El caso Roald Dahl: ¿censura del mercado o (sobre)protección de la infancia?
- Las modificaciones en la reedición del autor avivan el debate sobre la contextualización de las ficciones infantiles y juveniles
¿De qué hablamos cuando hablamos de los cambios en que los editores de Roald Dahl han introducido en su obra? Cientos de pequeñas modificaciones -a veces una palabra, a veces una expresión y otras veces una frase eliminada o añadida- aparecen en varias de las obras del escritor reeditadas en Reino Unido bajo la supervisión de The Roald Dahl Story Company y el sello Puffin, perteneciente al gigante editorial Penguin Random House, con el objetivo de actualizar el texto a la sensibilidad contemporánea y proteger a los lectores infantiles.
Entre los cambios, algunos están dirigidos a aliviar la supuesta gordofobia de la obra (en “aquí está tu hijo. Necesita ponerse a dieta” se elimina directamente la segunda frase), otras para corregir misógina historia de la literatura (Matilda lee a Jane Austen y no a Joseph Conrad), o para introducir el género neutro en busca del lenguaje inclusivo (los Oompa Loompas de Charlie y la fábrica de chocolate son no son "hombres pequeños" sino "personas pequeñas").
¿Han mancillado sus herederos la obra un clásico? ¿Es censura a cargo de una de las editoriales más importantes del mundo? ¿Cómo proteger a la infancia de las expresiones desfasadas? ¿Es legal? La última pregunta es la más fácil: sí, porque en Reino Unido los titulares de los derechos de la obra del autor (fallecido en 1990) pueden corregir y firmar bajo su nombre del mismo modo que han autorizado adaptaciones audiovisuales que también se toman sus licencias.
En la decisión de los herederos tal vez haya influido la mala conciencia con el pasado antisemita del escritor, por el que ya se disculparon en 2020. Ahora bien, ¿es una ultracorrección que se les ha ido de las manos? En Reino Unido, la escalada de indignación ha llegado hasta el primer ministro, Rishi Sunak, que a través de su portavoz ha declarado que “cuando se trata de nuestro rico y variado patrimonio literario”, el mandatario está de acuerdo con ‘el gran gigante bonachón’ (personaje de Dahl) cuando decía que “no deberíamos enloquecer con palabras”.
¿Dónde queda el derecho moral del autor?
Modificar obras infantiles por los sucesivos filtros morales de cada época es una tradición. Ha ocurrido con los macabros cuentos clásicos, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos antes de que Perrault o los hermanos Grimm fijaran versiones que posteriormente fueron tamizadas hasta llegar a Disney.
¿Qué ocurre con Dahl? Primero, que es autor relativamente reciente, fallecido hace 30 años, vinculado sentimentalmente a varias generaciones. Y, segundo, que su obra está completamente viva, presente en varias películas y musicales en los últimos años. Netflix, de hecho, es la actual propietaria de los derechos tras la compra que realizó en 2021, por lo que se avecina avalancha Dahl en nuevas series y películas.
Sobre modificar a Dahl para adaptarse a los tiempos sabía el propio Dahl: en la primera edición de Charlie y la fábrica de chocolate, los Oompa Loompas eran pigmeos africanos y la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) se quejó. La solución de Dahl para la segunda edición fue convertirlos en ayudantes blancos y así se ha mantenido.
Era solo un guiño y esa es la mayor defensa que pueda hacerse de las correcciones: no alteran el espíritu de los libros, que en su núcleo conservan toda la irreverencia, fuerza y dilemas morales que puedan tener. Situando el debate en la mesura, lo desagradable y la crueldad conviven con la fantasía en el corazón de la obra de Dahl y ahí permanecen pese a los retoques cosméticos. Matilda sigue siendo, en la nueva reedición, una obra sobre el injusto desprecio de unos adultos a los niños. Eso sí, nunca sabremos hasta qué punto le parecerían sustanciales o anecdóticos los cambios al autor.
Correcciones en la era de la guerras culturales
Como en cualquier tema relacionado con las ‘guerras culturales’ y que involucre la discriminación, feminismo o lenguaje inclusivo, brotan los exagerados avisos de que se empieza cambiando un adjetivo a Dahl para proteger a la infancia y se termina por cancelar a Aristóteles. Titulares sobre las modficaciones en la obra de Dahl prenden como lo pólvora entre quienes opinan que la corrección política está erosionando la cultura.
