El Thyssen desnuda a Lucien Freud más allá de su leyenda, humanista perturbador y maestro de la técnica
- El museo atraviesa la carrera del pintor en 55 obras y temas esenciales
- Una de las muestras del año sobre un icono de la pintura figurativa del siglo XX
Como regla no escrita el arte de Lucien Freud (Berlín,1922-Londres, 2011) se ha filtrado por el tamiz de una biografía tan desenfrenada como irresistible para los medios, salpicada por sus decenas de amantes (con 14 hijos reconocidos), a sus relaciones que basculaban entre la aristocracia y los bajos fondos, su amor-odio con Francis Bacon, el otro pope del arte contemporáneo británico, o sus deudas millonarias por sus apuestas hípicas con las que se arruinaba periódicamente.
Turbulencias que se desvanecían al traspasar las puertas de su estudio donde aplicaba un orden germánico en el trabajo. Una espoleta de reflexión muy medida acerca de la naturaleza de las relaciones humanas en sus desnudos y retratos, y sobre las tripas del proceso creativo de uno de los artistas más influyentes del siglo XX.
Este “otro Lucien Freud”, también excesivo en los matices pictóricos, es el que enfoca la exposición Freud. Nuevas perspectivas del Museo Thyssen Bornesmiza de Madrid (hasta el 18 de junio de 2023), que aterriza desde la National Gallery donde su magnetismo ha batido récords de público en la celebración de su centenario.
La pinacoteca londinense fue casi su segundo hogar. El pintor obtuvo un permiso especial de visitas nocturnas en su obsesión por el estudio de los maestros antiguos para configurar su estilo. “Voy a la National Gallery como quien va al médico a pedir ayuda”, ironizaba.
La muestra casi gemela de Madrid brilla como una de las exposiciones de la temporada, con permiso de Picasso, y fluye por una evolución que armoniza cronología y temas a través de 55 obras en siete décadas de carrera.
"Utilizo a las personas para inventar mis cuadros con ellas"
Nacido en Alemania, nieto del psiquiatra y padre del psicoanálisis Sigmund Freud, del que afirmaba que solo le interesaban sus estudios zoológicos por su pasión por los animales, su familia se exilió a Inglaterra huyendo del nazismo.
Un joven Freud ahuyenta con pulso firme la tentación de la abstracción dominante y abraza para siempre el arte figurativo de la Escuela de Londres junto a Francis Bacon, Michael Andrews y Frank Auerbach. Una rebeldía a la contra que se afianzaría como su ADN artístico.
Su éxito comercial estalló tardío, a mediados de los 90, aunque es uno de los creadores más cotizados en el mercado del arte (En 2008 su lienzo Benefits Supervisor Sleeping se subastó por 33,6 millones de euros).
En las décadas previas solo un grupo de mecenas apostaron por un artista de “culto, arriesgado y de minorías”. Entre ellos se encontraba el barón Heinrich Thyssen que en los 70 quedó deslumbrado mientras vivía en Reino Unido y con buen olfato coleccionó su obra. El Thyssen es el único museo español con cuadros del pintor, un total de cinco lienzos que ahora se han sumado a la muestra.
Freud retrató al barón en dos ocasiones y fruto de las largas horas del posado, fraguaron una amistad duradera. En contadas ocasiones aceptó encargos y solo de personajes a los que admiraba. Analizaba con su pincel/escalpelo a marchantes de arte o corredores de apuestas al modo de las pinturas de poder de Tiziano: sentados con los brazos apoyados y semblante introspectivo.
La reflexión sobre la pintura
En realidad el creador orbitaba inmutable en su disección humanista sobre su entorno íntimo: amigos, amantes, colaboradores o sus hijos son sus modelos recurrentes.
Permanecen en posturas imposibles a lo largo de tiempos interminables, a menudo aparecen retratados rendidos al cansancio, ya que pintaba por partida doble en una versión de mañana y otra nocturna. Sobre la intensidad del proceso, una de sus modelos aseguró que posar para él era como “meter los dedos en un enchufe y permanecer conectado durante media hora a la red eléctrica”.
Él mismo se autorretrataba sin tregua. Usaba un espejo y varios planos de perspectiva añadidos tras acabar la obra en un puro virtuosismo.
Freud se definía como “extremadamente lento” y creaba febrilmente de pie. Se acerca y se aleja para absorber en sus pinceladas tejidos, expresiones y pliegues en sus retratados. Composiciones analizadas al milímetro bajo un vector de arrastre metaartístico: “Quiero que los retratos sean de gente y no como la gente”, apuntaba.
“Hay más que la individualidad de una persona. Le interesaba la representación de una figura humana con un procedimiento técnico increíble, tanto desde sus primeros retratos pintados de una manera meticulosa, casi de miniaturista, hasta los finales mucho más sueltos, con una pintura mucho más empastada”, señala a RTVE.es la comisaria de la muestra Paloma Alarcó.
“En el fondo toda su obra es una reflexión sobre la pintura y el proceso creativo del artista”, explica y aconseja recorrer la exposición con calma para enfocar la precisión detallista en la densidad y el color.
En este magma el pintor transforma su estudio en un santuario donde bullen las ideas. El último está localizado en la primera planta de una vivienda londinense en South Kensington y se conserva tal cual lo dejó con sus instrumentos de creación.
Un caos ordenado en el que los empastes del óleo sobrante se esparcen como un tapiz por las paredes donde asoman desconchones. Hay trapos esparcidos por todas partes y la ondulación de la tarima agranda las figuras que parecen desplomarse sobre el espectador.
“El estudio se transforma en escenografía del propio cuadro, mancha mucho y no lo esconde. Este espacio se convirtió en su mundo propio donde recreaba pictóricamente la realidad que pensaba”, afirma Alarcó.
Una selección de fotografías del artista David Dawson, su ayudante durante dos décadas, redondea la exposición como una coda epatante de salpicaduras en su “laboratorio secreto”.
Asombrar y seducir: la carne como lienzo
"¿Qué le pido a una pintura? Que asombre, perturbe y seduzca, convenza”, lanzaba sobre una provocación totalmente consciente. Lucien Freud alcanzó el estribillo de su melodía en sus cuadros de desnudos no normativos, un motivo recurrente de carnalidad y textura extrema en su empeño por aflorar la vulnerabilidad humana.
“En los años 2000 empieza a tener unos modelos con cuerpos excesivos, totalmente alejados del canon. Él no quiere esconder eso. Le valen para hacer grandes superficies pictóricas de carne porque son cuerpos enormes en donde la materialidad de la pintura es muy evidente. También nos pone frente al gran enigma de la vida que es el paso del tiempo y el deterioro y eso es lo que nos quiere mostrar”, apunta la comisaria.
En 2001, ya con 79 años, retrató a la reina Isabel II. Un pequeño lienzo, que tardó diez meses en completar, y que recibió una cascada de críticas por “el excesivo envejecimiento” con el que mostró a la soberana a la que regaló la obra. El cuadro transmutó en icono y no estará en la exposición española por la prohibición legal de que viaje fuera de Gran Bretaña. Lucien Freud cumplió su anhelo y jamás suscitó indiferencia.