza a abrir a su vez otros conflictos, tanto locales como globales, en el tablero geoestratégico mundial.
Y mientras tanto, la humanidad aguarda los resultados de sus apuestas a mayor largo plazo, como la fusión nuclear, inspirada en la naturaleza de nuestro propio Sol. Una energía que, de ser viable su producción, sería altamente eficiente, inagotable y sin residuos peligrosos.
Groenlandia: zona cero del calentamiento global
Teóricamente autónomo, pero aún dependiente de Dinamarca, este vasto territorio helado, prácticamente del tamaño de media Europa, tiene butacas de primera fila para observar el calentamiento global. Tanto los científicos como sus gentes relatan con detalle cómo la fisionomía de este inhóspito rincón del planeta (apenas poblado por 50.000 personas) ha ido variando en las últimas décadas por efecto de un cambio climático que allí resulta indiscutible e incontrovertible.
Andrea Alfonso lleva más de una década trabajando en Groenlandia como guía especializada de "Tierras Polares". Traslada al equipo de Televisión Española hasta la cabecera del glaciar Qalegalit, que conoce y explora con detalle cada temporada. Ha sido testigo de cómo este imponente muro de hielo milenario encoge año tras año.
La tesis de que Groenlandia está cambiando la comparte cualquier oriundo del lugar. Los groenlandeses más veteranos, la gran mayoría de origen inuit, relatan desde su experiencia vital como sus paisajes y modos de vida se han transformado por la disminución del hielo, inviernos más cortos y veranos más largos.
El dilema de la montaña
El 80% de Groenlandia es hielo inerte. Pero bajo esta corteza blanca (en algunos puntos, de kilómetros de profundidad), en las entrañas de su roca madre, hay enormes depósitos de petróleo y gas. Pero hay algo más. Hay indicios de que Groenlandia también es un gigantesco almacén de tierras raras, elementos químicos esenciales para algunas industrias hoy consideradas estratégicas.
Al sur de Groenlandia, en las cercanías de la localidad de Narsaq, se encuentra el valle Kvanefjeld. En sus paredes montañosas se esconden las tierras raras tan demandadas para impulsar la transición energética pendiente, y con ello previsiblemente la descarbonización de las economías y el advenimiento de sociedades más 'verdes'. Una empresa minera australiana con capital chino tiene una concesión para extraer esas preciadas tierras.
Pero el proyecto de Greenland Minerals fue parado en seco en 2021 tras un cambio de gobierno groenlandés, sensible a las protestas de los habitantes de Narsaq, contrarios a la puesta en marcha del megaproyecto minero. Lo cuenta a TVE Mariane Paviasen, líder opositora local al proyecto y exministra de Groenlandia.
Groenlandia, uno de los lugares más vírgenes del planeta, no quiere herir sus paisajes para "salvar" al resto del mundo. Y aunque también hay quienes ven en ello una oportunidad de desarrollo económico para el país y su emancipación definitiva, por ahora la explotación de recursos naturales de Groenlandia no promete ser una barra libre para las potencias industriales, especialmente China y Estados Unidos, que han potenciado sus interés en el territorio durante los últimos años.
¿Un sol en la tierra? La gran apuesta de la fusión
¿Y si fuera posible producir energía prescindiendo de materias primas contaminantes o escasas?
Teorizada hace un siglo, la fusión nuclear es la gran esperanza "verde" de la humanidad para revolucionar su modelo energético. El ser humano persigue lo que hasta hace poco era más territorio de la ficción que de la ciencia: imitar y controlar el mismo mecanismo por el que las estrellas producen su energía, esencialmente, fundir su hidrógeno para producir helio. Un fenómeno que libera ingentes cantidades de energía, hasta 10 millones de veces más que la que se produce quemando carbón o gasolina, explican los expertos del MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts, en sus siglas en inglés), en Estados Unidos.
Hay muchas propuestas en marcha en el mundo para producir, de manera eficiente, energía de fusión. Pero ninguna de la ambición y envergadura del Proyecto ITER, en construcción en Cadarache, en el municipio de Saint-Paul-lez-Durance, al sureste de Francia. Uno de los proyectos científicos más caros de la historia, en el que colaboran multilateralmente todas las grandes potencias mundiales: la Unión Europea, Estados Unidos, China, Rusia, India, Japón y Corea del Sur. Una pista de la trascendencia de lo que allí se está levantando.
El ITER arrancó su construcción en 2010 y su reactor no estará listo hasta mediados de la década de los 30. Miles de personas, los mejores en sus campos, ensamblan milimétricamente las piezas de lo que pretenden que sea un auténtico Sol artificial, con el que domar una energía que cambiaría el futuro de la humanidad. Una construcción de dimensiones imponentes que está llevando al límite las actuales capacidades de la ciencia y la ingeniería humanas. El ITER es una auténtica catedral contemporánea, las pirámides de nuestro tiempo. La gran pregunta es: ¿funcionará?
Un desafío persistente ante una humanidad vacilante
Groenlandia continuará derritiéndose y el cambio climático no va a detenerse. En los años venideros la humanidad se enfrentará a un reto (quizá el mayor) de naturaleza persistente, casi invariable, que pondrá en tela de juicio nuestra propia perseverancia y determinación para buscar, al menos, soluciones o adaptaciones parciales. Las proyecciones actuales para un aumento de la temperatura global de más de 2 grados respecto a los valores preindustriales conllevarán fenómenos climáticos y meteorológicos extremos, en muchos casos incompatibles con el modelo de vida que conocemos hoy en algunas partes del mundo.
Pensando a futuro, ¿cuánto peso tendrán en el futuro los combustibles más contaminantes? ¿Lograremos prescindir de ellos? ¿Cómo conjugar el desarrollo económico y la prosperidad con la conservación del planeta? ¿Es posible, estamos a tiempo? ¿Podrán convivir los intereses globales con los locales? Con el afán de buscar soluciones, ¿se abrirán nuevos conflictos? ¿A qué dilemas nos enfrentaremos?
Son solo algunas de las grandes preguntas que la humanidad tendrá que responder durante los próximos 10.000 días.