“Es una noticia que, según la facción, parece que está mal por todas partes. Cualquier cosa que sea susceptible de entrar en la guerra cultura que vivimos, entra en la picadora de carne” analiza Miguel López, 'El Hematocrítico', autor infantil y maestro. “La editora ha decidido dar un repaso al lenguaje y no está mal. Es una práctica editorial que siempre se ha hecho, pero no acompañaba la polémica. Recuerdo la de Los cinco (Enid Blyton), donde los gitanos eran como unos seres mágicos que leían las cartas. Estaba obsoleto, hay versiones donde ha desaparecido y no ha habido polémica porque era una decisión editorial y a nadie le importa”.
En 2015, los herederos de Astrid Lindgred validaron modificar Pipi Calzaslargas, para que no se referiese a su padre como ‘el rey de los negros’. “Hubo una polémica gemela cuando en Disney+ colocaron carteles antes de las películas para avisar de que Dumbo por ejemplo contiene estereotipos raciales. Los titulares hablaban de censura, pero simplemente era una contextualización que me parece interesante y relevante”, recuerda López.
Mejor una introducción contextualizadora que corregir el texto
No hay debate cuando se trata de clásicos adultos. Reescribir a Shakespeare no tiene sentido porque a nadie se le escapa que sus obras tienen más de 400 años. Pero, ¿qué hacemos con el contenido infantil? ¿Son capaces los niños de abstraerse del salto temporal y entender que el texto refleja sensibilidades de otro tiempo? ¿Necesitan esa protección?
“Está claro que los niños en una lectura indiviudal no son capaces de contextualizar”, opina Rafael Salmerón, último Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por La rama seca, preguntado sobre las modificaciones a Dahl. “No tengo una opinión claramente a favor o en contra. Entiendo y veo cosas positivas en la decisión de querer ofrecer un mundo más inclusivo, pero, por otro lado, resta capacidad de aprendizaje y de tener un criterio de los que está bien o mal. Hay una dosis de sobreprotección en quitar lo que nos parece feo o desagradable. Enseñas un mundo que no es real y lo que haces es quitarle recursos para enfrentarse al problema en el futuro.
¿Cómo contextualizar entonces las obras a los niños? Las aulas o los padres aportan esa información, pero el debate ocurre con las lecturas individuales. “Ahí me surge la duda, porque el niño se puede encontrar conque, si lo dice un escritor, está bien y no lo está”, dice Salmerón.
Para el psicólogo y antiguo defensor del menor de la Comunidad de Madrid, Javier Urra, la solución puede pasar por notas aclaratorias antes que modificaciones. “Para los niños lo mejor es ponerles una nota al inicio del cuento que explique que el libro se escribió en tal año y que los términos son de esa época. Y un anexo al final para explicar que en 2023 se tiene cuidado con palabras como esas. Eso es bueno porque, de otro modo, los niños no entienden que la sociedad cambia, pero el texto lo mantendría como hizo el autor”.
En ese sentido, Urra valora la evolución del lenguaje. “Antes se decía subnormal, después discapacitado, ahora con diversidad o distintas capacidades. Vamos buscando un lenguaje no lesivo y eso es interesante. El lenguaje es fundamental porque lenguaje y pensamiento van de la mano, pero importa sobre todo el tono y el contenido: si se utiliza de manera despectiva”, opina.
En la misma línea se muestra Miguel López. “Estaría bien una breve introducción, o una guía para padres. A veces los niños se enfrentan a la lectura solos. Quizá un párrafo hablando de cómo cambia la sensibilidad, pero no cambiaría la obra porque me parece muy delicado. En los cómics de Mortadelo hay racismo, gordofobia, insultos a las mujeres y nadie plantea la necesidad de eso y a lo mejor no estaría mal”.
Salmerón concluye que es difícil definir los límites del fondo del debate para no quedarnos cortos ni pasarnos de frenada: “¿Hasta dónde tenemos que tratar a los niños como si no fuesen capaces de tener un criterio propio?”.